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viernes, 17 de septiembre de 2010

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Veo que todavía algunos continúan visitando mi antigua dirección. Pero la realidad es que nos mudamos. Si quiere entrar a la nueva versión de Todo Pensamiento Cautivo, haga click aquí.
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martes, 31 de agosto de 2010

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jueves, 26 de agosto de 2010

Nueva Versión de Todo Pensamiento Cautivo!

A partir de hoy está disponible la nueva versión de Todo Pensamiento Cautivo, a la cual pueden entrar haciendo click aquí. Casi todos los artículos que han sido posteados en esta página desde Mayo 29 del 2009 han sido trasladados a la nueva versión y agrupados en categorías. Espero que sea de ayuda y edificación a los lectores de este blog.

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miércoles, 25 de agosto de 2010

El Metodismo

A principios del siglo XVIII, un grupo de estudiantes de la Universidad de Oxford organizaron un club cuyos miembros “se comprometían a llevar una vida santa y sobria, a recibir la comunión una vez por semana, a cumplir fielmente sus devociones privadas, a pasar tres horas reunidos cada tarde, estudiando las Escrituras y otros libros religiosos, y a visitar las cárceles regularmente”.

Entre los miembros de este grupo se encontraban los hermanos Wesley, Juan (1703-1791) y Carlos (1707-1788), y George Whitefield (1714-1770). Muy pronto este grupo fue conocido como el “Club Santo”, y sus miembros señalados burlonamente como “metodistas” por su forma metódica de vivir.

De este grupo, sólo Juan era un sacerdote ordenado de la Iglesia anglicana, de manera que pronto vino a ser el líder del grupo. En 1735 muere Samuel, el padre de los Wesley, por lo que Juan se prepara para sucederle como ministro.

Pero entonces, el Conde de Oglethorpe hace un llamado para reclutar misioneros que llevaran el evangelio a la recién fundada colonia de Georgia, en América, y Susana Wesley, madre de Juan y Carlos, anima a sus dos hijos a responder al llamado. Ambos se embarcan en octubre de ese año.

En ese viaje ocurrió un incidente que marcó la vida de Juan. Una fuerte tormenta azotó la nave, y Juan, que era capellán del barco, mostró más preocupación por su propia vida que por las almas de aquellos a quienes debía ministrar.

Providencialmente, en ese mismo barco iba un grupo de moravos (de convicciones pietistas) que mostraron en todo momento una asombrosa ecuanimidad que causó una profunda impresión en Juan Wesley. Pasada la tormenta, los moravos le explicaron que por causa de su fe no le tenían miedo a la muerte. Eso le produjo a Juan una seria duda de su estado espiritual delante de Dios, a pesar de que hasta ese momento se consideraba un buen cristiano.

Al llegar a la colonia, los dos hermanos se dedicaron intensamente a su labor. El más dotado era Juan, quien podía predicar en alemán, en francés y en italiano, aparte del inglés. Sin embargo, a pesar de sus conocimientos, Juan le pidió consejos a uno de los líderes moravos, Gottlieb Spangenberg, en lo tocante a su labor como pastor y como misionero a los indios. Juan dejó constancia de esta conversación en su diario:

Mi hermano—, me dijo, —primero debo hacerte dos preguntas. ¿Tienes el testimonio dentro de ti? ¿Le da testimonio el Espíritu de Dios a tu espíritu, de que eres hijo de Dios? Yo me mostré sorprendido, y no sabía cómo contestarle. El se dio cuenta de ello, y me preguntó: — ¿Conoces a Jesucristo?—Sé que es el Salvador del mundo.
—Cierto— me contestó, —pero, ¿sabes que te ha salvado a ti?—Tengo la esperanza de que murió por salvarme.
—Pero, ¿lo sabes?—Si, lo sé.
Después, en su diario, el joven sacerdote añadió las palabras: “Pero me temo que lo que dije no fueron sino palabras vacías”.

Una vez asentados en Georgia, fundaron una pequeña sociedad similar a la que tenían en Oxford. Pero Juan carecía de tacto y trató de establecer en la iglesia reglas muy estrictas, por lo que su labor no tuvo mucho éxito en Georgia. Un año después Carlos se enfermó y dejó la colonia para regresar a Inglaterra.

El 1 de febrero de 1738 Juan regresó también en medio de una difícil situación. Al regresar a Inglaterra, Juan no estaba seguro del camino que debía tomar, pero mantuvo sus relaciones con los hermanos moravos. Después de varias conversaciones con uno de ellos, Wesley llegó a la conclusión de que no poseía fe salvadora y que debía dejar de predicar. Pero el 24 de mayo de 1738, Wesley y tuvo una experiencia que cambió por completo el curso de su vida:

“Por la noche fui de muy mala gana a una sociedad en la calle Aldersgate, donde alguien leía el prefacio de Lutero a la Epístola a los Romanos. Cuando faltaba como un cuarto para las nueve, mientras él describía el cambio que Dios obra en el corazón mediante la fe en Cristo, sentí en mi corazón un ardor extraño. Sentí que confiaba en Cristo, y solamente en él, para mi salvación, y me fue dada la certeza de que él había quitado mis pecados, los míos, y me había salvado de la ley del pecado y la muerte”.

A partir de ese momento, Wesley no volvió a dudar de su salvación, por lo que podía dedicarse por entero a procurar la salvación de otros. Para esa época, George Whitefield se había convertido en un famoso predicador, luego de haber atravesado por una experiencia similar a la de Juan Wesley. El también partió hacia Georgia para servir allí como pastor, pero regresando siempre a Gran Bretaña donde su predicación no era bien recibida por todos; por tal razón Whitefield tomó la decisión de comenzar a predicar al aire libre.

En un principio, Wesley y Whitefield trabajaron juntos por un tiempo. Pero debido a las responsabilidades de Whitefield en la colonia de Georgia, así como por las dotes de liderazgo de Wesley, éste quedó finalmente como cabeza del movimiento. Pero un desacuerdo doctrinal habría de dirigir a los dos amigos y, por ende, al movimiento metodista. Justo L. González dice al respecto:

“Ambos eran calvinistas en lo que se refería a cuestiones tales como el significado de la comunión, el modo en que la fe ha de redundar en santidad de vida, etc. Pero en cuanto a la predestinación y el libre albedrío Wesley se separaba del calvinismo ortodoxo, y seguía la línea arminiana. Tras varios debates sobre tales cuestiones, los dos amigos decidieron seguir cada cual por su camino, y evitar controversias —aunque no siempre sus seguidores se abstuvieron de ellas. Con el apoyo de la Condesa de Huntingdon, Whitefield encabezó un movimiento que logró particular éxito en la región de Gales, y que después resultó en la formación de la Iglesia Metodista Calvinista”.

A pesar del éxito de su obra, Wesley no tenía ninguna intención de fundar una nueva denominación aparte de la Iglesia anglicana, sino que, al igual que el pietismo alemán, su propósito era despertar a los que profesaban la fe dentro del anglicanismo. Por esta razón, nunca predicaba en el mismo horario que los servicios de la Iglesia, a la cual debían asistir todos los metodistas para recibir la comunión cada domingo.

Sin embargo, pronto fue necesario organizar el movimiento que se reunía primero en casas privadas, pero que luego llegaron a tener sus propios edificios. Pero dos cosas impulsaron al metodismo a declararse independiente. Dice González:

“Según una ley de 1689, se toleraban en Inglaterra los cultos y los edificios religiosos que no fuesen anglicanos, siempre que se inscribieran como tales ante la ley. Los metodistas estaban entonces en un aprieto, pues si no se inscribían quedarían fuera de la ley, y si lo hacían estarían declarando, tácitamente al menos, que no eran anglicanos. Tras largas vacilaciones, Wesley decidió que sus predicadores debían cumplir la ley, y por tanto, en 1787, les dio instrucciones en el sentido de que se inscribieran. Aunque todavía él, sus predicadores y sus sociedades seguían llamándose anglicanos, habían dado el primer paso legal hacia su separación de la iglesia nacional de Inglaterra.

“Tres años antes, Wesley había dado otro paso mucho más drástico desde el punto de vista teológico. Desde hacía largo tiempo, se había convencido de que en el Nuevo Testamento un “obispo” era lo mismo que un “presbítero”, y que en la iglesia antigua, por lo menos durante más de dos siglos, los presbíteros habían tenido el derecho de ordenar a otros cristianos. Por largo tiempo se abstuvo de ejercer esa prerrogativa que creía poseer, por no enemistarse aún más con las autoridades eclesiásticas. Pero la independencia de los Estados Unidos (de que trataremos en nuestra próxima sección) cambió la situación. Durante la Guerra de Independencia la mayor parte del clero anglicano en Norteamérica había tomado el partido inglés. Al llegar la independencia, casi todos ellos se vieron obligados a regresar a Inglaterra. En tales circunstancias, se les hacía muy difícil, y hasta imposible, a los habitantes de la nueva nación participar frecuentemente de la comunión. Y Wesley estaba convencido de que tales servicios sacramentales eran fundamentales para la vida cristiana. El Obispo de Londres, que supuestamente tenía jurisdicción sobre las antiguas colonias inglesas, se negaba a ordenar nuevo personal para ellas.

“Por fin, en septiembre de 1784, Wesley dio el paso definitivo y ordenó a dos de sus predicadores laicos como presbíteros. También consagró al presbítero anglicano Tomás Coke como “superintendente”, sin duda teniendo en mente que ese título no es sino la forma latina del término griego “obispo”. Poco después ordenó a otros para servir en Escocia y otras tierras.

“A pesar de haber dado estos pasos, Wesley continuaba insistiendo en la necesidad de no romper con la Iglesia Anglicana. Su hermano Carlos le decía que la ordenación misma era ya una ruptura. En 1786, la Conferencia decidió que, en aquellos lugares en que los ministros anglicanos fueran decididamente ineptos, o donde las iglesias no tuvieran lugar para toda la población, se permitiría celebrar las reuniones metodistas a la misma hora del culto anglicano. Una vez más, Wesley decidió dar ese paso muy a pesar suyo, pero constreñido por la necesidad de servir a una población urbana cada vez mayor, para la cual no bastaban los servicios que la Iglesia Anglicana ofrecía”.

El movimiento se separó finalmente de la Iglesia anglicana después de la muerte de Juan Wesley, en 1791. Pero ya para ese tiempo el metodismo se había convertido en un movimiento religioso distinto que cambió el panorama religioso en el siglo XVIII y que habría de perdurar hasta nuestros días.

© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.
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El pietismo

Como ha pasado muchas veces en la historia, el término “pietismo” no fue acuñado por aquellos que pertenecían al movimiento conocido con ese nombre, sino más bien por sus enemigos como un mote burlón.

Aunque esta palabra suele usarse con la connotación negativa de “santurronería”, el pietismo fue un movimiento que surge entre los luteranos alemanes, bajo la dirección de Felipe Jacobo Spener (1635-1705). Spener nació en Frankfurt, en el seno de una familia de profundas raíces luteranas. A los 16 años de edad comenzó sus estudios en Estrasburgo, para continuar luego en Ginebra y Basilea.

Muy pronto, Spener comenzó a resentir la ortodoxia muerta de muchas iglesias luteranas, que sobre enfatizaban la pureza doctrinal a costa de la conversión, el servicio cristiano y la vida piadosa. Como dice un historiador:

“Todo lo que se esperaba de los miembros de la iglesia era que conocieran su catecismo, asistieran a los servicios religiosos, escucharan sermones doctrinales y participaran de los sacramentos. Pero no se les pedía que tomaran parte de la obra de la iglesia. Tampoco se les decía nada de la vida cristiana interior ni de cálidas experiencias religiosas.”

A pesar de esa atmósfera fría y ritualista, Spener había recibido otras influencias que moldearon su carácter y visión del cristianismo, particularmente el libro El Verdadero Cristianismo del místico alemán Johan Arndt, así como algunas obras puritanas, particularmente los libros de Richard Baxter.

Al concluir sus estudios, Spener regresó a Frankfurt, donde vino a ser pastor en 1666. Para profundizar aún más en el conocimiento de las Escrituras y en la vida de piedad de los creyentes, Spener comenzó a reunir en su casa a un pequeño grupo de personas con quienes leía la Biblia, oraban y discutían el sermón que había predicado el domingo anterior.

Más tarde, grupos similares comenzaron a surgir en otros hogares con el nombre de Collegia pietatis, “Colegios de piedad”. Y cinco años más tarde, publicó su obra Pia Desideria, Deseos Piadosos, donde compendió las ideas y experiencias de los Colegios de piedad. En esta obra, Spener plantea seis postulados esenciales:

1- La importancia del estudio bíblico regular por parte tanto de laicos como del clero.
2- El sacerdocio de todo creyente, apoyo del concepto de los grupos de hogar.
3- Un énfasis sobre la verdadera fe, que no consiste solamente en asentir mentalmente a los credos, sino que resulta en actos de amor.
4- Un enfoque ecuménico: el pietismo buscaba derrumbar las barreras entre las iglesias luteranas y las reformadas disidentes.
5- La recuperación de un ministerio vivo; Spener deseaba que los pastores recuperaran una sensación de su llamado y la seriedad de su obra.
6- Spener buscaba el redescubrimiento de una predicación vital que hablara al corazón, trayendo arrepentimiento, prendiendo el fuego de la fe y llevando al servicio consagrado.

Es importante señalar que Spener no pretendía formar un movimiento aparte del luteranismo, sino más bien llamar a los que profesaban ser cristianos a no contentarse únicamente con el conocimiento de las doctrinas, sino profundizar en su relación con Dios y su piedad personal. Justo L. González dice al respecto:

“Lo que Spener deseaba era un despertar en la fe de cada cristiano. Para ello apelaba a la doctrina luterana del sacerdocio universal de los creyentes, y sugería que se hiciera menos énfasis en las diferencias entre laicos y clérigos, y más en la responsabilidad de todos los cristianos. Esto a su vez quería decir que debía haber más vida devocional y más estudio bíblico por parte de los laicos, como sucedía ya en los “colegios de piedad”. En cuanto a los pastores y teólogos, lo primero que debía hacerse era asegurarse de que los candidatos a tales posiciones fueran “verdaderos cristianos” de fe profunda y personal. Pero además Spener invitaba a los predicadores a dejar su tono académico y polémico, pues el propósito de la predicación no era mostrar la sabiduría del predicador, sino llamar a todos los fieles a la obediencia a la Palabra de Dios”.

Al igual que los puritanos ingleses, Spener se oponía a ciertas actividades que el luteranismo de aquellos días consideraba como cosas indiferentes, tales como: asistir al teatro, bailar y jugar a las cartas. También enseñaba la moderación en el vestir, así como en el comer y el beber.

Muy pronto, los jefes de la ortodoxia luterana comenzaron a resentir sus enseñanzas; por una parte, “su reunión en el conventículo es de verdaderos cristianos dejaba la impresión de una actitud de cristiano más santo que tú. El énfasis pietista en los sentimientos condujo a algunas ideas erróneas tanto en las iglesias reformadas como en las luteranas, por ejemplo, la idea de que si uno tiene sentimientos adecuados, no importa lo que crea.”

En otros aspectos, las enseñanzas de Spener contrastaban con las de Lutero, a quien Spener citaba frecuentemente, pero siempre tratando de colocarlo en su justo lugar en relación con las Escrituras. Por esa razón, algunos luteranos ortodoxos pensaban que Spener negaba la autoridad del Lutero. Dice González:

“Había, sin embargo, ciertos elementos en los que Spener iba más allá de lo que había dicho Lutero. Como hemos señalado anteriormente, el Reformador estaba tan preocupado por la doctrina de la justificación, que le prestó poca atención a la santificación. En medio de sus luchas por la doctrina de la justificación por la fe, Lutero había insistido en que lo importante no era la pureza del creyente, o la clase de vida que llevara, sino la gracia de Dios, que perdona al pecador. Calvino y los reformados, al tiempo que concordaban con Lutero, señalaban que el Dios que justifica es también el Dios que regenera y santifica al creyente, y que por tanto hay un lugar importante para el proceso de santificación. La santidad de vida no es lo que justifica al cristiano. Pero Dios sí le ofrece su poder santificador al creyente a quien justifica. En este punto, Spener y los suyos se acercaban más a Calvino que a Lutero. El propio Spener había conocido en Estrasburgo y en Ginebra las doctrinas y prácticas de la tradición reformada, y le parecía que el luteranismo necesitaba mayor énfasis en el proceso de la santificación. Esta era parte de la reforma que ahora proponía, y por ello algunos de los teólogos luteranos lo acusaban de ser un calvinista disfrazado de luterano”.

Por tal razón, Spener se trasladó a Dresde en 1686, y luego a Berlín, donde se le permitió abrir una facultad de Teología en la Universidad de La Halle en 1691, la cual se convirtió, andando el tiempo, en el principal centro de difusión del pietismo, bajo la conducción de uno de sus principales discípulos, Augusto Herman Francke (1663-1727). Ese mismo año, 1691, se publicó una colección de escritos de Spener.

Luego de su muerte, en 1705, el movimiento siguió adelante como una nueva reforma dentro de la reforma. “El movimiento pietista pronto cautivó el interés y la dedicación de millares de cristianos. Muchos de los teólogos lo atacaban repetidamente, acusándolo de ser en extremo individualista, subjetivo, emotivo, y hasta herético. Pero a pesar de ello las gentes seguían sumándosele, pues veían en él un retorno a la fe viva del Nuevo Testamento y de los reformadores.”

El pietismo también es el responsable del comienzo del movimiento misionero moderno. Muy pronto, la Universidad de La Halle se convirtió en un centro donde se recaudaban fondos para las misiones, de tal manera que, en el siglo XVIII, no menos de 60 misioneros fueron enviados a las misiones.

Sin duda alguna, el pietismo, que nunca se separó del luteranismo, contribuyó en gran medida a reavivar a muchas iglesias luteranas que estaban sumidas en un sopor espiritual. Pero, como suele ocurrir casi siempre, su reacción contra la frialdad de las iglesias los llevó también s extremos ascéticos (por ejemplo, Francke no daba mucha oportunidad al juego entre los niños de su institución).

De igual modo, desarrollaron un hipercriticismo que prácticamente condenada a todo aquel que no fuera pietista. Tampoco dieron a la doctrina el lugar de importancia que realmente le corresponde. Como dice un historiador: “La Iglesia Luterana del siglo XVII puso su énfasis en la doctrina; el pietismo puso su énfasis en la vida.” Indirectamente, el pietismo fue también el responsable indirecto del surgimiento del metodismo que veremos en el próximo artículo.

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martes, 24 de agosto de 2010

Los cuáqueros

Otro movimiento que surge en Inglaterra en el siglo XVII es el de los cuáqueros, fundado por George Fox (1624-1691). Fox era hijo de un tejedor, conocido en su comunidad como un hombre de indudable rectitud cristiana. Su madre también era una mujer reconocida por su piedad.

De manera que Fox recibió una profunda formación religiosa que lo movió a procurar desde su juventud una vida cristiana coherente, apartada de la mundanalidad que se percibía en aquellos días en Inglaterra entre muchos que profesaban la fe.

Aunque Fox creía que la Biblia es la palabra de Dios, también creía que ésta era un libro cerrado para cualquiera que lo leyera sin una obra de iluminación de parte del Espíritu de Dios, a la que él llamaba la Luz Interior.

Fox congregó alrededor de sí a un grupo de seguidores que fueron conocidos originalmente como “Hijos de Verdad”, y luego como “Hijos de Luz”. Éstos creían que algo dentro de ellos les decía lo que estaba bien y lo que estaba mal, y que los movía de la falsedad a la verdad, de lo impuro a lo puro. El historiador Justo L. González dice al respecto:

“Esta luz es una semilla que existe en todos los seres humanos, y es el verdadero camino que debemos seguir para encontrar a Dios. La doctrina calvinista de la corrupción total de la humanidad le parecía una negación del amor de Dios y de su propia experiencia. Al contrario, decía él, en toda persona queda una luz interna, por muy eclipsada que esté por el momento. A su vez, esto quiere decir que, gracias a ella, los paganos pueden salvarse. Empero esa luz no ha de confundirse con el intelecto ni con la conciencia. No se trata de una razón natural, como la de los deístas, ni tampoco de una serie de principios de conciencia que señalen hacia Dios. Se trata más bien de algo que hay en nosotros que nos permite reconocer y aceptar la presencia de Dios. Es por la luz interna que reconocemos a Jesucristo como quien es; y es también gracias a ella que podemos creer y entender las Escrituras. Luego, en cierto sentido, la comunicación con Dios mediante la luz interna es anterior a todo medio externo”.

En cuanto a las iglesias existentes en Inglaterra en aquellos días, Fox no aceptaba ninguna de ellas, así como tampoco ninguno de sus credos ni de su teología. Tampoco creía en las escuelas teológicas ni en el entrenamiento formal para el ministerio.

Algunos creen que el nombre de cuáqueros se derivó de una frase que Fox pronunció ante un magistrado inglés al que exhortó a temblar ante la Palabra del Señor. Otros piensan que se trata más bien de una referencia al entusiasmo que manifestaban en sus primeros días los seguidores de Fox y que los llevaba a temblar de emoción. Pero ellos preferían llamarse a sí mismos “Sociedad de Amigos”, basados en el texto de Juan 15:15.

“Sus lugares de reunión eran excesivamente simples. No tenían púlpito. No cantaban... Se sentaban y esperaban en silencio a que el Espíritu los moviera. Si no había movimiento del Espíritu en cierto lapso de tiempo, ellos partían sin pronunciar ninguna palabra. Pero el Espíritu podía mover a uno de los Amigos presente, sea hombre o mujer, así como a varios a la vez. En ese caso, aquellos que eran movidos se levantaban y daban sus mensajes.”

Este movimiento tuvo un crecimiento sorprendente, por cuanto había muchos en Inglaterra que se sentían disgustados por la tibieza y la mundanalidad que manifestaban muchas iglesias en aquellos días. En 1654 el grupo de los cuáquero es era de apenas 60 personas. Cuatro años más tarde el número ascendió a 30,000. Aunque fueron severamente perseguidos, no sólo crecieron en Inglaterra, sino que llevaron sus doctrinas a Europa, África y América.

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viernes, 20 de agosto de 2010

René Descartes: "Cogito, ergo sum"

A René Descartes (1596 - 1650) se le conoce como el padre de la filosofía moderna. Su quehacer filosófico debe ser considerado a la luz del contexto histórico en que Descartes vivió, una época de grandes incertidumbres.

Algunos de los postulados de Aristóteles habían sido desmentidos por la experimentación; los sentidos no eran dignos de todo crédito, como se podía deducir de la teoría heliocéntrica de Copérnico (todos tenemos la sensación de que el sol se mueve, pero resulta que somos nosotros los que nos movemos); la Iglesia había condenado injustamente a Galileo, cuando luego se demostró que era ella la que estaba equivocada.

En medio de este panorama tan confuso, Descartes se pregunta si hay algo que el hombre puede saber con certeza, fuera de toda duda. Descartes necesitaba un punto de apoyo para su pensamiento, pero por el momento lo único que tiene a mano es su propia duda.

De repente todo le parece dudoso, incluyendo su propia existencia y la realidad de las cosas a su alrededor. Y es así como llega a la conclusión de que al menos hay algo de lo que podía estar seguro fuera de toda duda y es el hecho de que él duda. Si aún dudara que esté dudando y pensara que podría estar soñando que duda, aún así estaría dudando.

Y para poder dudar se requiere de un ser pensante que dude (yo no puedo dudar que pienso sin pensar). Y para pensar es necesario que yo exista, porque el pensamiento requiere un pensador. De ese proceso de razonamiento surge su famoso aforismo: “Cogito, ergo sum” – “Pienso, luego existo”.

Ahora bien, partiendo de este principio fundamental, ¿cómo puedo alcanzar la certeza de que los otros existen, que el mundo existe y que Dios existe? Descartes emprende esta tarea colosal analizando su propia duda.

Para saber que duda, él debe conocer que carece de certidumbre. Esta carencia de certidumbre presupone el discernimiento de su propia imperfección (si fuese perfecto no carecería de certidumbre).

Pero para discernir que él es imperfecto debe tener primero la noción de perfección, de lo contrario no tendría ningún parámetro de comparación para saber que es imperfecto. Esta clara idea de perfección debe tener una causa, cuyo efecto no puede ser mayor que la causa que lo produjo.

De ahí deduce que sólo un ser perfecto puede causar la idea de perfección; si la idea de perfección es real, su causa debe serlo también. Descartes llega entonces a la conclusión de que Dios es la causa perfecta de la idea de perfección. Su “Cogito, ergo sum” viene a ser la base para su “Cogito, ergo Deus est” (“pienso, luego Dios existe”).

Pero si Dios existe y es un ser perfecto, entonces no es posible que nos engañe y, por lo tanto, el mundo que percibimos a nuestro alrededor debe ser real también.

Ahora bien, aquí se ha producido un cambio importante en la historia del pensamiento. Hasta Descartes la filosofía medieval se había movido de Dios al hombre; con él se mueve del hombre hacia Dios. El conocimiento del “yo” viene a ser la base de su sistema de pensamiento. Por eso se le conoce como el padre del racionalismo moderno.

De este modo, y seguramente sin estar apercibido de ello, Descartes puso el fundamento para el escepticismo radical que vendría luego. Si el conocimiento parte de lo que cada sujeto sabe y puede diferir de lo que otros sujetos “saben”, era cuestión de tiempo para que se cuestionara la objetividad del conocimiento mismo.

Los cristianos, en cambio, partimos de la premisa de que hay un Dios omnisciente del cual derivamos nuestro conocimiento. El es el “Sujeto” que todo lo sabe y desde Su perspectiva nosotros somos los “objetos” que poseemos apenas una parcela de Su saber.


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