Misión del Blog

Proclamar el señorío de Jesucristo sobre todos los aspectos de la cultura

miércoles, 30 de junio de 2010

El evangelio es un mensaje acerca del pecado

En la entrada anterior vimos que el evangelio es un mensaje acerca de Dios. Pero ahora debemos avanzar un paso más adelante y decir también que es un mensaje acerca del pecado. Fue para resolver el problema del pecado que Dios envió a Su Hijo Jesucristo al mundo.

Cuando el ángel anunció a José que María estaba embarazada, fruto de la obra del Espíritu Santo, le comunicó que el niño debía llamarse Jesús, “porque él salvará a Su pueblo de sus pecados” (Mt. 1:21).

Dios le envió un ángel a José para que le respondiera las tres preguntas más cruciales que podemos hacer acerca de ese niño que se estaba gestando en el vientre de María y del carácter de Su misión.

En primer lugar, ¿quién es éste niño? El ángel responde: Él es Jesús, y este nombre es la forma griega del nombre Josué, cuyo significado es “Jehová es salvación” o “Jehová ciertamente salvará”. Así que desde el principio del evangelio se establece claramente el hecho de que este niño no es otro que la segunda Persona de la Trinidad, Dios el Hijo.

Segunda pregunta, ¿cuál es la misión de este niño? El vino a salvar a Su pueblo.

Tercera pregunta, ¿y de qué cosa tenían ellos que ser salvados? ¿Qué mal tan terrible acecha a estos hombres y mujeres, que la segunda Persona de la Trinidad tuvo que encarnarse para rescatarlos? El ángel responde: El vino a salvar a su pueblo de sus pecados.

No sólo de las consecuencias del pecado, sino también del pecado mismo. Cristo vino a salvarnos de la culpa del pecado, de la esclavitud del pecado, de la depravación que ese pecado ha obrado en todas y cada una de las partes que componen nuestra humanidad. A eso vino Cristo, a buscar y a salvar lo que se había perdido.

No podemos, entonces, predicar el evangelio de Cristo, y obviar el elemento del pecado en esa predicación. El evangelio es una buena noticia, pero solo para aquellos que aceptan primero esta mala noticia: somos pecadores, hemos transgredido la ley de Dios, y estamos bajo condenación (comp. Rom. 3:9-12).

Dios nos dice en Su Palabra que estamos enemistados con El por causa de nuestra naturaleza pecaminosa, que hemos sido rebeldes a su santa ley, que no hemos vivido conscientemente dedicados a cumplir el propósito para el cual fuimos creados: glorificar a Dios en todo cuanto hacemos y gozarnos en Él por siempre.

Por eso nadie puede afirmar que es cristiano, mientras no afirma al mismo tiempo que es pecador, y que esa terrible condición que hemos descrito era realmente su condición antes de conocer a Cristo.

Probablemente no eres todo lo malo que pudiera llegar a ser; de hecho, es posible que seas mejor que muchos hombres y mujeres que conoces, y que seas un hombre o una mujer lleno de principios morales. Pero eso no elimina el testimonio de la Escritura respecto a ti.

Generalmente los hombres piensan de sí mismos que son personas esencialmente buenas, que en ciertas circunstancias hacen cosas malas. Pero Cristo piensa algo muy distinto acerca del hombre. Hablando de la oración, Jesús dijo en cierta ocasión: “Si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan” (comp. Mt. 7:11).

Cristo dice aquí que el hombre es una criatura mala, de la cual salen en ocasiones cosas buenas. Y ahora yo te pregunto, ¿estás de acuerdo con esa evaluación que hace Cristo de ti? Porque nadie será nunca un cristiano verdadero hasta tanto no se vea sí mismo como un pecador que necesita del perdón de Dios. “Los sanos no tienen necesidad de médico…”, dice el Señor.

Cristo vino a salvar pecadores, El vino a buscar y a salvar lo que se había perdido. Y los creyentes tenemos el privilegio de proclamar este mensaje del evangelio a los pecadores; un mensaje que nos habla de Dios, que nos habla acerca del pecado, acerca de Cristo y acerca del arrepentimiento y la fe.

Es nuestro privilegio vivir por ese evangelio, llevar ese olor del conocimiento de Cristo e impregnarlo en todo cuanto hagamos, como señala Pablo en 2Cor. 2:14-16. A Dios le ha placido usar ese evangelio para salvar a los pecadores. Que Dios nos conceda la gracia y la fortaleza, no sólo de proclamarlo, sino también de vivir a la altura de Su llamamiento.


© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.
Leer más...

martes, 29 de junio de 2010

El evangelio es un mensaje acerca de Dios

Hay tanta confusión hoy día con respecto al evangelio, aún en las iglesias que se denominan evangélicas, que bien vale la pena detenernos a considerar en qué consiste realmente el mensaje del evangelio. Y eso es lo que quisiera hacer en los próximos días, comenzando por el hecho de que el evangelio es un mensaje acerca de Dios.

Esto puede sonar muy obvio para algunos, pero este es el punto de partida obligado para comprender el contenido del evangelio.

Pensemos por un momento en los beneficios que el pecador obtiene a través del evangelio. El evangelio de Cristo nos habla de perdón, ese es un punto focal del evangelio, pero ¿qué sentido tendrían esas palabras si quitamos a Dios del escenario? Es a Dios a quien el hombre ha ofendido, y por tanto es con El que el hombre tiene que reconciliarse.

El pecado es una ofensa contra Dios, la justificación es la declaración legal que Dios hace de que nuestros pecados han sido perdonados, de que hemos sido aceptados por El como justos en Su presencia. La adopción nos habla de ser aceptados como hijos dentro de la familia de Dios.

Ninguno de esos beneficios del evangelio tiene sentido hasta tanto no los veamos en relación con la persona de Dios. El evangelio es un mensaje acerca de Dios, de un Dios santo y justo que ha sido ofendido en su santidad y en su justicia por el hombre que ha creado; de un Dios que ha provisto el remedio para ese terrible mal.

Si echamos a un lado ese punto de referencia el evangelio ya no tiene sentido. Cristo no vino al mundo a enseñarnos algunas reglas de moral y de decencia. El vino a reconciliarnos con Dios (Col. 1:21-22). He ahí el verdadero problema del hombre: estamos enemistados con Dios y necesitamos reconciliarnos con Él.

Por eso no podemos predicar eficazmente el evangelio sin tomar la Persona de Dios como punto de partida, un Dios que es presentado en la Escritura no solo como perfecto en amor y bondad, sino también perfecto en santidad y justicia. Si no se posee una imagen adecuada de Dios, tal como El se nos revela en las Escrituras, no podremos comprender la esencia del evangelio.

Es por eso que cuando Pablo predicó el evangelio en Atenas lo primero que hace es corregir los conceptos equivocados que estos hombres y mujeres tenían de Dios.

Pueden leer su mensaje en los versículos 22-31 del cap. 17 de Hechos, pero podemos resumir el sermón de Pablo con estas palabras: “Hay un Dios en los cielos, a quien vosotros no conocéis, el único Dios verdadero; ese Dios es soberano, y vosotros algún día compareceréis ante su presencia para dar cuenta de vuestros pecados. Ese Dios no os necesita, atenienses, porque Él fue quien hizo el mundo y quien lo sostiene”.

Si Pablo hubiese llegado a Atenas diciendo simplemente: “Dios es amor, y envió a Su Hijo a morir por nuestros pecados”, se arriesgaba a que estos hombres distorsionaran por completo el mensaje del evangelio, por cuanto esos hombres paganos tenían una visión distorsionada de Dios.

Así que lo primero que hace es corregir esa distorsión: Dios hizo el mundo, el mundo necesita de Él, pero El no necesita al mundo. Estos atenienses habían hecho un sinnúmero de estatuas y de templos; sus dioses debían ser cargados por ellos en procesiones; pero el Dios que Pablo predicaba era distinto.

De Él dependemos y contra Él hemos pecado. Y ¿qué es lo que ese Dios demanda de nosotros? Vers. 30: ese Dios manda a todos los hombres, en todo lugar, que se arrepientan.

Así que Pablo llegó a esta ciudad predicando un mensaje cuyo punto de partida era el Dios infinitamente santo y justo, creador de los cielos y de la tierra, ante Quien el hombre es responsable de sus acciones.


© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.
Leer más...

Evolución: El chiste del futuro?

“Personalmente estoy convencido de que la teoría de la evolución, en especial el grado al que se ha aplicado, será uno de los chistes más divertidos de los libros de historia del futuro. La posteridad se asombrará de que una hipótesis tan insustancial y dudosa pudiera ser aceptada con tan increíble candidez.”

Malcolm Muggeridge


Leer más...

lunes, 28 de junio de 2010

John MacArthur sobre la resurrección del Señor Jesucristo



Leer más...

Calvino: Del nacimiento a su primer pastorado en Ginebra


Clase de Escuela Dominical, Historia de la Reforma, del domingo 27 de Junio.

Juan Calvino fue, sin duda alguna, uno de los personajes clave de la historia de la Reforma. Lamentablemente, muchas personas hoy día no tienen una idea clara de quién fue Calvino realmente, ni cuál fue el contenido de su enseñanza. Yo espero en el Señor que esta clase contribuya a despejar algunas de las ideas confusas que muchos tienen al respecto.

NIÑEZ Y JUVENTUD

Si ubicamos la fecha de su nacimiento en el contexto de otras fechas importantes de la Reforma, notaremos que Calvino pertenece a la segunda oleada de reformadores.

Lutero 1483-1546
Zwinglio 1484-1531
Enrique VIII 1491-1547
Melanchton 1497-1560
Calvino 1509-1564

Jean Cauvin, el nombre con que fue bautizado, nació el 10 de julio de 1509 en Noyon, en la provincia francesa de Picardía, a unos 100 km al norte de París (unos años antes Lutero y Zwinglio habían sido ordenados para el sacerdocio). No es mucho lo que se conoce de su niñez o de su juventud, porque Calvino no era dado a hablar de su persona. Las referencias que hace de sí mismo en sus sermones son sumamente escasas.

Su familia, aunque modesta, pertenecía a la pequeña burguesía de la ciudad. Su padre, Gerard Cauvin, llegó a ocupar cargos eclesiásticos importantes. Su madre, Jeanne Le Frank, también provenía de una familia muy religiosa. El matrimonio de Gerard y Jeanne procreó cuatro hijos – Carlos, Juan, Antonio y Francisco – y dos hijas, María y otra de nombre desconocido.

Calvino fue un niño muy enfermizo, condición que lo acompañó durante el resto de sus días y que probablemente influyó en su carácter tendente a la melancolía. Otro hecho importante de su niñez fue la muerte de su madre, cuando Calvino tenía apenas 3 años de edad.

Sus primeros 14 años los pasó en la provincia de Picardía y desde pequeño fue destinado a la vida eclesiástica. A la edad de 12 años firmó los votos de la capellanía y luego recibió la tonsura, marcando así su futuro como sacerdote. En agosto de 1523 partió hacia París para continuar allí sus estudios. Ingresó primero en el Colegio Superior del Mercado de París, donde recibió una muy buena base tanto en Latín como en Francés de un ex - sacerdote llamado Mathurin Cordier, a quien Calvino dedicaría su comentario a los Tesalonicenses 20 años más tarde. Años más tarde, Cordier abrazaría la reforma e iría a parar a Ginebra donde fungió como maestro en la escuela fundada por Calvino.

Más tarde, Calvino fue enviado a estudiar al colegio de Montaigu, de muy mala fama por su suciedad. Erasmo, que estuvo allí a finales del siglo XV, describe este centro educativo en términos muy sarcásticos: “Una cama durísima, un alimento parco y soso, de manera que desde el primer año de experimento, a fuerza de vigilias y trabajos muchos jóvenes de grandes esperanzas alcanzaron la muerte, otros la ceguera, otros la demencia, algunos la lepra. Y nada digo de la carnicería que causaban los azotes, incluso a los inocentes.”

Esta no parece ser una imagen exagerada. Para esa época el director de la escuela era un hombre llamado Jean Tempete, por lo que los estudiantes le pusieron el apodo de le terrible tempete, “la terrible tempestad”. “Más que un colegio para adolescentes parecía un monasterio muy severo y riguroso.” No obstante, Calvino nunca se quejó de la institución.

Un dato interesante es que Ignacio de Loyola estudió en ese mismo colegio, aunque no sabemos si él y Calvino llegaron a conocerse en algún momento; tomando en cuenta que Loyola tenía entonces 36 años y Calvino estaba a punto de cumplir los 20, es muy probable que no hayan coincidido.

Tampoco sabemos a ciencia cierta si las controversias religiosas de la época eran conocidas y discutidas entre los estudiantes de la escuela, pero podemos sospechar que así fue. No obstante, sí sabemos que Calvino había cultivado algunas amistades importantes, como es el caso de Nicolás Cop, hijo del médico del rey de Francia, Francisco I.

Por diversas razones que no vienen al caso, el padre de Calvino, que había destinado para su hijo la carrera eclesiástica, en 1528 lo movió a estudiar leyes: Para tales fines, se dirigió a Orleans e ingresó en la Facultad de Derecho donde enseñaba como maestro Pierre de l’Estoile, a quien algunos consideraban “el jurisconsulto más agudo de todos los doctores de Francia.” Un año más tarde se trasladó a Bourges para proseguir los estudios de Derecho. Finalmente, obtuvo el grado de bachiller en Derecho en 1530.

En 1531, y estando en la ciudad de París, Calvino recibe la noticia de que su padre estaba gravemente enfermo. De modo que regresa a Noyon donde encuentra a su padre en medio de un conflicto eclesiástico debido a su negativa a acreditar ciertos documentos y cuentas de la Iglesia. El asunto desembocó en que su padre fuera excomulgado. Falleció finalmente el 26 de mayo de 1531, y sólo se le permitió ser enterrado en suelo sagrado, en vez de en una tumba abandonada, cuando la familia prometió liquidar la deuda paterna. Podemos suponer que esto contribuyó a alejar el corazón de Calvino de la Iglesia romana.

Calvino continuó sus estudios en París hasta que se licenció en leyes en febrero de 1532, y luego se doctoró en Orleans en 1533. Durante ese período, Calvino continuó profundizando sus estudios humanistas. Estudió hebreo, perfeccionó su conocimiento de los clásicos griegos y latinos, así como el arte de escribir. En abril de 1532, con apenas 22 años de edad, publicó su primera obra, un comentario sobre el tratado de Séneca titulado De Clementia. “En esta obra Calvino dio muestras de un conocimiento asombroso de las antiguas obras paganas y de los líderes de la Iglesia primitiva, además de un notable dominio de las técnicas humanistas y de la crítica histórica y literaria.”

SU CONVERSIÓN

No sabemos a ciencia cuándo ni cómo fue la conversión de Calvino. Pero sí sabemos que el 1 de noviembre de 1533 ocurrió un incidente que nos muestra que se había operado un cambio drástico en sus convicciones religiosas. El rector de la Universidad de la Sorbona en París, Nicolás Cop el amigo de Calvino, pronunció un discurso en ocasión de la apertura del año académico; pero más que un discurso, era un sermón que mostraba una clara influencia tanto de Erasmo como Lutero.

En este sermón, Nicolás Cop defendió la doctrina de la justificación por los méritos de Cristo, a la vez que protestó contra los ataques y persecuciones de que eran objeto los que disentían de la Iglesia de Roma: “Herejes, seductores, impostores malditos, así tienen la costumbre el mundo y los malvados de llamar a aquellos que pura y simplemente se esfuerzan en insinuar el evangelio en el alma de los fieles.” Y luego añadió: “Ojala podáis, en ese período infeliz, traer la paz a la Iglesia más bien con la palabra que con la espada.”

El discurso cayó como una bomba en la Universidad y en otros sectores, a tal punto que el Parlamento inició un proceso contra él. Por otra parte, comenzó a correr el rumor de que la mano de Calvino estaba detrás de la redacción del discurso. “Si Calvino no escribió el discurso, por lo menos lo influyó en tono y contenido, que era profundamente protestante.”

Un mes más tarde, cuando Nicolás Cop se dirigía al Parlamento para responder el sumario que se había preparado en su contra, un amigo diputado le envió una nota advirtiéndole que debía escapar por su vida, pues el Parlamento estaba siendo presionado por la Sorbona para que fuese condenado. Es así como Calvino y Nicolás Cop deciden escapar de París.

Unos 30 años más tarde, en su Comentario de los Salmos, que data de 1557, Calvino habría de referirse a su conversión en estos términos: “Como fuese que estuviera yo tan obstinadamente entregado a las supersticiones del papado… por una conversión súbita, Dios subyugó y llevó mi mente a la docilidad, que estaba demasiado endurecida en tales cosas de lo que pudiera esperarse en ese período temprano de mi vida”.

PRIMER MINISTERIO EN GINEBRA

Luego de su huida de París, Calvino fue a su ciudad natal, Noyon, donde renunció a los beneficios eclesiásticos que recibía por mediación de su padre desde hacía tiempo. De ahí partió hacia Angouleme, a la casa de un amigo y antiguo compañero de clase, Luis du Tillet, que era canónigo de la catedral, y quien simpatizaba con la Reforma. Éste había heredado de su padre unos 3 a 4 mil libros, una biblioteca enorme en aquellos días. Allí pasó Calvino varios meses, usando el nombre falso de Carlos de Espedille, aprovechando este tiempo para estudiar y, muy probablemente, para comenzar a bosquejar lo que habría de ser su obra magna: La Institución de la Religión Cristiana (del lat. Institūtum – “instrucción básica”).

Finalmente, y luego de una corta visita a París y Orleáns, se establece en Basilea (de 1534 a 1536), donde publica su primera versión de la Institución, en marzo de 1536, redactada en latín. Esta obra, que en su versión original consta de 516 páginas, pasaría por 7 revisiones en los próximos 23 años, hasta alcanzar en 1559 el tamaño que tiene actualmente. La primera versión constaba de 6 capítulo, la última de 80 (esta obra monumental, que originalmente sería un breve manual de instrucción, habría de sufrir un aumento de un 500 %). “La Institución de Calvino vendría a ser la obra maestra que define la teología Protestante, el libro más importante que habría de ser escrito durante la Reforma.”

Calvino sale de Basilea en 1536 y se dirige a Estrasburgo con la intención de proseguir sus estudios y dedicarse a escribir. Pero algo ocurrió en el camino que habría de cambiar su vida para siempre. En este tiempo ya Calvino era un hombre muy conocido por los partidarios de la reforma, aunque no había cumplido aún los 27 años de edad. De manera que, al llegar a la ciudad de Ginebra en su camino a Estrasburgo, fue detenido por Guillermo Farel quien vio en Calvino el hombre que podía encargarse de la reforma en aquella ciudad. El mismo Calvino explica lo ocurrido:

Guillermo Farel me detuvo en Ginebra, no tanto por su consejo o exhortación como por una imprecación terrible, la que sentí como si Dios desde el cielo hubiera puesto sobre mí su poderosa mano para aceptarme. Puesto que el camino más directo a Estrasburgo, ciudad donde intentaba retirarme, estaba bloqueado por las guerras, había resuelto entrar de paso en Ginebra quedándome una sola noche en dicha ciudad. Poco tiempo antes el papismo había sido expulsado de ella... pero las cosas aún no se habían tranquilizado, y la ciudad estaba dividida en facciones no santas y peligrosas. Hecho esto, Farel, que ardía con un celo extraordinario por el progreso del Evangelio, inmediatamente puso en tensión todos sus nervios a fin de detenerme. Y en cuanto supo que en mi corazón deseaba dedicarme a mis estudios privados, por lo cual quería mantenerme libre de otros compromisos, y al darse cuenta que nada lograría con sus súplicas, procedió a pronunciar una imprecación diciendo que Dios maldeciría mi retiro y la tranquilidad para estudiar que estaba buscando, si me retiraba y me negaba a cooperar cuando era tan urgente la necesidad. Me sentí tan afectado por el terror a causa de esta imprecación que desistí del viaje emprendido; pero, consciente de mi natural carácter tímido y vergonzoso, no quise ponerme bajo la obligación de desempeñar algún oficio especial.

Calvino se establece en la ciudad de Ginebra como lector de la Santa Escritura en la iglesia de San Pedro. Pero Calvino y Farel no se limitaron a la obra en Ginebra. A finales de Septiembre de 1536 ambos viajaron a la ciudad de Lausanne, donde se encontraba Pedro Viret (íntimo amigo de Calvino) laborando como pastor. La razón de su viaje era participar en un debate auspiciado por la ciudad de Berna, con el propósito de decidir cuál religión habría de predominar en los territorios circundantes que Berna había conquistado del Duque. Viret y Farel serían los exponentes del lado protestante (se suponía que Calvino no tomaría parte activa en la discusión); y de los 174 sacerdotes que aceptaron la invitación del lado Católico, sólo 4 de ellos participaron en el debate.

La catedral de Lausanne se abarrotó de personas. Cinco diputados de Berna acudieron para darle un carácter oficial al asunto; también contaban con secretarios que debían copiar la discusión palabra por palabra. Farel fue el primero en hablar; durante una semana presentó diez tesis que eran rebatidas por el lado católico, quienes acusaron a los protestantes de ignorar la tradición de los primeros padres de la iglesia sobre el asunto de la presencia de Cristo en la Eucaristía. “Si conocierais lo que los padres dijeron, veríais que vuestra posición es falsa y condenada.” Calvino se sintió exasperado por esa declaración.

Las horas que había pasado estudiando los primeros padres de la Iglesia, cuando era estudiante de París, le fueron de gran ayuda. Se levantó y empezó a refutar al orador católico. Con asombrosa memoria empezó a citar a Cipriano, Tertuliano, Crisóstomo, Agustín y muchos otros. Y no se limitaba a mencionar el autor, sino que Calvino identificaba y citaba el libro y el capítulo en el cual el Padre de la Iglesia había escrito sobre tal tema. Argumentaba de una forma intachable. Cuando terminó, la multitud estaba grandemente excitada. El pueblo se apretujaba y aclamaba con entusiasmo al joven orador desconocido.

Un monje franciscano alzó la voz diciendo que esta era la verdadera doctrina. Pidió a Dios que le perdonará sus pecados por haber estado enseñando y siguiendo los falsos dogmas de Roma durante tantos años. Muchos otros estuvieron de acuerdo con él, a pesar de que no se expresaron en forma tan efusiva. En los meses que siguieron, 120 sacerdotes y 80 monjes de los distritos circundantes se convirtieron a la fe protestante, que había pasado a ser la religión oficial en tales territorios.

Mientras tanto, en la ciudad de Ginebra Calvino se había convertido en el principal colaborador de Guillermo Farel en la tarea de proseguir el proceso de reforma. Para tales fines, en Noviembre de 1536 Calvino presentó ante el Consejo una Confesión de Fe de 21 artículos que el pueblo debía aceptar bajo juramento. Y unos meses más tarde, a mediados de Enero de 1537, los dos predicadores presentaron otro documento en el que pedían cuatro reformas básicas para la Iglesia de Ginebra:

1. Que nadie participara de la Santa Cena si no es con verdadera piedad y genuina reverencia. “Por tal razón y a fin de mantener la integridad de la Iglesia, es necesaria la disciplina.” Calvino también pedía que la Cena del Señor se celebrara con más frecuencia.
2. Que se reformaran las leyes concernientes al matrimonio según la Palabra, “ya que el Papa las ha confundido de tal modo, dictando decretos a su antojo.”
3. Que los niños fuesen catequizados por sus padres, y que en ciertas ocasiones del año comparecieran ante los pastores para asegurarse de que realmente estaban aprendiendo la Palabra de Dios.
4. Que el pueblo participara activamente en los servicios de adoración cantando salmos. “Hay salmos que deseamos sean cantados en la iglesia. Si se adopta la reforma, la gente tendrá que cantar en las iglesias. No han cantado durante siglos. Ni siquiera han entendido el latín cantado por los sacerdotes. Ahora, en vez de ser mudos espectadores, tendrán una parte en el culto. Con ello adorarán a Dios, cantando sus alabanzas, y darán gracias a Dios de común acuerdo.”

El Consejo aceptó sin problema los últimos tres puntos; pero el asunto de la excomunión era otra cosa. Los magistrados se resistían a “cambiar lo que ellos consideraban como tiranía clerical católica por un nuevo yugo protestante.” Calvino, por su parte, se sentía cada vez más decepcionado por el estado moral del pueblo.

Calvino se fue llenando de una tristeza que rayaba en enojo. A su alrededor, el pueblo de Ginebra, volvía a la vida que habían abandonado cuando combatían contra el duque. Las tabernas de nuevo se veían llenas; gentes borrachas invadían otra vez las calles. Los dados volvían a raquetear en las apuestas de juego. Las cartas nunca se estaban quietas. Los hombres hablaban sin recato de sus queridas o de sus aventuras con prostitutas.

La tensión llegó a tal punto que el Consejo de la ciudad ordenó a Farel y a Calvino que dejasen de predicar; pero ambos desobedecieron la orden y se negaron a administrar el sacramento, por lo que el Consejo decidió expulsarlos de Ginebra. Y fue así como, el 25 de abril de 1538, Calvino y Farel abandonaron la ciudad.

Como no pude concluir la clase, el resto del material será posteado la semana próxima.

© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.
Leer más...

sábado, 26 de junio de 2010

Conferencia Biblica 2010: El hombre y su vida emocional


El tema de la Conferencia Biblica 2010 es: El hombre y su vida emocional. Te invitamos a participar junto a nosotros, del 16 al 18 de Septiembre. Mas adelante traeremos mas informacion al respecto. Por ahora queremos compartir los temas de las plenarias y de los talleres.





Plenarias

1. Dios no es estoico (¿Tiene Dios emociones?) - Brian Borgman
2. El hombre: una radiografía de sus emociones - Brian Borgman
3. La Transformación de nuestras emociones y el evangelio - Brian Borgman
4. Cuando las Emociones Gobiernan - Sugel Michelén
5. "Airaos pero no pequéis": El caso particular de la ira y el enojo - Eduardo Saladín
6. "No temáis": El caso particular del miedo y la ansiedad - Salvador Gómez

Taller #1


1. Los sentimientos de culpa y la victoria de la cruz - Héctor Salcedo
2. La música y las emociones - Alberto Rincón
3. Proverbios y su vacuna contra la ira pecaminosa - Eric Gómez y Salvador Gómez
4. Los Salmos: Un Arcoiris de Emociones - Marcos Peña
5. Llorando con los que lloran (ministrando a las emociones; un ministerio de consolación - Leopoldo Espaillat

Taller #2

1. Criando hijos emocionalmente estables - Lester Flaquer
2. El gigante desesperación: ¿hay remedio contra la depresión? - Sugel Michelén
3. ¿Qué lugar tienen las emociones en la vida cristiana? (Una reseña de LOS AFECTOS RELIGIOSOS de Jonathan Edwards) - Salvador Gómez
4. El fruto del Espíritu es... Gozo - José Aguero
5. Viviendo como criaturas emotivas ante la Palabra y la Oración - Miguel Hazim

Leer más...

Amemos a los homosexuales y lesbianas

Mañana se llevará a cabo en nuestro país, República Dominicana, una marcha de orgullo gay. A la luz de esa realidad es que hago este llamado a que amemos realmente a los homosexuales y lesbianas.

Luego de la revelación pública de un reconocido artista sobre su homosexualidad, muchos le manifestaron su apoyo creyendo que le hacen un favor al cantante saliendo en su defensa y aceptando su estilo de vida; pero lo cierto es que aquellos que apoyan la homosexualidad y el lesbianismo no están mostrando verdadero amor a los homosexuales y lesbianas.

Dios condena ambos pecados en Su Palabra y los presenta como algo destructivo. Pablo dice en su primera carta a los Corintios que “ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios” (1Cor. 6:10; comp. Lv. 18:22; 20:13; Judas 7).

Y en los versículos 26-27 del capítulo 1 de su carta a los Romanos explica la naturaleza de ambas prácticas diciendo que “las mujeres cambiaron el uso natural por el que es contra naturaleza, y de igual modo también los hombres, dejando el uso natural de la mujer…” (la homosexualidad es antinatural; aun la manera cómo Dios diseñó al hombre y a la mujer nos dice que uno fue creado para complementar al otro, pero la homosexualidad viola ese diseño),

“…se encendieron en su lascivia unos con otros…” (esta expresión señala una pasión violenta dirigida hacia un objeto que no debe ser legítimamente deseado),

“…cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres…” (una vez más Pablo resalta el carácter vergonzoso de este pecado; el artista en cuestión es ahora un héroe a los ojos de muchos por haber confesado públicamente su homosexualidad; y los medios masivos de comunicación están contribuyendo cada vez más a que el público lo vea así; pero ahora noten lo último que Pablo dice en el texto al final del vers. 27),

“…y recibiendo en sí mismos la retribución debida a su extravío” (alguien hace la siguiente paráfrasis de esta oración: “Recibiendo las terribles consecuencias físicas y morales de su lujuria”).

Los cristianos no odiamos a los homosexuales, ni pensamos que están fuera del alcance de la misericordia de Dios si se arrepienten.

Pero precisamente porque queremos el bien de ellos debemos denunciar el estilo de vida que llevan y llamarlos a que se arrepientan y depositen su fe en la obra redentora de Jesucristo, porque los homosexuales y lesbianas pueden ser transformados por el poder de la gracia de Dios, como nos enseña Pablo claramente en 1Corintios 6:11:

"Y esto érais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios".


© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.
Leer más...

viernes, 25 de junio de 2010

¿Himnos o coritos? He ahí el dilema

En la entrada anterior vimos que los Salmos inspirados deben ser el modelo que sirva de patrón a los himnos que cantamos en la iglesia. A la luz de esa realidad, ¿cómo deberían ser los himnos que entonamos en nuestros cultos? Eso es lo que pretendo responder en las próximas entradas. Y la primera característica que debemos señalar es que nuestros himnos deben ser ricos en contenido bíblico.

Pablo dice en Col. 3:16 que la Palabra de Cristo debe morar abundantemente en nosotros, enseñándonos y exhortándonos unos a otros “en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor, con salmos, himnos y cánticos espirituales”.

La palabra que RV traduce como “abundancia”, significa “ricamente”. Dios quiere que Sus hijos atesoren un abundante arsenal de Su Palabra.

Como dice un comentarista, no se trata únicamente de que los santos se rindan a la Palabra, “sino que deben tener un buen conocimiento de ella. El Espíritu Santo usa la Palabra de Dios que conocemos para hablarnos y guiar nuestras vidas. El solo puede hablarnos eficientemente en la medida en que conocemos Su Palabra. Ese es el lenguaje que El usa” (West).

Y uno de los medios que Dios quiere que usemos para cumplir ese cometido, dice Pablo en el de Colosenses, son nuestros cantos congregacionales.

Es interesante notar que Pablo usa estas mismas palabras para describir su ministerio en Col. 1:24-28:

"Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros y cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia. De ella fui hecho ministro, según la administración de Dios que me fue dada para con vosotros, para que anuncie cumplidamente la palabra de Dios, el misterio que había estado oculto desde los siglos y edades, pero que ahora ha sido manifestado a sus santos. A ellos, Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles, que es Cristo en vosotros, esperanza de gloria. Nosotros anunciamos a Cristo, amonestando a todo hombre y enseñando a todo hombre en toda sabiduría, a fin de presentar perfecto en Cristo Jesús a todo hombre".

De manera que no podemos tener un doble estándar en la iglesia. Si exigimos que la predicación tenga un buen contenido bíblico, ¿por qué exigiremos algo distinto en nuestros cantos congregacionales, si tanto lo uno como lo otro están supuestas a alcanzar el mismo objetivo?

El hecho de que la letra de un himno no sea herética, no significa que puede ser usado en nuestros cultos de adoración. El problema de algunos himnos no es que digan algo malo, es que prácticamente no dicen nada. Repiten una misma idea una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez, como una especie de mantra evangélico. Pero eso no es lo que encontramos en el libro de los salmos.

Como dice Terry Johnson: “Si las canciones que cantamos en la adoración se parecen a los salmos, éstas desarrollarán un tema en muchas líneas con un mínimo de repetición. Serán ricas en contenido teológico y experimental. Nos dirán mucho acerca de Dios, del hombre, del pecado, de la salvación y de la vida cristiana. [Y] Expresarán el amplio espectro de la experiencia y las emociones humanas”.

Una de las cosas que alegan aquellos que están en contra de los himnos tradicionales, es el hecho de que son muy largos y densos en contenido, mientras que los coritos proveen pocas verdades que pueden fijarse mejor en nuestra memoria y trabajar en el corazón, sobre todo tomando en cuenta el hecho de que vivimos en una época en que las personas no están tan acostumbradas al esfuerzo mental.

Pero, es interesante notar que en los tiempos del AT los israelitas eran iletrados en un 95 % y, sin embargo, todos los salmos poseen suficiente material como para ser convertidos en himnos de cinco estrofas o más, con la única excepción de los Salmos 117, 123, 131, 133 y 134; es decir, que solo el 3 % de los salmos son himnos breves.

La verdadera adoración demanda un esfuerzo mental; y esto no se aplica únicamente a la predicación, sino también a la alabanza. Pablo dice en 1Cor. 14:15 que nosotros debemos cantar con el espíritu, pero también con el entendimiento, presuponiendo que en nuestros cantos debe haber algo que entender.

Con eso no quiero decir que estoy en contra de los himnos contemporáneos o de las composiciones breves, pero creo que debemos evaluar lo que cantamos en la iglesia a la luz su contenido, no a la luz de su novedad o brevedad. Los himnos no son mejores por ser antiguos, sino por ser vehículos apropiados para que la Palabra de Cristo more en abundancia en nosotros.


© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.
Leer más...

jueves, 24 de junio de 2010

¿A qué se refiere Pablo en Ef. 5:18-19 y Col. 3:16 al hablar de “Salmos, himnos y cánticos espirituales”?

Varias respuestas se han dado a esta pregunta al tratar de identificar el significado distintivo de cada uno de esos términos; pero lamentablemente algunos han exportado hacia la Biblia definiciones modernas que oscurecen su significado en vez de aclararlos.

Una de las reglas que debemos aplicar en nuestro estudio de la Biblia, es que la Biblia se interpreta a sí misma. Veamos, entonces, cuál es el uso que la Biblia da a estos términos.

La palabra “salmos” significa simplemente “canción de alabanza” y aparece 87 veces en la Septuaginta, la versión griega del AT que tanto Cristo como los apóstoles usaron. De esas 87 veces, 78 se encuentran en el libro de los Salmos; y de esas 78, 67 veces aparecen en los títulos de los Salmos.

En el NT, esta palabra aparece 7 veces, 3 de ellas citando directamente el libro de los Salmos. Así que, de las 87 veces que esta palabra aparece en la Septuaginta, y de las 7 que aparece en el NT, por lo menos unas 70 veces se usa en referencia directa a los salmos inspirados del salterio.

En los otros pasajes en que esta palabra es usada, la mayoría de las veces aparece en textos donde se nos exhorta cantar salmos o donde alguien expresa su determinación de cantarlos. Así que no cabe ninguna duda de que esta palabra se refiere primariamente, aunque no únicamente, a los salmos inspirados que encontramos en las Sagradas Escrituras.

La palabra “himnos” ocurre 17 veces en la Septuaginta, 13 de ellas en el libro de los Salmos; y de esas 13 apariciones, 6 son incluidas como parte del título de algunos salmos. En el NT la palabra aparece sólo dos veces, en Ef. 5:19 y Col. 3:16.

Es interesante notar que esta palabra se usa en varias ocasiones en la Septuaginta para traducir la palabra hebrea tehillah que es la que usaban los hebreos para designar el libro de los Salmos.

La tercera palabra que Pablo usa en Ef. 5 y Col. 3 es “cánticos”, la cual es usada 80 veces en la Septuaginta, 45 de ellas en los salmos; y de esas 45, 36 veces en los títulos de algunos salmos. Mientras que en el NT, esta palabra aparece en los dos pasajes de Efesios y Colosenses, así como 4 veces más en el libro de Apocalipsis.

De manera que los tres términos que Pablo usa en Ef. 5:19 y Col. 3:16 – “salmos, himnos y cánticos espirituales” – se usan en la Septuaginta para designar las composiciones inspiradas del salterio. Algunas de esas composiciones son señaladas como “salmos”, otras como “himnos” y otras como “cánticos”.

Y aún tenemos el caso de que algunos de los salmos parecen encajar en más de una categoría a la vez, ya que algunos son designados en sus títulos como salmos y como cánticos al mismo tiempo. Es por eso que no me siento preparado para definir con precisión el significado de estas tres palabras y cómo se distinguen entre sí.

De lo que no tenemos ninguna duda es que estos términos que aparecen en Ef. 5 y Col. 3 son usados en las Escrituras para designar las composiciones poéticas que encontramos en el libro de los salmos.

Es por eso que algunos creyentes se limitan exclusivamente a cantar salmos en sus cultos de adoración. Ellos entienden que la iglesia no tiene ninguna garantía bíblica para cantar otra cosa en sus cultos, excepto los salmos inspirados por el Espíritu de Dios.

Sin embargo, aunque es indudable que siempre será mucho más edificante cantar solamente salmos, que entonar muchas de las canciones que hoy se canta en algunas iglesias, nuestra convicción es que la iglesia de Cristo no tiene que limitarse a cantar únicamente los salmos del salterio, y eso por varias razones.

Por un lado, la Biblia misma no parece limitar las alabanzas de ese modo. En el AT encontramos algunas canciones de alabanza que son anteriores a los salmos y que no fueron incorporadas luego en el libro de los salmos (como Ex. 15; Deut. 32; Jue. 5).

Y cuando llegamos al NT, encontramos algunos textos poéticos que muchos estudiosos de las Escrituras entienden que son fragmentos de himnos nuevo testamentarios, como es el caso de Jn. 1:1-5; Fil. 2:5-11; Col. 1:15-20, etc.

Pero aún si alguien argumentara que no podemos decir con seguridad que esos pasajes sean fragmentos de himnos que se cantaban en la iglesia primitiva, en el libro de Apocalipsis encontramos al pueblo de Dios ya glorificado en los cielos, cantando himnos de alabanza que no se encuentran en los salmos, como vemos en Ap. 5:9ss, o en Ap. 15:3-4.

Por otra parte, a través de la historia de la redención, vemos que la alabanza a Dios no ha sido estática, sino que ha progresado juntamente con el progreso de la revelación. Cuando Dios libró al pueblo de Israel del ejército de Faraón a través del paso del mar rojo, ellos lo celebraron cantando un cántico alusivo a ese hecho (Ex. 15).

Lo mismo vemos en Nm. 21:17, cuando Dios les dio agua en el desierto; o en Jue. 5, cuando fueron librados de Jabín, rey de Canaán, en tiempos de Débora y Barac; o en el Magnificat de María, en Lc. 1:46. En cada nueva etapa, surge un nuevo canto.

¿No deberíamos nosotros reconocer en nuestras alabanzas el progreso de la revelación divina y la etapa de la historia de la redención en que nos encontramos? ¿No deberían aludir nuestros cantos a esa gran obra de salvación que Dios llevó a cabo a través de la encarnación, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo?

Algunos dirán que los salmos testifican del Mesías, y es verdad; eso lo vemos claramente en el NT. Sin embargo, esos salmos se encuentran todavía en ese período de sombra que anticipaba lo que habría de venir, pero que todavía no había llegado. De hecho, si nos limitáramos a cantar los salmos del salterio nunca mencionaríamos el nombre de Jesús en nuestras alabanzas.

Como bien ha dicho alguien: “La consumación de la redención en Cristo requiere todo un nuevo lenguaje de alabanza: acerca de Jesús el Dios-Hombre, Su expiación definitiva, Su resurrección por nuestra justificación, y nuestra unión con El por la fe como el nuevo pueblo de Dios” (Frame; Worship in Spirit and in Truth; pg. 126).

Nosotros somos creyentes del nuevo pacto; tenemos en nuestras manos una revelación completa y somos los beneficiarios de una obra de redención que ya fue consumada una vez y para siempre en la cruz del calvario.

Si a través de nuestros cantos hemos de instruirnos unos a otros en toda sabiduría, de modo que la palabra de Cristo more en abundancia en nosotros, de ninguna manera deberíamos obviar en nuestros himnos de alabanza esa realidad de la que ahora somos partícipes.

Es interesante notar que los que abogan por el uso exclusivo del salterio en sus cultos, se ven obligados a adaptar las letras de los salmos, tanto en su rima como en su métrica, de modo que podamos cantarlos en nuestro propio idioma.

Y no es que tengamos algún problema con este tipo de adaptación. Todo lo contrario. Damos muchas gracias al Señor por el trabajo de tantos hombres y mujeres capaces que han hecho posible que hoy podamos cantar algunos de los salmos en nuestro idioma, con una rima y una métrica apropiada.

Pero no podemos perder de perspectiva que lo que estamos cantando ya no son los Salmos tal como fueron inspirados, sino una traducción y adaptación del contenido de los salmos. Ahora, yo me pregunto, ¿cuál es el problema, entonces, si adaptamos el contenido de otros pasajes de las Escrituras?

Por otra parte, ya hemos visto que el canto en la iglesia es un medio de instrucción, como lo es la predicación. A través de la predicación nosotros usamos nuestras propias palabras para proclamar y enseñar las doctrinas de la Biblia. ¿Por qué no podemos hacer lo mismo con nuestros cantos?

Lo que hace un buen compositor de himnos no es más que plasmar poéticamente, y en sus propias palabras, el mensaje de las Escrituras. ¿Por qué eso es lícito para el predicador y no para el compositor?

El punto, entonces, no es que cantemos exclusivamente la letra de los salmos; pero, a la luz de las palabras que Pablo usa en Ef. 5:19 y en Col. 3:16, es indudable que hay una estrecha relación entre los himnos que debemos cantar en la iglesia y los salmos que el Espíritu Santo inspiró.

Debemos cantar los salmos, eso es un mandato bíblico; pero debemos procurar también que nuestros himnos reflejen, en la mayor medida posible, ese modelo bíblico. El mismo Espíritu que nos mueve a cantar, es el mismo que inspiró los Salmos de la Biblia.

En la medida en que sigamos ese modelo divino, en esa misma medida estaremos caminando sobre un terreno seguro si queremos realmente glorificar a Dios y edificarnos unos a otros.

Como dice Peter Master, el actual pastor del Tabernáculo Metropolitano, la iglesia que Spurgeon pastoreó por unos 37 años, el primer estándar de un himno que sea digno de ese nombre es “que refleje el ejemplo y la metodología de los salmos”.

Y Terry Jonson comenta al respecto: “¿Qué es lo que hace que una canción de adoración cristiana luzca como tal? Respuesta: Que se parezca a un salmo”. Y más adelante añade: “Los salmos proveen el modelo para la himnodia cristiana” (Give Praise to God; pg. 68).

Ahora bien, si los salmos deben ser nuestro modelo, ¿cómo deberían ser nuestros himnos? Espero contestar esta pregunta en los siguientes artículos, si el Señor así lo permite.


© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.
Leer más...

miércoles, 23 de junio de 2010

En la iglesia no cantamos para evangelizar

Yo se que esta declaración puede resultar chocante para algunos, pero lo cierto es que en ningún lugar del NT se presenta el canto congregacional primariamente como un medio para salvar a los perdidos.

Con esto no estamos negando el hecho de que Dios puede usar las verdades de Su Palabra expresadas a través de un himno para salvar a un pecador. Hay personas que dan testimonio de que fueron alcanzadas, o al menos, inicialmente despertadas a su condición espiritual y su necesidad de un Salvador, escuchando la letra de un himno.

Pero eso no elimina la realidad de que el canto congregacional no tiene como propósito especifico venir a ser un vehículo evangelístico. Tanto en Ef. 5:19 como en Col. 3:16, Pablo dice que los creyentes se enseñan y exhortan unos a otros mientras dirigen su canto al Señor. ¿A quiénes dirigimos nuestros himnos, primariamente? Al Señor y a los hermanos.

Allí no dice nada de hablarle al incrédulo a través del canto. Para eso está la locura de la predicación, como dice Pablo en 1Cor. 1:21. Si el Espíritu Santo quiere, El puede usar esas verdades cantadas para obrar en el corazón de un pecador; pero el canto congregacional no va dirigido a ellos primariamente.

Y cuando esa verdad elemental es pasada por alto, ¿saben qué es lo próximo que suele suceder? Que la letra y la música de los himnos comienzan a ser adaptadas para que sean más potables al gusto y la mentalidad del hombre incrédulo, a la vez que se comienzan a tomar prestados algunos de los estilos que el mundo usa.

Ese es el argumento que muchos dan hoy día para el uso de cierto tipo de música en la iglesia. Y algunos piensan, incluso, que tienen apoyo bíblico para esa “perspectiva evangelística”. “Hay que hacerse judío para ganar a los judíos”, dicen algunos, basándose en las palabras de Pablo en 1Cor. 9.

Pero ¿significa eso que nosotros debemos adaptar el estilo del mundo para alcanzar al mundo? Eso fue precisamente lo que Pablo se negó a hacer cuando predicó el evangelio a los Corintios (comp. 1Cor. 2:1-5). Como dijo Spurgeon en cierta ocasión: “No debemos usar la pólvora de Dios en los cañones del diablo”.

¿Qué significa, entonces, lo que Pablo dice en 1Cor. 9? Esto no es más que una aplicación más amplia del tema que trató en el cap. 8, y que vuelve a tratar en el cap. 10, acerca de la libertad cristiana (comp. 10:31-33). “Todo me es lícito, dice Pablo, pero yo no voy a hacer nada que pueda ser de tropiezo ni al judío, ni al gentil ni a la iglesia de Dios”.

La recomendación de Pablo no es que nos comportemos como la gente del mundo para ganar al mundo. Lo que él recomienda es que hagamos todo lo contrario: que restrinjamos nuestra libertad, en aquellas cosas que puedan serles de tropiezo, para que ellos escuchen sin prejuicio nuestra predicación.

Cuando Pablo estaba entre judíos, él restringía su libertad de comer carne de cerdo, por ejemplo, para no cerrarle los oídos al evangelio. El sabía que podía comer de todo, sin preguntar nada por motivo de conciencia. Pero un pedazo de carne no era tan importante como para anular su testimonio delante de un judío incrédulo.

Ahora, cuando Pablo estaba delante de un gentil, entonces no tomaba en cuenta las leyes dietéticas y ceremoniales que regían a los judíos (vers. 21). Es en ese sentido que él se hacía de todo “para que de todos modos salve algunos”.

Pero este texto nada tiene que ver con adoptar un estilo mundano, para ganar a la gente del mundo. Ni mucho menos rebajar el contenido doctrinal de nuestros himnos, aguarlos un poco, y a veces mucho, para que el incrédulo no tenga problemas al oírlos.

En el mismo instante en que los himnos comenzaron a ser usados como un vehículo evangelístico, a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, de inmediato comenzó a notarse un cambio en el contenido doctrinal de las letras.

Por un lado, los himnos comenzaron a enfocar cada vez más la experiencia de la vida cristiana, antes que la persona de Dios y las grandes doctrinas del evangelio. Por el otro lado, comenzaron a ser cada vez más sentimentales y menos objetivos.

Aunque debo aclarar que estamos hablando aquí de una tendencia que comenzó a manifestarse en esa época; pero de ninguna manera estamos implicando que todos los himnos compuestos en los últimos 100 años tienen ese problema.

Los himnos no se aprecian por su añejamiento, sino por su contenido. Pero es indudable que a través de la historia de la iglesia ha habido épocas más oscuras que otras o más superficiales, y eso se refleja en los himnos que esas épocas han producido. Y esta época en que nos ha tocado de vivir no se caracteriza precisamente por ser una de las más profundas.


© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.
Leer más...

martes, 22 de junio de 2010

La historia de Daniel Wong contada por él mismo, con la intervención de John MacArthur

Vi este video en Sujetos a la Roca y de inmediato pensé que era algo que más cristianos debían ver. Son 10 minutos que valen la pena. En cierto modo se relaciona con el arítulo posteado más abajo en el día de hoy sobre el canto en la iglesia.



Leer más...

En la iglesia no cantamos para entretener

¿Cuáles son los propósitos que queremos alcanzar con los himnos que entonamos en nuestros cultos de adoración? Esta es una pregunta fundamental. Si no sabemos qué buscamos lograr con nuestros cantos, no tendremos ningún criterio objetivo para decidir cuáles son los himnos que debemos cantar.

Pero debido a la confusión reinante con respecto a este asunto, primero voy a enfocar esta pregunta desde una perspectiva negativa. Y lo primero que debemos resaltar es que nosotros no cantamos en la iglesia para entretener.

Eso debería ser obvio para todo aquel que conozca la naturaleza y misión de la iglesia; pero lamentablemente, vivimos en medio de una generación donde el entretenimiento y la diversión ocupan un lugar preponderante. Y la iglesia no es inmune a esa cultura del entretenimiento.

Esta es una época tendiente a lo superficial, lo ligero, lo intrascendente, lo que satisface en el momento; donde sentirse bien es más importante que ser bueno; donde verse bien y pasarla bien, es mil veces más importante que el cultivo de todo aquello que es necesario para vivir bien.

Y cuando esa forma de pensar comienza a penetrar en la iglesia, de inmediato se inicia un proceso de “trivialización”. Las cosas trascendentes, como la gloria de Dios, la obra de Cristo, el llamado del evangelio a la fe y al arrepentimiento, comienzan a ser “trivializados”, tratados con ligereza para que la gente se sienta en ambiente.

Y las primeras áreas que posiblemente sean afectadas con esta mentalidad serán el canto congregacional y la música de la adoración. Algunos no parecen entender que una adoración ligera y superficial es tan dañina y tan contraproducente como una predicación ligera y superficial.

El canto es un medio de instrucción (Col. 3:16). Si no debemos tolerar que la predicación se torne en mera diversión, tampoco debemos tolerarlo en nuestras alabanzas.

Yo recuerdo que siendo un recién convertido en algunas iglesias se cantaba un corito que decía: “Fue un día lunes cuando me entregué…”; y así seguía con cada día de la semana. Era muy divertido. O el que dice: “Si Jesús te satisface, da tres palmas”.

Ahora, yo me pregunto, ¿es ese el tipo de cosas que pensaríamos que el Espíritu de Cristo que habita en nosotros quiere que nosotros cantemos? Ya vimos que es Cristo por Su Espíritu el que abre nuestros corazones y nuestras bocas para alabar a Dios (ver aquí). Pero ¿cuál es el tipo de himnos que nosotros esperaríamos que Cristo cante junto a nosotros?

Esa pregunta no es difícil de responder: Aquellos que cumplan el propósito para el cual El se encarnó y dio Su vida en la cruz del calvario. Según Ef. 5:25-26 Cristo se entregó por Su iglesia “… para santificarla”, no para divertirla o librarla del aburrimiento.

Aunque debo aclarar aquí que lo que se opone a la cultura del entretenimiento no es la cultura del aburrimiento, sino la cultura de la trascendencia. Que nadie piense que estamos abogando por un culto pesado y aburrido. No. Ningún aspecto de la adoración debería ser un somnífero; pero tampoco está supuesto a ser un pasatiempo.

Nosotros no venimos a la iglesia para divertirnos y entretenernos un rato, sino para tener comunión con el Dios que hizo los cielos y la tierra, para encontrarnos con Cristo, contemplar Su gloria, escuchar Su Palabra, renovar nuestro compromiso de someternos a Su voluntad y exhortar a otros en amor a hacer lo mismo. Y ninguna de estas cosas debe tornarse en un mero pasatiempo.

Como dice John MacArthur, hablando del canto en la iglesia: “Nunca se debe permitir abaratar lo que no tiene precio ni trivializar lo que es insondable y profundo” (Efesios; pg. 316). Y nada hay más preciado e insondable que las verdades que Dios ha revelado de Sí mismo en Su Palabra y que nosotros debemos proclamar con nuestros himnos y con nuestra predicación.

Cantar en la iglesia para entretener o convertir el culto de adoración en un espectáculo, no es otra cosa que una profanación de lo sagrado y una ofensa al Dios que nos llama adorarle con temor y reverencia.

© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.
Leer más...

lunes, 21 de junio de 2010

¿Sabías que el Señor Jesucristo canta con Su iglesia en sus cultos de adoración?

El Salmo 22 es un reconocido Salmo mesiánico, escrito unos 1000 años antes del nacimiento de Cristo, en el que David describe proféticamente, no sólo los padecimientos del Mesías en la cruz del calvario, sino también algunos de Sus pensamientos más íntimos durante la crucifixión.

Este Salmo comienza con las conocidas palabras del Señor Jesucristo: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”; para luego pasar a describir con asombrosos detalles algunos de las circunstancias que rodearon la muerte del Señor:

La burla y el escarnio de los que estaban al pie de la cruz (vers. 6-8), Sus padecimientos físicos y Su sed (vers. 14-15), Sus manos y pies horadados (vers. 16), el hecho de que habrían de repartirse sus vestidos (vers. 18).

Pero a partir del vers. 22 el tono del Salmo cambia drásticamente. En vez de concluir con una nota de derrota, el salmo concluye más bien con una nota de victoria, dando a entender claramente que la muerte del Mesías en la cruz no habría de ser el final de la historia. En los vers. 22-23 leemos:

22 Anunciaré tu nombre a mis hermanos;
En medio de la congregación te alabaré.
23 Los que teméis a Jehová, alabadle;
Glorificadle, descendencia toda de Jacob,
Y temedle vosotros, descendencia toda de Israel.

Y en los vers. 25-31 dice:

25 De ti será mi alabanza en la gran congregación;
Mis votos pagaré delante de los que le temen.
26 Comerán los humildes, y serán saciados;
Alabarán a Jehová los que le buscan;
Vivirá vuestro corazón para siempre.
27 Se acordarán, y se volverán a Jehová todos los confines de la tierra,
Y todas las familias de las naciones adorarán delante de ti.
28 Porque de Jehová es el reino,
Y él regirá las naciones.
29 Comerán y adorarán todos los poderosos de la tierra;
Se postrarán delante de él todos los que descienden al polvo,
Aun el que no puede conservar la vida a su propia alma.
30 La posteridad le servirá;
Esto será contado de Jehová hasta la postrera generación.
31 Vendrán, y anunciarán su justicia;
A pueblo no nacido aún, anunciarán que él hizo esto.

Es de nosotros, Su iglesia, que el Espíritu de Cristo está hablando en este salmo por medio de David. Nosotros somos esa gran congregación en medio de la cual Cristo promete anunciar el nombre de Dios y a la que a su vez invita a que eleve junto a Él Sus alabanzas al Padre.

El autor de la epístola a los Hebreos aplica estas palabras del Salmo al pueblo de Dios del nuevo pacto (comp. He. 2:10-12; literalmente el texto dice: “En medio de la iglesia te cantaré himnos de alabanza”).

De manera que el Señor Jesucristo no solo prometió hacerse presente cuando dos o tres se congregan en Su nombre (Mt. 18:20), sino que habitando en nosotros por Su Espíritu, nos revela al Padre (esa es la idea detrás de la frase: “anunciaré tu nombre a mis hermanos”), y junto a nosotros eleva Sus alabanzas a Dios (comp. Sal. 22:23).

Edmund Clowney dice al respecto: “Por la presencia de Su Espíritu, el Señor mismo está presente en Su congregación mientras adoramos. En la congregación, Jesús canta las alabanzas del Padre”.

Y más adelante añade: “En el Espíritu, nosotros adoramos en el cielo en la gran asamblea donde Jesús está [esa es la clara enseñanza de He. 12:22-24]. En el Espíritu, Jesús adora en la tierra en la congregación donde nosotros estamos” (Give Praise to God; pg. 96).

Cuando participamos del culto de adoración tenemos que elevarnos por encima de las realidades físicas que nuestros ojos ven, a las realidades espirituales que solo podemos contemplar con los ojos de la fe.

El Señor Jesucristo está en medio nuestro cuando nos congregamos en Su nombre, Él nos mueve por Su Espíritu a cantar nuestras alabanzas, y al mismo tiempo se une a nosotros cuando alabamos.

Es por eso que Pablo dice en Ef. 5:18-19 y Col. 3:16, que el hombre lleno del Espíritu de Cristo y lleno de la Palabra de Cristo, lo evidencia cantando.

El mismo Cristo que mora en nosotros por Su Espíritu, no solo nos mueve a cantar, sino que también se une a nosotros en nuestros cantos, cuando de corazón elevamos nuestras alabanzas a Dios.

Comentando acerca del texto de He. 2:12 Juan Calvino dice: “Tan pronto como Dios se da a conocer a nosotros, sus infinitas alabanzas conmueven nuestros corazones y deleitan nuestros oídos; y al mismo tiempo Cristo nos anima, con su propio ejemplo, a celebrarlas públicamente, con el fin de que sean escuchadas por tantos como sea posible”.

Y luego continúa diciendo: “Cuando escuchamos que Cristo dirige nuestros cantos y que es él quien inspira nuestros himnos, contamos con un poderoso incentivo que nos anima a rendir a Dios alabanzas más fervientes” (Hebreos; pg. 59).

He ahí la razón por la que debemos cantar en nuestros cultos de adoración. No cantamos por una mera tradición evangélica, ni por un asunto de preferencia personal, como vimos en el artículo anterior.

Cantamos porque Dios quiere que le cantemos, porque Él se deleita cuando Su pueblo responde con fe a la verdad revelada que Su Espíritu nos hace entender y creer, en esa dimensión de adoración que solo el canto puede expresar apropiadamente.

John MacArthur dice al respecto: “La vida llena del Espíritu produce música. Bien sea que tenga buena voz o que no pueda memorizar una tonada, el cristiano lleno del Espíritu es un cristiano que canta. No existe un mayor indicio de una vida satisfecha, un alma contenta y un corazón alegre que la expresión del canto”.

Y luego añade: “La primera consecuencia de la vida llena del Espíritu mencionada por Pablo no fue tener una fe que mueve montañas, algún tipo de experiencia de éxtasis espiritual, capacidad para hablar con dinamismo ni otra cosa de ese estilo. Fue simplemente tener un corazón que canta. Cuando el creyente anda en el Espíritu, tiene un gozo interno que se manifiesta con música. Dios pone música en las almas y luego en los labios de sus hijos que andan en obediencia” (Efesios; pg. 314).

Pero hay dos preguntas más con respecto al canto congregacional que quisiera abordar, si el Señor lo permite. Ya hemos visto ¿Por qué cantamos? (el tema continuó en el siguiente post). Mañana quisiera comenzar a responder la pregunta: ¿Para qué cantamos? Este es un asunto tan importante, y en el que hay tanta confusión en esta época, que no podemos darlo por sentado.


© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.
Leer más...

Zwinglio y la Reforma en Suiza

Clase de Escuela Dominical, Historia de la Reforma, del domingo 20 de Junio.

Cuando hablamos de la Reforma Protestante el primer nombre que viene a nuestras mentes suele ser el de Martín Lutero. Pero lo cierto es que a la par de la Reforma que Lutero impulsaba en Alemania, algo similar e independiente estaba ocurriendo en Suiza a través del ministerio de un sacerdote llamado Ulrico Zwinglio (1484-1531).

De hecho, un año antes de que Lutero escribiera sus famosas 95 tesis, Zwinglio ya había comenzado a emitir críticas públicas contra la iglesia; y cinco años después de las tesis de Lutero, él escribió 67, proponiendo una reforma más exhaustiva que la de aquel. Es ese aspecto de la historia de la Reforma que estaremos considerando en la presente lección.

NACIMIENTO Y CONVERSION
Zwinglio nació el 1 de enero de 1484, en una pequeña aldea suiza, en el seno de una familia acomodada. Aunque contemporáneo a Lutero (nació menos de dos meses después que éste), la obra reformadora de ambos surge independientemente la una de la otra como resultado de dos experiencias espirituales muy distintas entre sí.

Zwinglio nunca vivió en un convento ni experimentó la profunda convicción de pecado con la que Lutero tuvo que luchar por mucho tiempo. Mientras Lutero emerge del oscurantismo medieval, Zwinglio recibió su educación bajo la influencia del humanismo renacentista, movimiento que ya mencionamos en una lección anterior. Los humanistas creían que Europa se encontraba atravesando un período de oscurantismo que sólo podía terminar volviendo a la literatura y a la cultura de la civilización clásica. Su grito de guerra fue: “Volvamos a las fuentes”.

En 1506 recibió el título de Maestro en Artes y ese mismo año ocupa el cargo de pastor en la aldea de Glarus, donde fungió como sacerdote durante 10 años (Lutero había entrado al monasterio un año antes y al año siguiente, es decir en 1507, fue ordenado como sacerdote).

Para entender lo que sucedió luego, hay un dato importante que debemos conocer. En el siglo XV Suiza era famosa por la calidad de sus mercenarios (el personaje legendario de Guillermo Tell es una muestra de la fama que tenían los suizos como hombres de guerra; este personaje legendario rehusó a postrarse ante el símbolo que representaba el poder de los Habsburgo, por lo que el gobernador, Hermann Gessler le obligó a disparar una flecha sobre la cabeza de su hijo, situado a 80 pasos de distancia; Tell acertó el tiro, pero luego se rebeló, llegando a ser un símbolo en la lucha de Suiza por su independencia).

La aldea de Glarus era una especie de campamento militar que proveía algunos de los soldados más importantes para el ejército del papa, que en los días de Zwinglio no era otro que Julio II, un papa reconocido por su afición a la guerra.

Zwinglio decidió unirse al ejército del papa como capellán, y así poder luchar a favor del Santo Padre y de la Santa Madre Iglesia. Pero en 1515 se enfrentaron al gigantesco ejército del rey de Francia, Francisco I, donde más de 10 mil suizos perdieron la vida. Ese baño de sangre tuvo un impacto muy profundo en Zwinglio, quien a partir de ese momento comenzó a cuestionar algunas de sus creencias.

De vuelta a su parroquia en Glarus, Zwinglio se dio cuenta que durante años había estado leyendo los comentarios de la Biblia aprobados por la Iglesia, pero que nunca había leído la Biblia directamente. Fue así como en 1516 compró una copia del NT griego que Erasmo de Rotterdam acababa de publicar con la anuencia del Papa. Para nosotros hoy eso no tiene nada de particular, pero en la época de Zwinglio era un pensamiento revolucionario, e incluso peligroso, que una persona decidiera estudiar por sí mismo las Escrituras, puesto que la Iglesia Católica enseñaba que el Papa era el único intérprete cualificado para interpretarla.

El entusiasmo de Zwinglio por las Escrituras fue tan grande que se dedicó a copiar casi todas las cartas de Pablo y memorizar el NT en griego. Como dice un historiador, esto significó para Zwinglio algo así como el viaje de Cristóbal Colón unos 20 años antes. Zwinglio “encontró en la Biblia un nuevo mundo, un mundo que nunca había soñado” (Michael Reves; The Unquenchable Flame; pg. 68).

Aunque Zwinglio permanecería dentro del catolicismo por unos pocos años más, a partir de ese momento su teología comenzó a evolucionar. La pensión que recibía del papa la usaba para comprar libros; comenzó a estudiar también el hebreo para poder leer el AT en su idioma original. Mientras tanto, las personas que iban en procesión a Einsiedeln, donde se veneraba una imagen negra de la virgen María, se dedicaron a esparcir su fama como predicador. Y es así como en 1518, un año después de que Lutero escribiera sus 95 tesis, fue colocado como primer predicador en la principal iglesia de Zúrich.

LA RUPTURA CON ROMA

Unos años antes de iniciar su ministerio en Zúrich, en 1516, Zwinglio había comenzado a criticar públicamente las procesiones que se hacían a adorar la virgen negra. “Solamente Cristo salva – decía Zwinglio – y salva en cualquier lugar.” A medida que avanzaba en su estudio de las Escrituras, Zwinglio se iba acercando a ideas reformadoras muy parecidas a las de Lutero.

En 1518 atacó la venta de indulgencias; y su autoridad se había acrecentado tanto que logró que el gobierno expulsara al que las vendía. Por otra parte, la firmeza que Lutero mostró en el debate en Leipzig y su acción de quemar la bula papal, le animaron a continuar su ataque sistemático a toda práctica de la Iglesia Católica que le pareciera contraria a las Escrituras.

El sábado 1 de Enero de 1519, el día de su 35 cumpleaños, anunció a los feligreses que en vez de predicar en el orden de las lecturas bíblicas señalado por la iglesia, iba a comenzar a exponer el evangelio de Mateo versículo por versículo. Y cuando concluyera su exposición, continuaría haciendo lo mismo con el resto del NT.

Ese mismo año una plaga azotó la ciudad de Zúrich, llevando a Zwinglio al borde de la muerte; estando a punto de morir, Zwinglio se dio cuenta que sólo podía poner su confianza en la misericordia de Dios. Cuando recuperó su salud Zwinglio era un hombre cambiado, decidido a no poner su confianza nunca más en las cosas creadas, sean los santos o los sacramentos. Él haría todo lo que estuviera a su alcance para guiar el corazón de la gente de los ídolos a Dios.

Los problemas con la iglesia católica se agudizaron cuando Francisco I, rey de Francia y aliado del papa, pidió a la Confederación Suiza que le enviara soldados en calidad de mercenarios para su guerra contra Carlos V. Todos los cantones suizos accedieron a la petición, pero Zúrich se negó por consejo de Zwinglio.

Pero la ruptura con la iglesia se produjo finalmente debido a un episodio que un historiador ha llamado el “salchichagate”. Durante la cuaresma de 1522 algunos de los miembros de la iglesia en Zúrich decidieron hacer una cena con salchichas en vez de pecado, desafiando la práctica del catolicismo. Dos semanas después Zwinglio abordó el tema directamente en un sermón que fue publicado en abril de ese mismo año, titulado “Sobre la elección de los alimentos y la libertad de tomarlos”, donde Zwinglio defiende la libertad del cristiano a no someterse a mandamientos de hombres.

En agosto de ese año, 1522, Zwinglio renuncia definitivamente de la Iglesia Católica, diciendo que esta se fundamenta en leyes humanas. A pesar de eso, algunos radicales querían que Zwinglio fuera más rápido y decidido en sus reformas; pero él entendía que el secreto de la reforma consistía en la transformación del corazón de los hombres con el poder del evangelio.

Ese mismo año Zwinglio publicó una de sus obras más importantes sobre el poder y la eficacia de la Palabra de Dios. En esta obra Zwinglio comienza comentando el texto de Gn. 1:26, donde vemos a las tres personas de la Trinidad obrando juntas en la creación del hombre a Su imagen y semejanza. Debido a esto, dice Zwinglio, el hombre anhela secretamente la Palabra de Dios. Por supuesto, nosotros no estamos conscientes de eso, pero ese es el deseo que está detrás de todos nuestros anhelos: anhelamos la vida y la luz que la Palabra de Dios produce.

Zwinglio señala estas dos características de la Palabra de Dios: es una palabra que tiene un poder vivificante y es una Palabra que ilumina. Cuando Dios habla, Su palabra tiene poder para producir lo que Él quiere (como cuando dijo “sea la luz” al principio de la creación). Pero la Palabra de Dios también posee claridad; con esto Zwinglio quiere decir, no sólo que es una Palabra entendible, sino que trae consigo su propia iluminación. Nosotros sabemos que la Escritura es inspirada por Dios, no cuando el papa lo dice, sino cuando la leemos. Si alguien lee la Escritura y no ve su inspiración no se debe a un defecto en la Escritura, sino a un defecto en nosotros. Por lo tanto, si queremos promover una verdadera reforma lo que debemos hacer es predicar la Palabra; ella se encargará de hacer la obra.

Cuando el obispo de Constanza acusó a Zwinglio ante el Consejo de Gobierno, éste le permitió seguir predicando. Se propuso entonces un debate entre el vicario del obispo y Zwinglio sobre las doctrinas que este último predicaba. El debate se llevó a cabo en 1523. Zwinglio había escrito un documento en el que proponía algunas de sus ideas de reforma, como paso previo al debate. Entre los Sesenta y Siete Artículos propuestos en el documento, encontramos los siguientes:

“La Biblia es la única fuente de autoridad para la iglesia; toda tradición, todo concilio y todo pronunciamiento papal debe ser juzgado a la luz de la Biblia.”

“Jesucristo es la sola cabeza de la Iglesia y su único sacerdote eterno; el papado no tiene autoridad absoluta sobre la iglesia.”

“La misa no es un sacrificio; es más bien un recordatorio del sacrificio completado de Cristo en el Calvario.”

“Las peregrinaciones y otras obras supuestamente meritorias perjudican puesto que dan solamente una falsa seguridad de salvación.”

“Los gobernadores civiles tienen el deber de promulgar y hacer cumplir leyes que lleven a la sociedad a conformarse con la voluntad divina.”

Luego que Zwinglio planteara y defendiera bíblicamente sus tesis en el debate, el vicario del obispo, en vez de responder a ellas, se limitó a declarar que muy pronto un concilio universal habría de zanjar la cuestión. Ante su negativa a probar que Zwinglio estaba equivocado, “el Consejo declaró que… éste podía seguir predicando libremente. Esa decisión por parte del Consejo marcó la ruptura de Zúrich con el Episcopado de Constanza, y por tanto con Roma” (Justo L. Gonzales; Historia de la Reforma; pg. 72).

"A partir de entonces, Zwinglio, con el apoyo del Consejo, fue llevando a cabo su reforma, que consistía en una restauración de la fe y las prácticas bíblicas. En cuanto a lo que esto quería decir, Zwinglio difería de Lutero, pues mientras el alemán creía que debían retenerse todos los usos tradicionales, excepto aquellos que contradijesen a la Biblia, el suizo sostenía que todo lo que no se encontrase explícitamente en las Escrituras debía ser rechazado. Esto lo llevó, por ejemplo, a suprimir el uso de órganos en las iglesias, pues se trataba de un instrumento que no aparecía en la Biblia".

"Bajo la dirección de Zwinglio, hubo rápidos cambios en Zúrich. Se empezó a ofrecer la comunión en ambas especies. Muchos sacerdotes, monjes y monjas se casaron. Se estableció un sistema de educación pública general, sin distinción de clases. Al mismo tiempo, predicadores y laicos procedentes de Zúrich propagaban sus doctrinas por otros cantones suizos".

"La Confederación Suiza, como su nombre lo indica, no era un estado centralizado, sino un complejo mosaico de diversos estados, cada uno con su propio gobierno y sus propias leyes, que se habían confederado con ciertos propósitos concretos, particularmente el de garantizar su independencia. Dentro de ese mosaico, pronto algunas regiones se volvieron protestantes, mientras otras continuaron en obediencia a Roma y su jerarquía. Esta divergencia religiosa se sumó a otras diferencias profundas, y la guerra civil llegó a parecer inevitable" (J. L. González; Historia Del Cristianismo: Tomo 2; pg. 61).

La guerra se desató cuando, en Octubre de 1531, los cinco cantones católicos atacaron a Zúrich por sorpresa. Mal preparados para el combate, Zúrich envió sus primeros soldados, entre los cuales estaba el mismo Zwinglio. En esta batalla, que se llevó a cabo en Cappel, Zúrich fue derrotada y Zwinglio murió en combate. Dicen que al morir gritó: Ustedes pueden matar mi cuerpo, pero no pueden matar mi alma”. “Poco más de un mes más tarde se firmaba la paz de Cappel, por la que los protestantes se comprometían a pagar los gastos de la reciente campaña, pero se le permitía a cada cantón decidir cuál sería su propia fe. A partir de entonces, el protestantismo quedó establecido en varios cantones suizos, y el catolicismo en otros” (González; pg. 62).

Cinco años después de la muerte de Zwinglio un joven francés de casi 27 años llegaba a Suiza y llevaría la Reforma más allá de lo que probablemente el mismo Zwinglio pudo soñar. Se llamaba Juan Calvino, pero su historia la estudiaremos en la próxima lección.

ZWINGLIO Y LUTERO

Aunque la teología de Zwinglio coincidía en muchos puntos con la de Lutero, también podemos ver un marcado contraste entre ambos.

La Reforma de Lutero nace de un alma atormentada por sus pecados que encuentra en el mensaje de la justificación por la fe el alivio y la paz que necesita. La Reforma de Zwinglio nace de su estudio de las Escrituras, a la que acude como buen humanista por ser la fuente de la fe cristiana.

Por otro lado, mientras Lutero se contentaba con deshacerse de toda práctica y doctrina que contradijera la Escritura, Zwinglio insistía en una Reforma más profunda que se deshiciera de todas las innovaciones que habían sido añadidas con el correr de los siglos y que no se encontraran explícitamente en la Biblia. En esto se adelantó por unas décadas al pensamiento de los puritanos ingleses.

Pero el contraste mayor entre ambos lo encontramos en la doctrina de los sacramentos, y de manera particular en la Cena del Señor. Mientras Zwinglio entendía los elementos materiales y la acción física del participante como meros símbolos o señales de una realidad espiritual, Lutero creía que juntamente con la acción externa del ser humano tenía lugar una acción interna de parte de Dios. Este fue el escollo más difícil que encontraron ambos reformadores para la unidad de las iglesias reformadas de Alemania y Suiza.

En 1529, a instancias del landgrave Felipe de Hesse (landgrave era un título nobiliario usado mayormente en el Sacro Imperio Romano, comparable al de conde), se reunieron en Marburgo los principales líderes de la reforma: Lutero y Melanchton de Wittemberg, Bucero de Estrasburgo, Ecolampadio de Basilea, y Zwinglio de Zurich. Y aunque estuvieron de acuerdo en casi todos los puntos doctrinales principales, la diferencia en lo que respecta a la comunión fue un obstáculo insalvable.


© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.

Leer más...

viernes, 18 de junio de 2010

¡Cantad alegres a Dios, habitantes de toda la tierra!

A juzgar por el lugar tan prominente que Dios le ha dado a la música, tanto en Su creación, la revelación general, como en Su Palabra, la revelación especial, tal parece que tenemos razones suficientes para suponer que Dios ama la música.

El no solo llenó Su creación de ella, sino que dio al hombre una capacidad sorprendente de producir música y de crear música. De hecho, la voz humana sigue siendo el instrumento musical más versátil que existe.

Alguien dijo al respecto “que Dios ha organizado maravillosamente la voz humana hasta el punto que, en la garganta y los pulmones hay catorce músculos directos que pueden emitir hasta dieciséis mil sonidos diferentes, y además hay otros treinta indirectos, los cuales se ha calculado que pueden emitir más de ciento setenta y tres millones de sonidos” (cit. por E. B. Gentile; Adora a Dios; pg. 211-212).

Dios te dio la capacidad de cantar, porque El quiere que le alabemos cantando. El se deleita cuando Su pueblo le canta. Pero no meramente por un deleite estético, sino porque en ese canto reflejamos Su imagen en nosotros, proclamamos Su gloria y nos relacionamos con El en una dimensión más plena de amor y comunión íntima. Voy a explicar esto más detenidamente.

Esa tendencia que el hombre tiene a expresar sus emociones a través del canto, no es más que un reflejo de la imagen y semejanza de Dios en nosotros. Nuestro Dios no solo creó la música, sino que El se revela a Sí mismo en Su Palabra como un Ser que expresa sus emociones, cantando.

Dice en Sof. 3:17: “Jehová está en medio de ti, poderoso, él salvará; se gozará sobre ti con alegría, callará de amor, se regocijará sobre ti con cánticos”. Otra traducción puede ser: “… se regocijará por ti con cantos de júbilo”.

Nuestro Dios canta, y nosotros, como criaturas creadas a Su imagen y como hombres y mujeres redimidos para la alabanza de la gloria de Su gracia (Ef. 1:6, 12, 14), debemos dar expresión a nuestros sentimientos religiosos a través del canto.

Dios pide de nosotros que le amemos con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con todas nuestras fuerzas; es decir, con todas nuestras facultades como hombres. Y el canto es un vehículo a través del cual podemos manifestar una dimensión de ese amor y confianza en Dios, que difícilmente puede ser expresado con la misma intensidad a través de la prosa.

John Piper dice al respecto: “La razón por la que nosotros cantamos es porque existen profundidades y alturas e intensidades y tipos de emoción que no podrían ser expresadas satisfactoriamente por la prosa, o aún por la lectura poética. Existen realidades que demandan movernos de la prosa a la poesía, y algunas demandan que la poesía sea llevada más lejos y convertida en canción” (J. Piper; Dic. 28, 1997).

Con esto en mente, volvamos una vez más al tema de la llenura del Espíritu. Hermanos, ¿cuál es la obra que hace el Espíritu de Dios en nuestros corazones para traernos eficazmente a Cristo en arrepentimiento y fe? Iluminar nuestro entendimiento para comprender en una forma salvadora las grandes verdades del evangelio y transformar nuestros corazones para responder apropiadamente.

No se trata de un mero entendimiento intelectual del contenido de ciertas doctrinas, sino de una certeza inconmovible en la realidad de lo que esas doctrinas enseñan.

Nosotros sabemos que el Dios que hizo los cielos y la tierra, nos escogió desde antes de la fundación del mundo para hacernos partícipes de la salvación que es en Cristo Jesús. Nosotros sabemos que en El todos nuestros pecados fueron perdonados y que por Su pura gracia se nos ha concedido el don de la vida eterna.

Nosotros sabemos que nuestro Dios es fiel, inmutable, todopoderoso, perfecto en justicia, en amor y en santidad, y que ha hecho un pacto con Su pueblo de no volverse atrás de hacernos bien.

Nosotros sabemos que fuimos librados de la condenación del infierno y que tenemos en Cristo una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para nosotros.

El Espíritu Santo no solo nos ha hecho entender estas verdades, sino que también las hace reales en nuestra mente, en nuestros afectos y en nuestra voluntad. Y eso es lo que hace que el creyente lleno del Espíritu cante.

Ningún ser humano en este mundo tiene más razones objetivas para cantar que el hijo de Dios, porque nadie ha sido hecho partícipe de realidades más gloriosas, realidades que difícilmente podrán ser expresadas en toda su dimensión únicamente a través de nuestro hablar.

¿Saben por qué Dios se deleita cuando Sus hijos le alaban cantando? Porque ese canto es una manifestación tangible de esa obra del Espíritu en nuestro ser interior, implantando en nosotros aquellas verdades que El quiere que nosotros conozcamos y creamos.

El canto del creyente es una respuesta de fe a la revelación divina. Es por eso que el cristiano puede cantar alabanzas a Dios, aún cuando se encuentra en medio de situaciones difíciles. Cuando Pablo y Silas fueron golpeados y encarcelados en Filipos, dice en Hch. 16:25 que “a medianoche, orando Pablo y Silas, cantaban himnos a Dios”.

Por más terribles que sean nuestras circunstancias, Dios sigue sentado en Su trono; El sigue siendo sabio, bueno, misericordioso, amante y fiel. Y cuando un creyente eleva su voz en alabanza, independientemente de las dificultades que tenga a su alrededor, está proclamando su confianza inquebrantable en el Dios de su salvación.

Entonces, ¿por qué cantamos? Porque Dios quiere que le cantemos, porque El se deleita en nuestro canto, a pesar de que El conoce nuestras debilidades, y sabe que muchas veces tenemos que luchar contra nosotros mismos para cantar de corazón y no como un mero ejercicio de labios.

Hay una diferencia abismal entre el hipócrita que se conforma con su adoración externa, y el creyente que está en el campo de batalla trayendo una y otra vez sus pensamientos cautivos a la obediencia a Cristo.

Algún día todos los creyentes tributaremos a Dios una alabanza perfecta, pero eso será cuando estemos en Su presencia, libres por completo de la actividad del pecado en nuestras vidas. Mientras tanto, podemos y debemos seguir trayendo nuestros sacrificios de alabanza, sabiendo que esos sacrificios espirituales son aceptables a Dios por medio de Jesucristo, como dice en 1P. 2:4.

La sangre de Cristo que nos limpia de todo pecado, también purifica nuestras alabanzas para que suban como olor fragante delante de Dios y sean un deleite para Su corazón Paterno.

Recientemente estaba sentado en un culto de adoración, cuando me di cuenta que la persona que estaba sentada a mi lado no estaba cantando; así que le acerqué el himnario para que pudiera leer la letra, pero esta persona, que es creyente, se excusó diciéndome que la razón por la que no cantaba, era porque no sabía cantar.

Como estábamos en medio del culto, no podía impartirle una extensa enseñanza al respecto, pero rápidamente le dije que el Señor recibía sus alabanzas por medio de Cristo, independientemente de su voz.

Pablo no dice en Ef. 5 que los creyentes llenos del Espíritu que tienen buena voz, son los que deben alabar al Señor con Salmos, con himnos y cánticos espirituales. Allí dice simplemente que una de las manifestaciones visibles del control del Espíritu en nuestras vidas, es que cantemos alabanzas.

Alguien puede preguntar: “¿Y qué de Col. 3:16? Porque allí dice que debemos cantar con gracia”. Si, pero eso no se refiere a la gracia que algunos tienen de cantar bien. De lo que Pablo está hablando allí es de la operación de la gracia de Dios en nuestros corazones. Todos los que han sido salvados por gracia, por esa misma gracia ahora pueden cantar alabanzas a Dios.

Cantemos, entonces, porque no hay que tener la voz de Plácido Domingo para deleitar los oídos de Dios. Todo lo que se requiere es un corazón creyente y una garganta dispuesta para dar a Dios la gloria debida a Su nombre.

Pero hay otra dimensión del canto que no debemos pasar por alto, y es el beneficio que nosotros derivamos y producimos al cantar.

Noten una vez más el texto de Ef. 5:19: “No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu, hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones”.

¿A quién debemos dirigirnos al cantar cuando participamos del culto de adoración, al Señor o a los demás miembros de la iglesia? A los dos. Pablo dice: “hablando entre vosotros… cantando y alabando al Señor”.

Nuestros cantos congregacionales poseen una dimensión vertical y una dimensión horizontal que actúan juntamente. Cuando nosotros cantamos al Señor, nos enseñamos y exhortamos unos a otros, a la vez que fortalecemos la unidad de la iglesia.

Como bien ha dicho alguien: “Cantar juntos el evangelio como iglesia, forja una unidad alrededor de nuestras doctrinas y prácticas distintivamente cristianas. Nuestros cantos congregacionales funcionan como credos devocionales. Nos proveen un lenguaje y una oportunidad de alentarnos mutuamente en la Palabra y llamarnos unos a otros a alabar a nuestro común Salvador. Una de las funciones más importantes del canto congregacional es que éste resalta la naturaleza corporativa de la iglesia y el ministerio mutuo que nos edifica en unidad” (Mark Dever and Paul Alexander; The Deliberate Church; pg. 116).

Yo se que el tema del canto y la música en la iglesia se han convertido en un verdadero campo de batalla en las últimas décadas. Y nosotros debemos plantear claramente nuestra posición a la luz de las Escrituras. No podemos ni debemos obviar la controversia, porque hay muchas cosas trascendentales en juego.

Pero cuidémonos, no sea que nos concentremos tanto en la controversia que cerremos nuestros labios y dejemos de dar a nuestro Dios la alabanza que le es debida. Nuestro Dios es digno de ser alabado y exaltado.


© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.
Leer más...

jueves, 17 de junio de 2010

¿Por qué cantamos en nuestros cultos de adoración?

Puede ser que algunos se extrañen al escuchar esta pregunta. Estamos tan acostumbrados a cantar en nuestros cultos, que es posible que algunos nunca se hayan preguntado ¿por qué? ¿Cantamos por tradición, o por preferencia – porque nos gusta cantar – o lo hacemos por obediencia a la voluntad explícita de Dios revelada en Su Palabra?

Si hay algo obvio en las Escrituras es que Dios quiere que Su pueblo redimido le cante. En las Sagradas Escrituras el Espíritu Santo nos invita una y otra vez a que expresemos nuestras alabanzas a Dios, cantando (Sal. 9:11; 30:4; 32:11; 33:1-3; 35:27).

Y así pudiéramos continuar citando texto tras texto, no solo en el libro de los Salmos, sino también en el resto de las Escrituras, donde el pueblo de Dios es exhortado a expresar sus alabanzas a través del canto.

Dice en Is. 12:5-6: “Cantad salmos a Jehová, porque ha hecho cosas magníficas; sea sabido esto por toda la tierra. Regocíjate y canta, oh moradora de Sion; porque grande es en medio de ti el Santo de Israel”.

Y más adelante, en el cap. 42, vers. 10: “Cantad a Jehová un nuevo cántico, su alabanza desde el fin de la tierra; los que descendéis al mar, y cuanto hay en él, las costas y los moradores de ellas. Alcen la voz el desierto y sus ciudades, las aldeas donde habita Cedar; canten los moradores de Sela, y desde la cumbre de los montes den voces de júbilo. Den gloria a Jehová, y anuncien sus loores en las costas”.

Y cuando llegamos al NT, vemos que Dios espera lo mismo de Su pueblo en el nuevo pacto. En 1Cor. 14:15, hablando de los dones espirituales, dice Pablo: “Porque si yo oro en lengua desconocida, mi espíritu ora, pero mi entendimiento queda sin fruto. ¿Qué, pues? Oraré con el espíritu, pero oraré también con el entendimiento; cantaré con el espíritu, pero cantaré también con el entendimiento”.

Así como Pablo presupone que en el culto de adoración se ora, así también presupone que en el culto de adoración se canta.

Otro pasaje muy relevante del NT en cuanto al lugar que debe ocupar el canto en la vida del creyente, como individuo y como parte de un cuerpo, es Ef. 5:18-19. Pablo presenta el canto allí como una manifestación visible de la llenura del Espíritu Santo.

“No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu, hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones”.

Pablo hace un contraste aquí entre la embriaguez y la llenura del Espíritu. Un hombre embriagado es un hombre controlado por el alcohol. Por eso se comporta y actúa de cierto modo.

Pues en una manera similar, el hombre lleno del Espíritu es guiado y controlado por el Espíritu de Dios. Su mente, sus emociones, su voluntad evidencian un control cada vez mayor del Espíritu Santo.

Aunque debo aclarar que la similitud es limitada, porque un hombre embriagado no tiene control de sí mismo, mientras que una de las características del fruto del Espíritu es precisamente el dominio propio. Mientras más llenura, más control, no menos.

Ahora bien, ¿cómo podemos ser llenos del Espíritu Santo? Una vez más, miremos la comparación del texto. “No os embriaguéis con vino… antes bien sed llenos del Espíritu”. Para embriagarse con vino hay que tomar mucho vino; puede que una o dos copas no sean suficientes para que un adulto se embriague, pero el que toma mucho vino, terminará embriagándose de vino.

Obviamente, también el contraste aquí tiene sus limitaciones, porque el Espíritu Santo es una Persona, no una sustancia. Pero si comparamos este texto con el pasaje paralelo en Col. 3:16, veremos que la llenura del Espíritu en cierto modo ocurre en una forma similar a la embriaguez.
Pablo dice en Col. 3:16, un texto paralelo al de Ef. 5: “La Palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales”.

Las mismas manifestaciones visibles que Pablo menciona en Ef. 5 asociadas con la llenura del Espíritu, son las que menciona en Col. 3:16 asociadas con la llenura de la Palabra.

En la misma medida en que leamos y meditemos en las Sagradas Escrituras inspiradas por el Espíritu de Dios, en la misma medida en que esa Palabra inspirada permee nuestro proceso de pensamiento, en esa misma medida seremos controlados por el Espíritu, guiados por el Espíritu.

Y en la medida en que seamos controlados y guiados por el Espíritu, algunas cosas sucederán en nuestras vidas que evidenciarán ese control. “No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu, hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones”.

“De la abundancia del corazón habla la boca”. ¿De qué hablará un hombre lleno de la Palabra de Dios? De la Palabra de Dios. Y no me refiero al hecho de que un hombre lleno del Espíritu será una especie de máquina repetidora de versículos bíblicos. No. El punto es que el lenguaje de este hombre, y las ideas que expresa, tendrán un aroma y un sabor distintivamente bíblico.

Así como el agua que pasa a través del polvo del café en la cafetera, huele a café y sabe a café, así también el hombre lleno de la Palabra de Cristo, en una forma muy natural manifestará ese grato olor de Cristo y Su Palabra por donde quiera que vaya.

Ahora, noten algo importante aquí. Pablo no se limita a decir que los hombres y mujeres que están llenos del Espíritu, se edifican unos a otros, sino también que lo hacen de una manera específica: “… hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones”.

Y lo mismo vemos en el texto de Col. 3:16: “La Palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales”.

Eso no quiere decir que los creyentes hablan cantando. En otros textos de las Escrituras se nos exhorta a edificarnos unos a otros, amonestarnos y alentarnos unos a otros en nuestras conversaciones ordinarias.

Pero tanto en Ef. 5:19 como en Col. 3:16, Pablo menciona el canto como una forma particular en que los creyentes llenos del Espíritu, alaban a Dios y se edifican unos a otros. Y nos preguntamos ¿por qué? ¿Por qué el Espíritu nos impulsa a cantar? ¿Qué características tiene el canto, la letra expresada musicalmente, como vehículo de expresión que lo distingue del hablar ordinario?

En el próximo artículo, si el Señor lo permite, pasaremos a responder esta pregunta.


© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.
Leer más...