Misión del Blog

Proclamar el señorío de Jesucristo sobre todos los aspectos de la cultura

lunes, 31 de mayo de 2010

El declive del papado: La Cautividad Babilónica (1309 – 1377)


(Clase de Escuela Dominical, Historia de la Reforma, del domingo 30 de Mayo, 1ra parte).

El Papado medieval alcanzó su máximo esplendor durante los pontificados de Gregorio VII (1073-1085) e Inocencio III (1198-1216). Pero a partir de Bonifacio VIII (1294 – 1303) el Papado entraría en un proceso de declive que se agravaría aún más por tres grandes sucesos ocurridos durante el siglo XIV y principios del XV: la llamada “Cautividad Babilónica”, el Gran Cisma y la Reforma Conciliar.

LA CAUTIVIDAD BABILÓNICA

El Papado de Bonifacio VIII estuvo envuelto en una tensión constante con el emperador de Francia, Felipe el Hermoso (1238 – 1314), hasta llegar a ser profundamente humillado por él (este Felipe el Hermoso no es el mismo que luego se casaría con Juana, la hija de los reyes católicos de España, 1482 – 1506).

A la muerte del Papa, los cardenales eligieron a Nicola Boccasini, quien toma el nombre de Benito XI. Este Papa tenía un carácter muy contrario al de Bonifacio; su origen era humilde y sus costumbres intachables.

Tan pronto llegó al Papado comenzó a buscar una reconciliación con el emperador francés, pero eso molestó profundamente a los partidarios del papa Bonifacio, que no podían aceptar que Benito fuera tan complaciente con un hombre que había humillado al Papa. Para colmo de males, había otro grupo de cardenales que favorecían un mayor acercamiento con Francia que el que Benito había hecho; de manera que tampoco se sentían satisfechos con el papa.

En medio de esta situación, Felipe el Hermoso comienza a insistir en la convocación de un concilio para juzgar a Bonifacio VIII, paso que Benito se resiste a dar para no minar aún más la autoridad y el prestigio del Papado. Pero repentinamente muere Benito y los dos bandos comienzan a acusarse mutuamente de haberlo envenenado.

Ahora los cardenales tenían la tarea de elegir a un nuevo Papa. Como era de esperar, un grupo quería a un Papa que continuara la política de Bonifacio VIII en contra de Francia; mientras otros deseaban un Papa que fuera más dócil al rey francés.

Finalmente fue elegido el arzobispo de Burdeos, Bertrand de Got, quién toma el nombre de Clemente V. Los opositores de Francia pensaron que éste papa iba a favorecer su causa, ya que Burdeos estaba bajo la corona inglesa.

Pero no sabían que durante el tiempo de elecciones, el partido que apoyaba un mayor acercamiento con Francia había enviado algunos de sus agentes a Burdeos para asegurarse de que el nuevo Papa se adhiriera a su causa.

El Papado de Clemente V fue funesto para la Iglesia católico romana. Como el rey de Francia quería tener al Papa bajo su influencia hizo todo lo posible para retardar su salida hacia Italia, a pesar de los ruegos constantes que los romanos le hacían para que viajara a Roma.

Lo cierto es que durante todo su reinado no la visitó ni una sola vez, sino que pasó una buena parte de su pontificado en la ciudad de Aviñón que, aunque era propiedad Papal, se encontraba junto a la frontera francesa. Allí habrían de fijar su residencia los Papas que le sucedieron desde el 1309 hasta el 1377; por su duración de casi 70 años a este período se le conoce como “cautividad babilónica”.

Todos los Papas que sucedieron a Clemente fueron franceses y estaban sujetos a la influencia francesa, lo que contribuyó a debilitar el prestigio del papado en todas las naciones enemistadas con Francia. Como los papas de Aviñón necesitaban recursos económicos, tuvieron que recurrir a una serie de prácticas para obtener dinero, lo que contribuyó a enemistar aún más al papado con el resto de Europa:

1. La anata: cuando un líder eclesiástico era trasladado de una sede a otra, mientras esa sede permaneciera vacante los ingresos que ese cargo producía al año se le daban al Papa. Por eso procuraban que los prelados fuesen trasladados constantemente y que las sedes vacantes no fueran ocupadas muy rápido.
2. La simonía: o venta de cargos eclesiásticos; llamada así por Simón el Mago.
3. El nepotismo: colocar a los familiares en puestos claves, tanto dentro de la iglesia como en el gobierno civil.
4. El pluralismo: nombrar a los mismos obispos en distintos obispados, para que éstos percibieran mayores ingresos. Por supuesto, un obispo asignado a diferentes obispados no podía atenderlos debidamente.

En ese momento Europa se encontraba inmersa en la guerra de los Cien Años (conflicto entre Inglaterra y Francia que duró desde el 1337 al 1453), razón por la cual Inglaterra y Alemania se fueron separando cada vez más del Papa.

En este punto de nuestra historia debemos introducir un paréntesis para considerar a un personaje muy importante en la historia de la Reforma y que vivió durante ese período.

Primer paréntesis: Juan Wycliffe

Wycliffe nació cerca del 1320 en Inglaterra (es decir, unos 11 años después de que se iniciara el Cautiverio Babilónico); estudió en Oxford, donde llegó a ser profesor de teología, y más tarde, en 1360, rector del Balliol College. Fue ordenado sacerdote católico, llegando a laborar en varias parroquias.

Como Inglaterra se había alejado del Papa por su alianza con el rey Francés, los ingleses resintían la enorme cantidad de dinero inglés que estaba siendo enviada a Aviñón (donde estaba el Papado); a eso debemos añadir que la moralidad del clero dejaba mucho que desear, como vimos en la clase anterior.

El Parlamento se encontraba dividido; por un lado estaban los que apoyaban la Iglesia; y por el otro lado, el partido anticlerical al que pertenecía Wycliffe, a quién se le encargó que preparase una defensa en contra de pagar tributos al Papa. También se le pidió más adelante que defendiera la propuesta de confiscar parte de los bienes de la Iglesia, lo cual atrajo sobre él una dura ofensiva por parte del clero.

Gregorio XI promulgó una bula condenando 18 proposiciones de Wycliffe. Pero la Iglesia no podía frenar el auge de sus enseñanzas, tanto entre la gente del pueblo como entre algunos nobles (que veían con buenos ojos el privar a la Iglesia de algunos de sus bienes). El Papa ordenó al arzobispo que si Wycliffe no se arrepentía debían arrestarlo y mantenerlo encadenado hasta recibir nuevas instrucciones. Pero Oxford decidió defender a su nuevo héroe.

A partir de ese momento Wycliffe reforzó su ofensiva publicando pequeñas obras, muchas de las cuales estaban en inglés, por lo que se propagaron con rapidez entre la gente del pueblo.

Decía que los monasterios eran “cuevas de ladrones, nidos de serpientes, casas de demonios vivientes”. En otra parte se preguntaba que si era cierto que el Papa tenía poder de salvar las almas del purgatorio, ¿por qué no mostraba su amor cristiano sacándolos a todos de allí?

Entre las doctrinas que le ganaron a Wycliffe el repudio de la Iglesia, tenemos, entre otras:

A. Su doctrina sobre el señorío:

Wycliffe se preguntaba ¿en qué consiste el verdadero señorío? A lo que se respondía que no hay otro señorío fuera de Dios; toda criatura tiene dominio sobre otra sólo porque Dios se lo ha dado. Pero hay algunos que se toman prerrogativas que no le corresponden. ¿Cómo podemos, distinguir, entonces el señorío verdadero de aquel que es una mera usurpación?

Wycliffe responde: en la persona de Jesucristo. Jesucristo no vino para ser servido, sino para servir; de igual modo, sólo puede ser legítimo aquel que, estando en una posición de señorío, se dedica a servir y no a ser servido. “Jesucristo no tenía donde descansar la cabeza pero dicen que este Papa tiene más de la mitad del Imperio... Jesucristo era manso... El Papa sentado en su trono, obliga a los señores a besarle los pies”.

B. Su doctrina sobre la predestinación:

Dios es soberano y, por lo tanto, da su gracia a quien le place y ha predestinado desde la eternidad a todos aquellos que han de salvarse. Las buenas obras no salvan, sino que indican que aquel que las hace ha recibido la gracia divina y es uno de los elegidos.

C. Su doctrina sobre la Confesión auricular:

“La confesión privada hecha a los curas no es necesaria, sino traída más tarde por el maligno pues Cristo no la usó ni ninguno de sus apóstoles después de Él”. En otra parte decía que los curas abusaban de la confesión con fines económicos y políticos.
D. Su doctrina sobre la Santa Cena:

Negaba que algún sacerdote tuviera poder de cambiar el vino en sangre y el pan en cuerpo de Cristo. Para él no había una pretensión más abominable que decir que un cura pudiese realizar ese milagro creador.

E. Su doctrina sobre la autoridad del Papa:

Decía que el Papa no podía tener más autoridad que la Biblia y abogaba porque el pueblo pudiera leer las Escrituras en su propio idioma. Por esa razón él mismo tradujo la Biblia al inglés para que todos pudieran leerla.

En 1384 el Papa Urbano VI citó a Wycliffe a Roma; pero Dios tenía un llamado distinto para este gran hombre. El 28 de diciembre del mismo año sufrió un ataque de parálisis y tres días después murió.

La Iglesia Católica no pudo hacerle nada en vida, pero en el Concilio de Constanza, el 4 de mayo de 1415, sus huesos fueron desenterrados y sus cenizas fueron arrojadas en un arroyo. No obstante, el pueblo de Dios le recordará pos siempre como “la estrella matutina de la reforma”.

Debido a lo extenso del material continuaremos mañana, si el Señor lo permite.

Fotografía: Castillo donde residieron los Papas en Aviñón.

© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.
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sábado, 29 de mayo de 2010

¡Estamos de cumpleaños!


Este blog cumple hoy un año de existencia, y no quiero dejar de gracias al Señor por permitirnos hacer uso de este medio electrónico para la gloria de Su nombre, la edificación de Su pueblo y dar testimonio de la verdad ante un mundo incrédulo. ¡Que a Él, y sólo a Él, sea toda la gloria por siempre!
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viernes, 28 de mayo de 2010

Una invitación a leer el Salmo 34

En el libro de los Salmos, 14 de ellos hacen referencia en sus títulos introductorios a episodios históricos relacionados con la vida del rey David; y de esos 14, 8 se relacionan con el tiempo en que David estaba siendo perseguido por el rey Saúl.

No siempre esas referencias nos ayudan a una mejor comprensión del Salmo, pero en el caso del Salmo 34 que estudiaremos hoy, la alusión histórica arroja mucha luz para una mejor apreciación de su contenido.

Dice en el título introductorio del Salmo 34: “Salmo de David, cuando mudó su semblante delante de Abimelec, y él lo echó, y se fue”.

El episodio al que se hace referencia está registrado en 1Sam. 21:10-15. David se había enterado por su amigo Jonatán que su padre Saúl quería matarlo.

Así que decide huir de Israel e internarse en tierras filisteas, no sin antes pasar por la villa de Nob, donde el sacerdote Ahimelec le dio la espada que había sido de Goliat.

Pero David estaba tan desesperado que huye con esa espada en la mano a la ciudad de donde era Goliat, la tierra de Gat, donde estaba gobernando el rey Aquis.

La razón por la que se le llama Abimelec en el Salmo 34 es porque ese era el título que usaban los reyes filisteos, como Faraón en Egipto, o César en Roma.

Y para no dar la impresión de que estaba en ánimo de provocación, David decide fingir que está loco, y comienza a escribir garabatos en las portadas de las puertas y a dejar correr la saliva por su barba.
La treta da resultado y David sale ileso de la tierra de Gat para refugiarse en la cueva de Adulam, donde probablemente escribió este Salmo. Este fue un tiempo de mucha dificultad en la vida de David.

Estaba solo, escondido en una cueva con muy pocas comodidades; su vida corría peligro y, por si todo esto fuera poco, podemos sospechar por su conducta que no estaba en su mejor condición espiritual.

Pero aún así pudo elevar sus ojos al cielo, entrar en cordura y escribir este poema que ha sido de tanta bendición y edificación para el pueblo de Dios a través de las edades.

Un detalle interesante acerca de este Salmo es que fue escrito originalmente en forma de acróstico, de manera que cada verso comienza con cada una de las letras del alfabeto hebreo.

Ese era un recurso que se usaba en Israel para facilitar la memorización. De modo que este es un Salmo que todo creyente debe conocer y aún memorizar para su propio provecho espiritual.

Con estos detalles en mente, te invito ahora a que leas este Salmo y lo apliques a tu propia vida, cualquiera que sea tu situación en este momento.

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jueves, 27 de mayo de 2010

La naturaleza engañosa del pecado

Pocas cosas pueden ser tan dolorosas y humillantes como ser víctimas de un engaño. A menudo nos enteramos de personas que han perdido todo su dinero porque alguien los convenció de invertir en negocios que parecían muy lucrativos, pero que a final de cuentas resultaron ser un fraude.

Pero hay ocasiones donde el engaño no sólo pone en riesgo nuestros bienes, sino también nuestras vidas. Hace unos años atrás algunas cápsulas de un medicamento para el dolor de cabeza fueron adulteradas con cianuro, y algunas personas murieron por causa del engaño.

Hay engaños que pueden llegar a ser mortales. Pero en esta ocasión quisiera considerar con Uds. el más mortal de todos. Me refiero al engaño del pecado (comp. He. 3:12-13).

El autor de la carta a los Hebreos está tratando aquí con un grupo de judíos que profesaba la fe cristiana, pero que estaba siendo tentado a renegar de su fe y volver de nuevo al judaísmo.

Por eso la carta contiene varias advertencias contra la apostasía, porque uno de los instrumentos que usa el Señor para preservarnos en Sus caminos es la advertencia a tiempo de nuestros hermanos en la fe: “Exhortaos los unos a los otros cada día, entre tanto que se dice: Hoy (es decir, cuando todavía hay tiempo); para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado”.

El autor de esta carta nos advierte que todos nosotros corremos el peligro de ser tomados por engaño. Y el instrumento del que se vale el enemigo de nuestras almas para llevar a cabo el fraude es el pecado.

La palabra griega que RV traduce como “engaño” en el texto significa literalmente: ser apartado del camino correcto, ser desviados. Hay un camino por dónde debemos ir que es el apropiado y bueno para nosotros, pero a través de una mentira somos convencidos de seguir por otro camino. De ahí que la palabra también signifique “trampa, truco, fraude”.

El pecado es una trampa, algo fraudulento diseñado con el propósito expreso de engañar. De una manera u otra el pecado distorsiona la realidad de las cosas para llevarnos a tomar una decisión equivocada. Esa naturaleza engañosa del pecado se hizo manifiesta desde la primera tentación (comp. Gn. 3:1-5).
Lo primero que hizo el diablo fue insinuar a la mujer que Dios no tenía buenas intenciones (vers. 1). “¡Qué terrible tiranía la de Dios que no les permite comer de todos los árboles!” (Ellos podían comer de todos, menos de uno, pero ése es el aspecto que él resalta: la prohibición).

En segundo lugar, les miente en cuanto a las consecuencias del pecado (vers. 4). “Dios ha dicho que si comen de ese árbol van a cosechar terribles consecuencias, pero yo les digo que eso no es cierto. Pueden comer del árbol prohibido y nada sucederá”.

Y en tercer lugar, les miente en cuanto a sus propias intenciones (vers. 5). ¿Cuál es la implicación? “Dios no quiere que Uds. progresen; El sabe que si comen del árbol y adquieren un conocimiento experimental del bien y del mal, serán como El y eso es lo que yo quiero que Uds. alcancen; yo quiero que sean como Dios”.

Satanás le dio a la mujer una perspectiva de la realidad completamente distorsionada. Y una vez la mujer le prestó oídos, su visión de las cosas cambió radicalmente (vers. 6). El pecado produce en nosotros una distorsión de la realidad.

Noten la explicación que Pablo da de este episodio en 2Cor. 11:3: “Pero temo que, así como la serpiente con su astucia engañó a Eva, así sean desviados vuestros pensamientos de la sinceridad que es en Cristo”.

He ahí la naturaleza engañosa del pecado. Confunde nuestros afectos y de ese modo mueve la voluntad hacia aquello que nos daña. El engaño es el modus operandi de Satanás. En Ap. 12:9 dice que él engaña al mundo entero. Todo lo que el diablo ofrece es un engaño. Todos sus negocios son fraudulentos y sus fraudes son mortales. Su intención final es destruirnos (comp. Jn. 8:44).

Ahora bien, ¿cuáles son los engaños que usa el enemigo para hacernos tanto mal? ¿Cómo se las arreglas para hacernos caer? Eso lo veremos mañana, si el Señor lo permite.


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miércoles, 26 de mayo de 2010

¡Cuidado con la codicia!


Si pudiéramos rastrear el pecado, cualquier pecado, hasta su misma fuente, hay tres cosas con las que nos toparemos con toda certeza: la incredulidad, el orgullo y la codicia.

Estos tres pecados pertenecen a una categoría especial; y están tan estrechamente ligados entre sí que difícilmente podremos trazar los límites donde termina uno y comienza el otro. Donde se encuentra la incredulidad nos toparemos con los otros dos tarde o temprano. La incredulidad nos lleva de la mano al orgullo y a la codicia, un pecado que afecta profundamente al alma humana.

La codicia corrompe al hombre, lo corrompe en las partes más íntimas de su ser. La codicia trastorna nuestras prioridades, destruye nuestros matrimonios, incrementa las guerras y divisiones, promueve la envidia, los celos, los pleitos. Apenas podríamos mencionar algún problema interpersonal que de un modo u otro no se relacione con la codicia.

Cuenta la historia de un pirata que había sido apresado y llevado delante de Alejandro el Grande, y cuando este preguntó al hombre qué lo había inducido a la piratería y a hacer el mar inseguro, éste respondió:

“Yo estaba haciendo exactamente lo mismo que tú estás haciendo al volver el mundo inseguro. Pero debido a que trabajo con un pequeño barco, me llaman pirata; a ti te llaman rey, porque lo haces con toda una flota”.

La codicia está detrás de las pequeñas y grandes contiendas. Dice Santiago en 4:1: “¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros?”. ¿Cuáles pasiones? La codicia y la envidia, dice en el vers. 2.

La codicia vuelve al hombre ingrato, amargado, traicionero, envidioso, descontento, impaciente, desconsiderado, egoísta, mentiroso, adúltero, homicida, idólatra.

La codicia apaga el celo y la devoción de aquellos que profesan la fe, anula al creyente en su servicio, distorsiona sus prioridades, ahoga su primer amor. Cuántos creyentes iniciaron sus vidas cristianas con un sincero y ardiente anhelo de servirle a su Señor, de darse por entero a la propagación de Su nombre y la expansión de Su reino, y hoy son apenas una sombra de lo que fueron alguna vez.

¿Qué sucedió con ellos? En muchos de estos casos, sino en todos, la codicia los aplastó, los volvió más “sensatos”, más “balanceados”, tanto que cualquier sacrificio por la obra de Dios comenzó a ser contemplado como un estorbo para lograr el éxito que buscan en este mundo.

Pablo dice en 1Tim. 6:10 que la codicia es la raíz de todo tipo de mal, incluyendo en el texto la apostasía y la destrucción de las almas en el infierno, que es el peor de los males.

No es cualquier pecado la codicia. Se trata de un monstruo contra el cual tendremos que luchar todos los días de nuestra vida, un monstruo camaleónico, con mil disfraces disponibles para pasar desapercibido, y con mil argumentos para convencer nuestras almas.

Ahora bien, ¿qué es la codicia? ¿Cuándo se puede decir de nosotros que hemos violado el décimo mandamiento? ¿Simplemente cuando deseamos alguna cosa? Indudablemente la codicia tiene que ver con nuestros deseos. Pero ¿son todos nuestros deseos codicia?

¿O debemos limitar la codicia únicamente a los malos deseos, a los deseos pecaminosos? ¿Y qué sucede cuando deseamos algo lícito más allá de lo debido? Como podemos ver, el asunto no es tan sencillo como parece a primera vista.

No todo deseo violenta el décimo mandamiento. Pero no son únicamente los malos deseos los que deben ser considerados como codicia. Se puede desear algo moralmente neutro, hasta un punto tal que llegue a ser codicia. ¿Qué es, entonces, la codicia?

Hay tres palabras griegas usadas en el NT y que se traducen como “codicia” o “avaricia” en español. La primera es epithumía que significa “desear algo ardientemente”, ya sea malo o bueno. Esta palabra es neutral en sí misma, ya que se puede desear ardientemente algo santo y bueno.

Por ejemplo, en Lc. 22:15 el Señor dice a los discípulos: “¡Cuánto he deseado comer esta pascua con vosotros antes que padezca!” La palabra allí es epithumía y se trataba de un deseo santo. Pero usualmente la palabra aparece en contextos negativos, para denotar deseos que son pecaminosos (comp. Rom. 7:7).

Otra palabra que se usa en el NT es philarguria, que significa simplemente “amor por las riquezas”. Es la palabra que aparece en He. 13:5.

Y la tercera palabra es pleonexia, que significa “querer tener más” (comp. Col. 3:5).

Tomando estas tres palabras en conjunto vemos que la codicia es un deseo ardiente por las riquezas en sentido general, o por cosas que no tenemos, pero quisiéramos tener. No todo deseo es codicia, pero el deseo del que hablamos aquí es tan fuerte que nos roba la quietud del alma y el contentamiento. Por eso alguien ha definido la codicia como desear tanto alguna cosa que pierdas tu contentamiento en Dios (Piper; Future Grace; pg. 221).

La codicia y el contentamiento son colocados frente a frente en las Escrituras como cosas opuestas entre sí; donde hay contentamiento no hay codicia, y donde hay codicia no hay contentamiento (comp. 1Tim. 6:6-10; He. 13:5-6). ¿Qué es la codicia? Desear tanto una cosa que perdamos nuestro contentamiento en Dios por no tenerla.

No hay nada de malo en que deseemos adquirir cosas que no tenemos, como no hay nada de malo en que usemos los medios que Dios ha provisto para obtener tales cosas, o aun para prosperar.

Dice en Pr. 10:4: “La mano negligente empobrece; mas la mano de los diligentes enriquece”. Un hombre responsable, aplicado a su trabajo, muy probablemente prosperará. La diligencia tiende a la prosperidad y a la abundancia. “Los pensamientos del diligente, dice en Pr. 21:5, ciertamente tienden a la abundancia; mas todo el que apresura alocadamente, de cierto va a la pobreza”.

Y en Pr. 21:20: “Tesoro precioso y aceite hay en la casa del sabio; mas el hombre insensato todo lo disipa”. Existe una relación directa entre la diligencia, la responsabilidad, la sensatez y la prosperidad material, así como entre la negligencia, la actuación irreflexiva y la pobreza.

Eso no quiere decir que todo el que es pobre es porque es un negligente, un irreflexivo y un irresponsable. Hay muchos factores que entran en juego en este asunto, todos ellos bajo el control soberano de Dios. Pero esto no elimina este principio general que encontramos en las Escrituras. El diligente tiende a prosperar. Y esa prosperidad es una bendición de Dios.

De modo que las riquezas no son malas en sí mismas. Es mucho el bien que puede hacerse con las riquezas cuando éstas caen en las manos correctas.

Sin embargo, la Biblia enfatiza una y otra vez que no debemos procurar hacernos ricos. Esa no debe ser una meta a seguir en la vida de un cristiano (comp. Pr. 23:4-5; 30:7-9; 1Tim. 6:9-11).

Que Dios nos ayude a cuidarnos de este pecado tan destructivo, teniendo nuestro contentamiento en Dios y en Su gloria. A final de cuentas, ése es el único remedio eficaz contra la codicia.


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martes, 25 de mayo de 2010

Trasfondo de la Reforma Protestante (2)

Clase de Escuela Dominical: Historia de la Reforma (23 de Mayo, 2010, 2da parte).

ALGUNAS DE LAS AMENAZAS QUE ENFRENTÓ EL CATOLICISMO ROMANO A FINAL DE LA EDAD MEDIA:

A. La decadencia del feudalismo:

El feudalismo fue el sistema social y político característico de Europa, que alcanzó su máximo apogeo en Occidente entre los siglos IX y XI: Un propietario, o señor feudal, concede a sus vasallos una parcela de tierra, o feudo, que él debe trabajar a cambio de protección. El vasallo le debe al señor feudal servicio y fidelidad, y está obligado a pagarle una renta. El señor feudal a su vez, aparte de defender a sus vasallos, ejerce sobre ellos todos o parte de los poderes reales.

Este sistema funcionó bajo la bendición de la Iglesia Católica Romana, sancionando con graves penas a los que violaran ese esquema de autoridad establecido. Se le enseñaba al pueblo que “cada cual ocupa en el mundo un puesto querido por Dios”, para cumplir una de tres funciones: rezar, combatir o trabajar .

En palabras sencillas podemos decir que en este sistema el mundo estaba dividido en dos grandes grupos: los privilegiados y los no privilegiados. Los privilegiados eran los señores, los eclesiásticos y los caballeros, teniendo en la cúspide al rey y al alto clero integrado por los arzobispos, los obispos y los abades. Los no privilegiados eran la burguesía, los artesanos, los sirvientes y los campesinos.

Este sistema alcanzó su punto culminante en el siglo XIII, pero a partir de entonces comenzó a decaer debido, en parte, al mejoramiento de las técnicas agrícolas, lo que provocó un incremento en el comercio que favoreció a la burguesía. Ese proceso de decaimiento se aceleró aún más en los siglos XIV y XV debido a una serie de factores que no podemos enumerar aquí.

Ahora, el punto que nos interesa resaltar es que el feudalismo encajaba muy bien con el dominio que la Iglesia católica ejercía sobre la sociedad medieval; pero el desarrollo de esta nueva burguesía que surgió por el florecimiento del comercio, habría de traer consigo algunos cambios en la sociedad europea que afectaría profundamente a la iglesia que sustentaba el sistema feudal.

B. Las monarquías en desarrollo:

Por otra parte, las diversas monarquías europeas comenzaron a desarrollar y a resentir cada vez más la dominación de la Iglesia. Los reyes no veían con buenos ojos como la Iglesia Católica formaba un estado aparte del Estado, no reconociendo otra autoridad que la del Papa. De igual manera comenzaron a insistir en el derecho de designar cargos eclesiásticos. Un caso típico es el de España, donde Fernando e Isabel hicieron caso omiso a las objeciones del Papa y llenaron muchas vacantes eclesiásticas.

C. Cambios intelectuales y filosóficos:

Pero estos cambios no sólo sucedieron en el mundo político y social, sino también en el ámbito intelectual y filosófico. La fe ciega del Medioevo estaba siendo fuertemente amenazada por un gran despertar intelectual y una creciente duda religiosa que se extendió por toda Europa a partir del siglo XIV.

El fracaso de las Cruzadas, al final del siglo XIII, y la captura de Constantinopla (29 de Mayo de 1453), llevaron a muchos a preguntarse por qué el Dios de los cristianos había permitido la victoria del Islam. De igual manera, el descubrimiento de América mostró a los europeos que centenares de naciones igno¬raban o rechazaban a Jesucristo con aparente impunidad, y en algunos casos su moral parecía ser más elevada que la de muchas naciones “cristianas”.

Por otra parte, algunos pensadores como Guillermo de Occam (1280 – 1349) y Marsillo de Padua (1275 – 1343), negaron la supremacía e infalibilidad del Papa, a la vez que cuestionaban la intromisión de la Iglesia en los asuntos del Estado. Ambos fueron los precursores del Movimiento Conciliar que estudiaremos luego.

Otro personaje importante de este período fue el poeta y humanista italiano Francesco Petrarca (1304 – 1374). Petrarca fue uno de los más grandes estudiosos de la literatura clásica. Él llegó a convencerse de que la historia consistía básicamente en dos períodos: el período glorioso de la civilización clásica y la era tenebrosa de ignorancia y barbarismo que se había iniciado con la caída del Imperio Romano en el siglo V y había continuado hasta sus días.

Pero Petrarca vislumbraba la llegada de un tercer período en el que habría de ocurrir un renacer de la civilización clásica. Animados por la esperanza de ese renacimiento de la gloria antigua, Petrarca y sus seguidores (conocidos como “humanistas”), creían que la era de oscurantismo en que vivían podía ser concluida si se despejaba la ignorancia usando como armas la literatura y la cultura de la civilización clásica. Su grito de guerra fue: “Volvamos a las fuentes”.

Ese estudio directo de las fuentes fue una verdadera amenaza para una Iglesia que se había beneficiado enormemente de la ignorancia del pueblo. Por ejemplo, uno de los documentos más importantes de la iglesia medieval fue una supuesta carta que el emperador Constantino le había enviado al Papa en el siglo IV, conocida precisamente como La Donación de Constantino. Cuando este emperador fundó la ciudad de Constantinopla en la parte oriental del Imperio, según este documento él le legó al Papa autoridad y señorío sobre la parte Occidental. Fue sobre esta base que los papas clamaron tener autoridad sobre toda autoridad política en Europa. Los papas eran superiores a los reyes.

Pero cuando el humanista Lorenzo Valla, experto en latín, examinó el documento, probó sin lugar a dudas que era falso. Su lenguaje no correspondía con el latín del siglo IV, sino del siglo VIII. Valla publicó sus conclusiones en el 1440, con lo que no sólo echó por tierra las pretensiones papales de autoridad, sino que puso en duda todas las demás afirmaciones de los papas.

Pero la mayor contribución de Valla fue sus Anotaciones al Nuevo Testamento, una colección de notas que fue publicada después de su muerte. En estas notas, Valla hace uso de su conocimiento del idioma griego para probar que La Vulgata Latina, la versión de la Biblia al latín en la que se basaba la iglesia, tenía muchos errores de traducción.

Unos años más tarde, Erasmo de Rotterdam publicaría las notas de Valla, a la vez que las usaría para publicar en 1516 una de las más armas más poderosas contra el catolicismo medieval: una edición griega del Nuevo Testamento, con su propia traducción al latín al lado del texto griego.

Erasmo no tenía la intención de atacar a la Iglesia Católica, sino de ayudar a producir en ella una reforma moral. De hecho, el libro fue dedicado al Papa León X, quién le escribió a su vez una carta de gratitud y recomendó la obra.

Pero esta edición del NT griego iba a tener sus consecuencias, sobre todo al hacer más notorio los errores de traducción de la Vulgata Latina y las consecuencias teológicas de esos errores. Por ejemplo, en Mt. 4:17 la Vulgata ponía en boca de Jesús la expresión: “Haced penitencia”, mientras que Erasmo la tradujo como “sed penitentes”, y luego como “cambien sus mentes” (el texto griego contiene la palabra metanoeo).

Si la traducción de Erasmo era la correcta, entonces Jesús no está hablando de practicar el sacramento de la penitencia, sino del cambio interno del pecador que se vuelve de sus pecados a Dios. Ahora bien, si Roma se había equivocado en la lectura e interpretación de este texto, ¿cuántos otros errores similares habrá cometido?

Todas estas controversias levantadas por los humanistas no hubieran tenido el impacto que tuvieron si se hubieran quedado entre los eruditos y teólogos. Pero unas décadas antes, a mediados del siglo XV, Johannes Gutenberg había inventado la imprenta, poniendo la literatura al alcance de todos.

Y a todo esto se sumaba un desencanto general, sobre todo entre las personas educadas, por la decadencia moral de la iglesia.

D. La decadencia moral de la iglesia:

Aunque el catolicismo fue muy poderoso durante la Edad Media, muchos tenían la percepción de que la Iglesia de Roma necesitaba una reforma moral. Ya para principios del siglo XIV en La Divina Comedia Dante Alighieri colocó en el octavo círculo del infierno a los papas Bonifacio VIII y Nicolás III.

Unos cuatro años antes de que Lutero clavara sus 95 tesis, Maquiavelo decía que no puede haber mayor prueba de la decadencia del cristianismo “que el hecho de que cuanto más próxima está la gente a la Iglesia romana, cabeza de su religión, tanto menos religiosa es. Y quienquiera que examine los principios en que esa religión se fundó, y vea cuán distintas de tales principios son su práctica y aplicación actuales, juzgará que su ruina o castigo está al llegar”.

Según el sacerdote y teólogo humanista Erasmo de Rotterdam (contemporáneo de Lutero), la rapiña e inmoralidad del clero habían alcanzado un nivel tal que llamarle “clérigo” a una persona era un insulto. “Millares de sacerdotes tenían concubinas; en Alemania casi todos.” De hecho, se cree que fue el mismo Erasmo que en el mismo año en que murió el Papa Julio II, en 1513, escribió una obra titulada “Julio Excluido del Cielo” . La obra concluye con este diálogo entre el Papa Julio, el apóstol Pedro (que se supone es el portero del cielo):

Julio. Así pues, ¿no abres?
Pedro. A cualquier otro antes que a semejante peste. Para ti ciertamente todos estamos excomulgados. Pero ¿quieres un buen consejo? Tienes un montón de hombres aguerridos; tienes una enorme cantidad de dinero; tú mismo eres un buen constructor. Construye para ti un nuevo paraíso, pero bien fortificado para que no pueda ser asaltado por los demonios.
Julio. Haré por el contrario lo que es digno de mí. Me ocultaré durante algunos meses e incrementadas mis tropas, os desalojaré de ahí por la fuerza si no os rendís. No dudo, en efecto, que en breve llegarán hasta mí, por las matanzas de la guerra, sesenta mil hombres.
Pedro. ¡Qué peste! ¡Ay, pobre Iglesia! Ven aquí, Genio, pues resulta más agradable hablar contigo que con este monstruo abominable.
Genio. ¿Qué ocurre?
Pedro. ¿Los restantes obispos son como éste?
Genio. Una buena parte es harina del mismo costal, pero éste se lleva la palma.
Pedro. ¿Le incitaste tú a tantos crímenes?
Genio. Yo en absoluto. Incluso él iba tan por delante de mí, que apenas podía seguirlo con la ayuda de las alas.
Pedro. No me extraña, ciertamente, que sean tan pocos los que llegan aquí, si azotes como éste llevan el timón de la Iglesia. A pesar de todo me atrevo a conjeturar que el pueblo todavía tiene curación de alguna manera, puesto que rinde honores a una cloaca tan inmunda en virtud del mero título de Pontífice.

A esto debemos añadir el descontento general de las naciones por la extraor-dinaria acumulación de riquezas por parte de la Iglesia. No sólo percibían grandes cantidades de dinero por concepto de impuestos y tributos, sino también por la venta de cargos eclesiásticos. Cuando los cargos no eran suficientes entonces se creaban otros, como fue el caso de Alejandro VI, el cual creó 89 nuevos car¬gos y recibió 760 ducados (unos 20,000 dólares) de cada uno de los nombrados.

ALGUNOS DE LOS PAPAS QUE PRECEDIERON LA REFORMA:

Paulo II (1464-1471):

Estuvo dedicado al comercio, hasta que supo que su primo Eugenio IV había sido hecho Papa; tenía un gran interés por el arte, particularmente por la joyería y la orfebrería (su Tiara Papal superaba en valor a un palacio).

Las concubinas de este Papa eran públicamente reconocidas en la corte y según cronistas de la época murió debido a sus excesos sensuales. Se preocupó durante su pontificado de restaurar las glorias del antiguo imperio romano; para ello restauró los arcos de Tito y de Septimio Severo.

Sixto IV (1471-1484):

Su principal preocupación como Papa era la de enriquecer a su familia, sobre todo a sus cinco sobrinos (uno de los cuales llegó también al Papado con el nombre de Julio II).

A su sobrino predi¬lecto, Pedro Riario, lo nombró cardenal cuando apenas tenía 26 años de edad, además de patriarca de Constantinopla y arzobispo de Florencia. Mandó a construir la Capilla Sixtina, llamada así en su honor. Sus vicios y excesos se hicieron famosos en toda Italia.

Inocencio VIII (1484-1492):

Antes de ser electo Papa, juró por lo más sagrado que no permitiría el nepotismo en su reinado y que trataría de poner en orden la sede romana, pero tan pronto fue electo declaró que el Papa posee máxima autoridad y por tanto no tiene que sujetarse a juramento alguno. Fue el primer Papa que reconoció a sus hijos ilegítimos, a quienes colmó de honores y riquezas; puso a uno de ellos a cargo de la venta de indulgencias.

Alejandro VI (1492-1503):

Este hombre implacable, miembro de la familia Borgia, fue el más corrupto de todos los Papas. Compró el Papado sobornando a los cardenales y como esto era sabido por el pueblo, se acostumbraba a decir: “Alejandro pone a la venta las llaves, los altares... Después de todo, su derecho tiene, pues los compró”.

Algunas de sus concubinas eran esposas de sus subalternos; reconoció a sus hijos públicamente, siendo César y Lucrecia los más famosos. Durante su pontificado sumió a Italia en guerras y conspiraciones; murió repentinamente y algunos dicen que fue a causa de un veneno que él mismo había preparado para otro.

Julio II (1503-1513):

También conocido como “el terrible”. Sobrino de Sixto IV, tomó su nombre de Julio César, ya que su ocupación favorita era la guerra. Reorganizó la guardia Papal, uniformándolos con uniformes que se cree fueron diseñados por Miguel Ángel; éste último terminó de pintar la Capilla Sixtina.

León X (1513-1521):

Trató de consolidar los logros de Julio II, pero no lo logró. Su gran pasión eran las bellas artes y su más preciado sueño era terminar la Basílica de San Pedro, empresa a la que estaba dedicado cuando estalló la Reforma protestante.

Conclusión:

En esta breve introducción hemos podido ver algunas causas humanas que finalmente desembocaron en la Reforma; pero no podemos olvidar que Dios es el dueño de la Historia, que Él es soberano y que por ende, no debemos ver el movimiento reformador como el resultado de una serie de eventos casuales.

Nuestro Señor Jesucristo prometió que las puertas del hades no prevalecerían contra Su Iglesia; la Reforma es un hito visible del cumplimiento de esa promesa divina.


© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.
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lunes, 24 de mayo de 2010

Trasfondo de la reforma protestante (1)

Clase de Escuela Dominical: Historia de la Reforma (23 de Mayo, 2010, 1ra parte).

La noche del 31 de Octubre de 1517, un monje alemán llamado Martín Lutero clavó unas proposiciones teológicas en la puerta de una Iglesia en Wittemberg, con el propósito de ser discutidas; y, como dice un historiador, “en el plazo de una quincena, toda Europa se hizo eco del sonido de los martillazos.” Aunque el mismo monje agustino no lo sabía, esa noche había comenzado la Reforma.

Ahora bien, ¿qué estaba sucediendo en el mundo, a nivel político, económico, social y religioso, que permitió que un sólo hombre pusiese a temblar los cimientos de la institución más poderosa del mundo?

Eso es lo que veremos brevemente en esta lección. Pero antes, quisiera que echemos un vistazo al enorme poder que la Iglesia Católica Romana ejercía en Europa durante la Edad Media, porque sólo así podremos entender lo que significó para Lutero y los reformadores enfrentarse con esta institución en el siglo XVI.

EL CATOLICISMO MEDIEVAL

Seguramente la mayoría aquí ha escuchado el dicho de que todos los caminos llevan a Roma. Pues ese refrán se puede aplicar a la situación religiosa de Europa durante la Edad Media (período histórico comprendido entre el siglo V y el XV).

Basados en las palabras de Cristo en Mateo 16:18, el catolicismo enseñaba que la iglesia cristiana fue fundada sobre el apóstol Pedro, quien había sido martirizado y enterrado en Roma.

Prácticamente nadie cuestionó eso durante la Edad Media. Todos reconocían a la Iglesia Católica Romana como madre espiritual, y al Papa, el supuesto sucesor de Pedro y vicario de Cristo en la tierra, como el padre espiritual. Fuera de esa paternidad no había salvación para nadie. De manera que la iglesia Católica Romana controlaba prácticamente todos los aspectos de la vida humana desde la cuna hasta la tumba.

El Papa tenía autoridad para nombrar obispos, los cuales a su vez ordenaban a los sacerdotes, los cuales a su vez podían administrar los siete sacramentos a través de los cuales Dios dispensaba Su gracia: el bautismo, la confirmación, la Misa, la penitencia, el matrimonio, la ordenación y la extremaunción.

A. Los sacramentos:

A menudo se hablaba de los siete sacramentos como las siete arterias del Cuerpo de Cristo, a través de las cuales el creyente recibe los beneficios vitales de la gracia de Dios. A través del bautismo, el primer sacramento, el niño era hecho parte de este sistema de salvación, ya que a través de este rito se supone que el niño es purificado del pecado original y hecho partícipe de la gracia.

Pero el centro de este sistema sacramental era la Misa, donde el cuerpo de Cristo es ofrecido nuevamente como un sacrificio (contradiciendo así las claras enseñanzas de la carta a los Hebreos, sobre todo en los cap. 9 y 10).

Al decir que los sacramentos son medios a través de los cuales el hombre se hace partícipe de la gracia de Dios, es importante que entendamos que el concepto de gracia de la Iglesia Católica Romana difiere del concepto bíblico de “gracia”.

Según la iglesia Católica, el ser humano no puede hacerse justo ni amoroso a sí mismo, a menos que Dios haga en nosotros una obra de capacitación a través de Su gracia, gracia que llega a nosotros a través de los sacramentos.

En la medida en que nosotros actuamos por el influjo de esa gracia y nos hacemos más amorosos y más justos, en esa misma medida Dios nos justifica. “En ese modelo, la gracia de Dios era el combustible necesario para llegar a ser una mejor persona, más justa, más santa, más amorosa” (Michael Reeve; The Unquenchable Flame; pg. 20).

Por supuesto, ¿cómo puede una persona, dentro de ese sistema, saber si ha sido lo suficientemente justo, santo y amoroso? ¿Cómo podemos saber si hemos hecho nuestro mejor esfuerzo? Es imposible de saberlo; y es precisamente por esa razón que debemos de hacer uso del sacramento de la confesión de manera regular.

Sin embargo, eso tampoco aseguraba nada, sobre todo si uno tomaba en serio la práctica de la confesión. El sacerdote iba a través de una lista oficial haciendo un escrutinio del penitente en el que nadie concienzudo podía salir bien parado.

Pero para eso la iglesia también tenía una respuesta: El Purgatorio. Antes de llegar al cielo, los hombres debían ir a ese lugar a purgar aquellos pecados que no habían sido debidamente tratados en vida, exceptuando únicamente los pecados mortales.

En este punto entraba en juego otro de los puntales del catolicismo medieval: el culto a la Virgen y a los santos.

B. El culto a la virgen y a los santos:

Este culto se popularizó debido, en parte, a la forma como Cristo era presentado durante la Edad Media: como un Juez terrible al que no podíamos acceder directamente debido a Su santidad. Eso alentó la idea de tratar de llegar a Jesús a través de Su madre. Pero con María ocurrió algo similar a lo que ocurrió con Jesús; si era difícil acercarse a la Reina del cielo, podía hacerse el intento a través de los santos.

Por supuesto, la Iglesia Católica insistía en que ni María ni los santos debían ser adorados, sino únicamente venerados; pero esa era una distinción muy sutil que la gente común y corriente, muchos de ellos analfabetos, difícilmente iban a entender. Una estatua de la Virgen María no podía enseñar a los católicos fieles la diferencia teológica que había entre la adoración y la veneración.

C. Las indulgencias:

Otro aspecto importante del catolicismo medieval fue el de las indulgencias. Como vimos anteriormente, cuando una persona se confesaba ante el sacerdote éste le imponía varios actos de penitencia de acuerdo con el pecado cometido. Los pecados que no eran tratados adecuadamente en esta vida debían ser purgados en el purgatorio.

La "buena noticia", según el catolicismo, es que algunos santos habían sido tan buenos que no sólo merecían entrar al cielo directamente, sin pasar por el purgatorio, sino que tenían un superávit de méritos. Éste tesoro de méritos era administrado por el Papa, el cual podía adjudicárselos al que le faltara. Estos dones de méritos son las indulgencias.

En un principio esas indulgencias eran ofrecidas a los que participaran en la primera Cruzada; pero a medida que la iglesia se vio necesitada de dinero, comenzaron a ser vendidas. Como veremos más adelante, el escándalo por la venta de indulgencias en Alemania fue la chispa que encendió la Reforma.

Pero algunos cambios comenzaron a ocurrir, sobre todo a partir del siglo XIV, que amenazaban ese reinado incuestionable de la iglesia.

Debido a que estas notas son muy extensas, voy a postear el resto en los próximos dos días, si el Señor lo permite.

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sábado, 22 de mayo de 2010

Por Su Causa 2010: De Regreso a la Cruz


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viernes, 21 de mayo de 2010

¿Cómo podemos perder el evangelio?

En la Conferencia Por Su Causa 2010, me corresponde predicar el tema: La Cruz y los Retos de Hoy en Día. Este artículo posteado en kerigma.net es muy pertinente en lo tocante a este tema sobre el proceso gradual como un ministerio puede perder el evangelio.

En el libro Marks of the Messenger: Knowing, Living, and Speaking the Gospel (IVP, 2010), J. Mack Stiles menciona algo que le he oído decir a Don Carson varias veces:

No perdemos el Evangelio de forma repentina. El proceso suele llevarse a cabo en varias generaciones:

1. El evangelio se acepta,
2. El Evangelio se asume,
3. El Evangelio se confunde,
4. El Evangelio se pierde.

¿Cómo sabes si tu iglesia está empezando a asumir o dar por sentado el evangelio? Las alarmas deben saltar, nos dice Stiles, en el momento en el que dejamos de escuchar el Evangelio. El mismo autor nos propone una serie de preguntas-diagnóstico:

¿Se escuchó el Evangelio en el sermón del domingo?

¿Pudo la gente nueva escuchar ese sermón y acceder a la fe auténtica en Cristo?

¿Los principios que se desprenden del Evangelio gobiernan las decisiones organizativas?

¿Escuchas el Evangelio en las oraciones de la gente?

¿La comunión con los hermanos te mueve a hablar con ellos del Evangelio? Y cuando es así, ¿se trata de algo más que unas cuantas frases memorizadas? Está bien seguir patrones clásicos como “Dios, Hombre, Cristo, Respuesta”, pero, ¿la gente lo explica con sus propias palabras?

Más todavía, ¿lo ves en sus acciones? ¿Es el Evangelio algo que se vive?

¿La membresía se basa en un auténtico compromiso con el Evangelio o es suficiente con que alguien quiera unirse a la organización -o rellene una solicitud?

Un evangelista se hace estas preguntas y busca respuestas que le ayuden a mantenerse firme en el Evangelio. Aquí está el test crucial:

¿Podrías haber predicado ese sermón si Cristo no hubiese muerto en la cruz?

¿Podrías haber desarrollado ese principio de liderazgo si Cristo no hubiese sido crucificado?

No digo que no debamos intentar ser prácticos -la Biblia tiene mucho que decir sobre ser prácticos- pero asegúrate de que lo práctico está unido al mensaje de Jesús. De otra forma estamos en el camino de asumir el Evangelio, algo que nos llevará a perderlo.


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jueves, 20 de mayo de 2010

Revisión de modestia

Si bien no queremos caer en la trampa de añadir leyes a la Biblia, cuando tratamos el tema de la modestia en el vestir es apropiado dar algunas recomendaciones particulares que puedan ayudar a una mujer cristiana que realmente quiere agradar en Dios con su vestimenta, pero tiene dudas en cuanto a ciertos detalles.

Por tal razón, luego de haber publicado dos artículos titulados "La vestimenta del cristiano a la luz del diseño de Dios" y "¿Cómo debe vestirse una mujer cristiana?", ahora incluyo esta revisión de modestia escrita por Carolyn Mahaney, Nicole Whitacre, Kristin Chesemore y Janelle Mahaney.

Aunque debo hacer hincapié en el hecho de que este es un problema que comienza en el corazón. John MacArthur dice al respecto:

"¿Cómo discierne una mujer a veces la linea estrecha entre vestido apropiado y vestirse para ser el centro de atención? La respuesta comienza en la intención del corazón. Una mujer debe examinar los motivos y metas de la manera como se viste. ¿Es su motivación mostrar la gracia y la belleza de su condición de mujer? ¿Es revelar un corazón humilde y dedicado a alabar a Dios? ¿O es llamar la atención sobre sí misma y exhibir su belleza? ¿O aun peor, para tratar de seducir a los hombres sexualmente? Una mujer que está enfocada en la adoración a Dios considerará cuidadosamente cómo está vestida, porque su corazón va a dictar su closet y su apariencia."

Para aquellas creyentes que realmente están preocupadas por agradar a Dios en su forma de vestir, les ruego consideren en oración esta revisión de modestia. Sugiero también que los esposos las lean para que puedan ayudar a sus esposas en esto. De igual manera sugiero que la compartan con sus hijas.

Revisemos primero el corazón:


¿Qué dice mi ropa acerca de mi corazón?


Al elegir la ropa que me voy a poner hoy, ¿la atención y la aprobación de quién estoy buscando? ¿Estoy buscando agradar a Dios o impresionar a los demás?

¿Es lo que yo me pongo consistente con los valores bíblicos de la modestia, el dominio propio y el atuendo respetable, o revela una excesiva identificación y fascinación con valores culturales pecaminosos.

¿Con quién me quiero identificar a través de mi vestimenta? ¿Es la palabra de Dios mi estandard o lo es la última moda?


¿He solicitado la evaluación de personas santas en lo concerniente a mi vestimenta?


¿Revela mi vestido una relación con el evangelio, o hay alguna contradicción entre mi profesión de fe y mi práctica de la santidad?
Asi que, estoy lista para salir de mi casa, pero todavía debo hacer una revisión de mi modestia. ¿Cuáles son algunas de las cosas que debo buscar mientras me paro enfrente de mi espejo?

Comenzando por arriba…


Cuando me pongo una camisa holgada o con cuello bajito, ¿puedo ver algo cuando me inclino hacia adelante? Si es así, debo recordar poner mi mano en mi cuello cuando me incline.


Una palabra acerca de las correas de la cartera: ¿Cómo puede ser un asunto de modestia una cartera? Cuando te la pones con la correa por el pecho. No importa cuál camisa tengas, esto acentúa tu pecho y crea una tentación para los hombres.


Si tengo puesta una camisa con botones, debo voltearme y moverme para ver si hay algún espacio que deje ver mi pecho. Si los hay, debo tomar mi alfiler y cerrar los espacios entre cada botón.


Debo hacer esta misma revisión si me pongo una camisa sin mangas. Cuando me muevo, ¿puedo ver mi brasier? Si la respuesta es sí, necesito usar los alfileres de nuevo!


¿Estoy usando una camisa de tiritos, una blusa con los hombros afuera, o una camisa transparente? Ni siquiera los alfileres arreglarán este problema. A la mayoría de los hombres estas camisas los desayudan. Es tiempo de volver al ropero.


¿Puedo ver la arandela o el cosido de mi brasier a través de mi camisa? En este caso los brasieres sin costura son una mejor opción.


Un último chequeo de mi camisa: ¿Revela alguna parte de mi busto? ¿Se ve mi estómago cuando levanto mis manos sobre mi cabeza? ¿Es mi camisa demasiado apretada? Si la respuesta es sí a cualquiera de estas preguntas, necesito cambiarme de ropa.


¿Estoy enseñando mi estómago o mi ropa interior cuando me inclino o levanto las manos? Si es así, ¿es porque mi falda o mis pantalones estan muy bajitos? Mi camisa necesita ser más larga o necesito encontrar una falda o pantalones que queden más altos.


También debo voltearme y mirar si lo que tengo puesto está muy apretado alrededor de mis nalgas o si se ve la línea de mi ropa interior. Si es asi, ¡sé lo que debo hacer!


Con los pantalones cortos – no puedo chequearlos sólo cuando estoy parada. Necesito ver cuánto revelan cuando me siento. Si se ve mucha pierna, necesito un par más largo.


El chequeo sentada también se aplica a mi falda o a mi vestido. Y debo recordar mantener mi falda halada hacia abajo y mis rodillas juntas cuando estoy sentada.


Hablando de faldas, ¡cuidado con esos abiertos! ¿Revelan demasiado cuando camino? Los alfileres también nos pueden ayudar aquí.


Antes de salir, debo darle a mi falda un “chequeo de sol.” ¿Es transparente? Si es así, necesito un medio fondo.


No te olvides – todo esto también aplica a la ropa formal.
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miércoles, 19 de mayo de 2010

¿Cómo debe vestirse una mujer cristiana?

Como vimos en la entrada anterior, Dios no nos ha dejado en oscuridad con respecto al tema de la vestimenta. Él ha hablado y, como siempre, lo que Él dice sobre este asunto es completamente contrario a lo que el mundo dice.

Pero si eres creyente, los criterios de Dios revelados en la Palabra de Dios son los que deben amarrar tu conciencia y guiar tus pasos, no la revista Vogue, ni Harper’s Bazar, ni Cosmopolitan, ni GQ para los hombres; sino la infalible, inerrante y todo suficiente Palabra de Dios. “Sea Dios veraz, y todo hombre mentiroso” (Rom. 3:4).

¿Qué nos dice Dios en Su Palabra sobre la vestimenta, qué nos ordena?

Pablo dice en 1Tim. 2:9: “Asimismo que las mujeres se atavíen de ropa decorosa, con pudor y modestia”.

Lo primero que Pablo reconoce aquí es el deseo legítimo de las mujeres de adornarse. La frase “que se atavíen de ropa decorosa”, puede ser traducida literalmente: “que se adornen con una ropa adornada”.

Las dos palabras que Pablo usa en el texto, y que RV traduce como atavío y decoro, proceden de la misma raíz: kosmos y kosmeo, de dónde proviene nuestra palabra “cosmético”. La palabra kosmos significa “orden, arreglo o sistema”. Lo contrario de kosmos es caos.

De manera que lejos de reprimir ese deseo natural de las mujeres a arreglarse, Pablo lo pone más bien en perspectiva. “Adórnense, pero como mujeres piadosas, mujeres que le temen a Dios y que desean agradarle a Él y reflejar Su carácter por encima de todas las cosas”.

Una mujer de Dios no debe parecer un caos, sino que debe estar arreglada y en orden. Su arreglo personal debe reflejar al Dios de orden que ella adora. Ahora bien, ese arreglo personal debe poseer dos características fundamentales.

A. La mujer debe vestirse con pudor:

La palabra griega que Pablo usa aquí conlleva tanto la idea de modestia como de humildad. Significa literalmente “sentido de vergüenza”. Una mujer piadosa debería sentirse avergonzada y culpable si por causa de su vestimenta alguien es distraído en su adoración a Dios o llevado a tener pensamientos impuros.

La modestia es todo lo opuesto a la arrogancia y al deseo de llamar la atención. Cuando esta mujer se viste ella está delante de Dios, no delante de los hombres. Por eso la modestia evita el exceso y la sensualidad. Como alguien ha dicho: “el vestido de esta mujer no dice: sexo, orgullo, dinero, sino mas bien pureza, humildad, moderación” (Pollard; pg. 6).

Lo que Pablo está diciendo, entonces, es que la ropa de una mujer cristiana debe estar en perfecta consonancia con su profesión de fe. Una mujer que ama a Jesucristo no trata de causar furor con su vestido. Su principal interés es mostrar el carácter de nuestro Dios y Padre en todo cuanto hace y en todo cuanto usa.

Si te vistes para la gloria de Dios, tu vestimenta revelará pureza y castidad. En vez de mostrar las formas de tu cuerpo para provocar a otros, vas a cubrirlo adecuadamente porque no quieres ni pensar que por causa de un capricho tuyo un hombre sea llevado a pecar contra el Dios al que tú dices amar, adorar y servir.

De más está decir que ese no es el pensamiento del mundo en cuanto a este asunto. La industria de la moda no cree que el principal propósito de la ropa sea cubrir el cuerpo, sino más bien atraer las miradas de los hombres sobre ti; pero eso es exactamente a lo que se opone la modestia cristiana.

La mayoría de la moda hoy día es diseñada para provocar una atracción sexual. Se usan telas que se pegan al cuerpo para revelar sus formas, y son cuidadosamente diseñados para resaltar ciertas partes que son cubiertas de tal manera que provoquen el deseo de ver más.

En un libro secular sobre la moda titulado “Hombres y mujeres” escrito por Claudia Kidwell y Valerie Steele, dice que “la ropa es especialmente sexy cuando llama la atención al cuerpo desnudo que está debajo”. Por eso mientras más corto y ajustado mejor.

Y en eso debemos reconocer con pena que los impíos son más honestos que muchos cristianos. Ellos nos dicen francamente lo que muchos creyentes no se atreven a decir: “Nos vestimos así para provocar, para llamar la atención sobre nuestra figura, para que puedas tener una idea clara de mis formas”.

Como decía en un anuncio sobre trajes de baño: “Es glamoroso… es exótico… definitivamente esto no tiene que ver con nadar”. ¡Por supuesto que no tiene que ver con nadar! Esto tiene que ver con la sensualidad y la provocación.

Las formas del cuerpo del hombre y de la mujer no son pecaminosas; el cuerpo fue diseñado por un Dios bueno y santo, que luego de hacerlo lo declaró bueno y santo.

Pero el hombre pecó y se corrompió y por esa causa el cuerpo descubierto de una mujer es como un barril de pólvora que pasa en medio de candelabros encendidos. Es por eso que nuestro Señor y Salvador nos advierte con tanta fuerza que tengamos cuidado con lo que ven nuestros ojos:

“Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón. Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno” (Mt. 5:27-29).

Para el hombre es un problema ver a una mujer vestida en una forma reveladora e insinuante. Si la codicia, dice Cristo, ya adulteró con ella en su corazón; y la mujer que provocó tal pensamiento por llevar una falda demasiado corta, o un pantalón ajustado, o una blusa ceñida al pecho que revela claramente sus formas, esa mujer tendrá que darle cuenta a Dios en el día del juicio.

Por eso decía Thomas Brooks, que la mujer debe vestirse con el vestido “que le gustaría llevar el día de su muerte… con el que quisiera aparecer delante del Anciano de días… con el que le gustaría presentarse en el día del juicio” (cit. por Pollard; pg. 40).

Mírate, mujer creyente, y mira a tus hijas cómo visten usualmente, y pregúntate si pasan esta prueba. ¿Es así cómo te gustaría estar vestida en el día que te presentes delante de Dios para dar cuentas? ¿Es así como te gustaría que tus hijas estén vestidas en aquel solemne día?

Yo no estoy diciendo, ni es lo que Brooks está implicando, que al morir nos presentaremos delante de Dios con la ropa que llevemos puesta. Ese no es el punto. Pero ciertamente nos presentaremos delante de Él y daremos cuenta. ¿Puedes tú responder a Dios por la ropa que usas, por la que tienes puesta en este mismo momento, por la que usaste esta semana?

Escucha lo que dice nuestro Señor acerca de aquellos que ponen tropiezo a otros: “Y cualquiera que haga tropezar a alguno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le hundiese en lo profundo del mar. ¡Ay del mundo por los tropiezos! porque es necesario que vengan tropiezos, pero ¡ay de aquel hombre por quien viene el tropiezo! (Mt. 18:6-7).

Un vestido ajustado que revela claramente las formas del cuerpo, o demasiado corto como para cubrir lo que debe ser cubierto no es algo neutral. Eso es pecaminoso porque violenta la santidad de Dios y la modestia que estamos llamados a exhibir como hijos de Dios.

Y que nadie nos acuse de legalistas por decir esto. Urgir a los creyentes a cubrir su cuerpo no es legalismo, porque la modestia es un mandamiento escritural, un mandamiento que muchos parecen estar olvidando. Cada vez se nota menos la diferencia entre nosotros y los paganos que no conocen a Dios.

¿Es tu vestimenta un reflejo de la humildad y castidad que debe caracterizar a un creyente? Cristo nuestro Salvador, derramó Su preciosa sangre en la cruz para comprar tu alma y tu cuerpo, y el Espíritu de Dios ha venido a hacer morada en ti. ¿Sabes qué debes hacer ahora a la luz de esa realidad? Dedicarte en cuerpo y alma a perseguir la gloria de Dios en todas las áreas de tu vida.

Dice Pablo en 1Cor. 6:19-20: “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios”.

¿Te vistes como es apropiado vestir al templo del Espíritu Santo? ¿Es tu vestido un reflejo claro del carácter santo y puro de Dios?

Pero la mujer no solo debe vestirse con pudor, sino también, en segundo lugar…

B. La mujer debe vestirse con buen juicio:

Ese es el significado de la palabra que RV traduce como “modestia” en 1Tim. 2:9. También podemos traducirla como “auto control”, “sentido común” o “pureza mental”.

Se trata de una mujer juiciosa que no se deja llevar por sus impulsos. Cuando se viste lo hace en una forma discreta y apropiada: apropiada para su edad, para su situación económica y para su época.

En cuanto a esto último dice Richard Baxter: “Es siempre legítimo seguir la moda sobria de la gente sobria; pero no es legítimo seguir la moda vana, inmodesta y enfermiza de los rebeldes, desenfrenados, orgullosos y disolutos” (Christian Directory; pg. 393).

Así que debemos vestirnos con pudor y buen juicio. Y digo “debemos” porque aunque Pablo se está refiriendo en este texto a las mujeres de manera particular, el espíritu general de la Escritura nos permite aplicar estos principios a los hombres también.

Que Dios nos ayude a glorificarle en todo cuanto hacemos, incluyendo la forma como nos vestimos. Nuestra vestimenta dice mucho de la realidad de nuestro corazón.

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martes, 18 de mayo de 2010

La vestimenta del cristiano a la luz del diseño de Dios

Si preguntamos a un creyente cuál es el criterio que debemos usar a la hora de seleccionar nuestra vestimenta, el criterio del mundo o el de Dios, seguramente el cristiano dirá sin titubeos: el criterio de Dios.

Pero si preguntamos a ese mismo creyente ¿cuál es ese criterio? Es muy probable que no sepa qué responder o que su respuesta descanse a final de cuentas en sus gustos, preferencias y opiniones personales antes que en la Escritura.

¿Ha dejado Dios alguna indicación que nos sirva de guía para determinar Su criterio en este asunto? Por supuesto que sí. Dios no solo ha dado principios generales y particulares acerca de la vestimenta, sino que ha través de la historia de la redención ha provisto modelos claros que debemos usar como patrón en esta área de nuestras vidas.

Ahora, debo aclarar que no estoy diciendo con esto que los creyentes deben usar las modas de los tiempos bíblicos; lo que estoy diciendo es que Dios ha provisto un patrón piadoso que todo creyente debe seguir a la hora de evaluar cualquier moda o estilo de ropa. Algunas encajarán dentro de ese modelo de piedad establecido por Dios, mientras que otras tendrán que ser desechadas.

El primer modelo divino de vestimenta lo encontramos en el huerto del Edén, en el principio mismo de la historia del hombre. Las Escrituras nos enseñan que nuestros primeros padres estaban desnudos antes de la entrada del pecado; el hombre en su estado de inocencia no tenía necesidad de usar ropa alguna (Gn. 2:25).

No era vergonzoso para ellos andar así en el huerto. Dice en Gn. 1:31 que Dios vio todo lo que había hecho, incluyendo al hombre y a la mujer en su desnudez, y he aquí que todo era bueno en gran manera. ¿Qué fue, entonces, lo que hizo necesario que el cuerpo humano fuese cubierto? La entrada del pecado en el mundo.

Gn. 3:7, 10, 21. El hombre había perdido su inocencia original, y ahora no era apropiado que siguiera desnudo. Adán y Eva como esposo y esposa podían contemplar la desnudez de uno y otro. En el resto de la Escritura se nos enseña claramente que el cuerpo del esposo le pertenece a la esposa y viceversa.

No hay nada pecaminoso ni vergonzoso en la desnudez en sí misma. Fue Dios quien creó el cuerpo humano, y quien lo hizo hermoso. Pero esa desnudez debe ser limitada a la intimidad matrimonial; fuera de ese contexto la desnudez pública es vergonzosa.

Y eso fue algo que Adán y Eva comprendieron en el mismo momento en que pecaron (vers. 7). Ahora, noten algo interesante en este relato del Génesis. Adán y Eva se aperciben de su desnudez y se cubren sus partes privadas con delantales. Pero esta cubierta no fue aceptada por Dios (vers. 21).

Lo que el hombre hizo para cubrirse no era suficiente, y esto básicamente por dos razones: en primer lugar, porque era la obra del hombre y no la obra de Dios.

Adán y Eva debían entender desde el principio que la solución del problema del pecado está en manos de Dios y no del hombre, y eso quedaría ampliamente probado en la obra redentora de Cristo en la cruz del Calvario. El hombre no puede salvarse a sí mismo del pecado y sus consecuencias.

Pero ese delantal tampoco fue aceptado porque no cubría lo suficiente dada la situación que se produjo en el mundo por causa del pecado. El delantal que el hombre hizo para cubrirse sus partes privadas fue reemplazado por Dios por una túnica.

La palabra hebrea que se usa en el texto es kuttonet que proviene de una raíz que significa “cubrir”. Así que el hombre cubrió sus partes privadas, pero Dios le cubrió el cuerpo. Esa palabra es usada en el AT para referirse a una túnica que cubre desde el cuello hasta más abajo de la rodilla.

Esa fue la vestimenta que nuestro Dios escogió para el hombre y la mujer en el huerto del Edén, la misma que escogió para los sacerdotes en Ex. 28:3-4, la misma que nuestro Señor Jesucristo usó mientras estuvo en la tierra. Una ropa que cubre el cuerpo.

Y en el libro de Apocalipsis los santos que Juan ve en su visión disfrutando de la gloria celestial también están vestidos con una ropa similar (Ap. 6:11; 7:9, 13-14). Esta clase de ropa era la que usaban en aquellos días los reyes, los sacerdotes o personas de alto rango, y era una especie de túnica que se extendía hasta los pies.

Así que el testimonio de la Escritura es consistente de principio a fin. Desde el huerto del Edén hasta los santos en gloria el diseño de Dios ha sido siempre uno que cubre el cuerpo desde el cuello hasta más abajo de la rodilla.

De acuerdo con la clara enseñanza de las Escrituras, la desnudez es apropiada únicamente en el contexto de la intimidad matrimonial. Fuera de ahí es una vergüenza mostrar el cuerpo desnudo en público.

De hecho, es interesante notar cómo se usa en la Escritura la idea de mostrar la desnudez en público como sinónimo de algo vergonzoso. En Nah. 3:5 dice el Señor a Nínive: “Heme aquí contra ti, dice Jehová de los ejércitos, y descubriré tus faldas en tu rostro, y mostraré a las naciones tu desnudez, y a los reinos tu vergüenza”.

Y hablando a la iglesia de Laodicea en Ap. 3:18 el Señor los reprende con estas palabras: “Por tanto, yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez…”. La desnudez mostrada en público es una vergüenza.

Ahora, es importante señalar que el concepto de desnudez en la Escritura es un tanto distinto al que tenemos hoy. Cuando la Biblia dice que es vergonzoso para el hombre y la mujer mostrar en público su desnudez, no se está refiriendo únicamente al hecho de que una persona se muestre públicamente sin nada de ropa.

Como bien ha señalado un autor: “Tanto en el griego como en el hebreo (las palabras que se usan para desnudez) significan ‘estar sin ropa’, pero en ambos lenguajes se usan frecuentemente en el sentido de ‘vestimenta ligera’, ‘sin el vestido exterior’.” Cuando un hombre se quitaba el kuttonet, la túnica, y se quedaba en ropa interior se decía que ese hombre este desnudo.

Eso fue lo que ocurrió con el apóstol Pedro en Jn. 21:7. Él estaba pescando con los discípulos, y se había quitado su túnica para poder maniobrar mejor, quedándose solo con su ropa interior. En ese contexto, de noche y lejos de la playa, era perfectamente lícito. Pero de repente comienza a amanecer y aparece el Señor en la playa, y el apóstol Juan lo identifica.

Dice en Jn. 21:7: “Entonces aquel discípulo a quien Jesús amaba dijo a Pedro: ¡Es el Señor! Simón Pedro, cuando oyó que era el Señor, se ciñó la ropa (porque se había despojado de ella – lit. porque estaba desnudo), y se echó al mar”.

Comentando este texto dice alguien: “Pedro no estaba pecaminosamente desnudo en el contexto de su trabajo: como pescador él estaba trabajando entre hombres lejos de la costa, no públicamente socializando en un reunión mixta. Sin embargo, obviamente él vio la diferencia entra trabajar en su bote y estar en la costa en la presencia de su Señor” (J. Pollard; Christian Modesty; pg. 15).

Pedro comprendió que no era apropiado presentarse delante de Cristo de ese modo. Eso implicaría irrespetar a su Señor y Maestro.

Ese mismo concepto de desnudez lo vemos en Is. 47:2-3. Hablando de Babilonia como si fuera una joven virgen que sería castigada por su pecado, le dice Dios: “descalza los pies, descubre las piernas, pasa los ríos. Será tu vergüenza descubierta, y tu deshonra será vista”. En la versión de las Américas dice: “Será descubierta tu desnudez, también será expuesta tu vergüenza”.

Esa joven virgen de la que se habla aquí figuradamente no estaba completamente desnuda; el simple hecho de tener que subirse tanto la falda para cruzar los ríos al punto de dejar la pierna completamente descubierta era una desnudez vergonzosa.

Alguien puede decir que así pensaba la gente en aquellos tiempos y que el pueblo de Israel acató esa misma forma de pensar. Pero lo cierto es que no todos los pueblos que rodeaban a Israel pensaban así. La experta en modas Alison Lurie, dice lo siguiente en su libro “El lenguaje de la ropa”:

“Históricamente… la vergüenza parece haber jugado un papel muy pequeño en el desarrollo de las costumbres. En el antiguo Egipto, en Creta y en Grecia, el cuerpo desnudo no era considerado una inmodestia; los esclavos y los atletas solían aparecer sin ropa, mientras que las personas de alto rango llevaban vestidos lo suficientemente cortos como para mostrar bastante mientras se movían”.

Eso no lo dice una creyente evangélica, lo dice una experta en el desarrollo histórico de la moda. Eran los paganos los que usaban ropa corta y reveladora. El pueblo de Dios se guiaba por patrones muy distintos, porque la moda divina fue diseñada para cubrir no para revelar.

Concluyo este punto con una cita de Jeff Pollard, autor de un tratado muy interesante acerca de la modestia cristiana. Él cita el caso del endemoniado gadareno, que mientras estaba poseído por los demonios la Biblia dice que no vestía ropa alguna (Lc. 8:26).

El Señor lo libera de su esclavitud, y cuando los hombres del pueblo llegan a la escena del milagro, dice Lucas que “hallaron al hombre de quien habían salido los demonios, sentado a los pies de Jesús, vestido, y en su cabal juicio” (vers. 35).

Pollard comenta acerca de esto: “Mientras era llevado por los demonios, el endemoniado estaba desnudo; cuando estaba en su cabal juicio por el poder y la gracia de Jesucristo, él estaba cubierto. Como hemos visto ya, Dios cubrió al hombre en el jardín (del Edén); tal parece que Satanás y los demonios han estado tratando desde entonces de desnudarlo. Y con bastante éxito”, añade él (pg. 16).

He aquí, entonces, el diseño de Dios para el vestido; la ropa confeccionada por Dios cubría el cuerpo, porque un cuerpo descubierto, mostrado así en público, es una desnudez vergonzosa. Mañana espero que veamos algunos principios bíblicos que debemos tomar en cuenta a la hora de elegir nuestro vestuario.


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lunes, 17 de mayo de 2010

Historia de la Reforma: Introducción

En este cuatrimestre de nuestra Escuela Dominical que comenzó este mes de Mayo, estamos impartiendo Historia de la Reforma. Para beneficio de mis estudiantes, así como de todos aquellos que deseen estudiar el tema a través del blog, estaré publicando cada lunes las notas de mi clase del día anterior. En esta introducción de manera particular estaré haciendo un amplio uso del material del pastor Dave Merck.

I. DEFINICIÓN DE “HISTORIA”:

“La historia son las obras pasadas del Dios soberano en cumplimiento de sus decretos eternos, los cuales incluyen especialmente las obras de los hombres (y otros seres espirituales incluyendo Satanás y sus huestes de ángeles caídos, así como las huestes de los ángeles que no cayeron) quienes son responsables por tales obras ante Dios su creador” (Dave Merck).

A. Los elementos de esta definición:

1. La historia hace referencia a eventos pasados (Salmos 77:11; 143:5).

2. La historia, a final de cuentas, es la obra del Dios soberano en el cumplimiento de Sus decretos eternos (Salmos 103:19; Romanos 11:36; Efesios 1:11).

3. La historia incluye especialmente las obras de los hombres, pero no como meros espectadores, si no como agentes libres y responsables (Hechos 2: 23).

B. Algunas aplicaciones que se derivan de ellos:

1. Por cuanto la historia es la obra soberana de Dios en cumplimiento de sus decretos eternos, y por cuanto los hombres por creación son portadores de la imagen de Dios, aprendemos que nuestras historias personales son significativas y relevantes. Vuestras vidas poseen significado y propósito.

2. Por cuanto somos responsables de cómo usamos nuestras vidas, y por cuanto responderemos al Dios que nos hizo por lo que hicimos con nuestras vidas, debemos usarlas para los propósitos correctos: glorificar a Dios y hacer lo que es bueno para nuestros congéneres.

II. EL DOBLE ASPECTO DE LA HISTORIA:

Al estudiar la historia debemos tomar en cuenta que se trata de una moneda con dos caras:

A. El aspecto divino de la historia:

Este con¬siste en el desarrollo del plan soberano de Dios con la humanidad; plan que fue trazado por Dios en la eternidad de acuerdo a Su infi¬nita sabiduría, santidad y bondad, el cual procura Su gloria y la felicidad eterna de los Suyos.

B. El aspecto humano de la historia:

Desde este punto de vista podemos decir que se trata de la “biografía de la raza humana”, desarro¬llada a través de caídas y levantamientos, y que se mueve hacia la consumación final, donde Dios “dará a cada uno conforme a sus obras”.

III. ALGUNOS ASPECTOS QUE ENTRAN EN JUEGO EN EL PROCESO DE DESARROLLO DE LA IGLESIA EN LA HISTORIA:

Texto clave: Mateo 16:17-19. El pastor Merck señala los siguientes aspectos que encontramos en este texto sobre el desarrollo de la Iglesia en su marco histórico:

A. Su desarrollo predicho:

“Yo edificaré mi Iglesia”. Debemos abordar el estudio de la historia de la Iglesia con la expectación de encontrar allí precisamente lo que Cristo predijo que ocurriría y lo que de hecho comenzó a ocurrir desde los primeros días de la Iglesia.

B. Su propósito personal en ese desarrollo:

“Yo edificaré…”. Debemos estudiar la historia de la Iglesia con la presuposición básica de que estamos siendo testigos de la actividad soberana de edificación de nuestro Señor Jesucristo a través de su Espíritu.

C. La prioridad de su desarrollo:

“Yo edificaré mi Iglesia”. La Iglesia que Cristo promete edificar es aquella por la que Él murió; por lo tanto, al estudiar la historia de la Iglesia, estamos siendo testigos de la actividad soberana que Cristo lleva a cabo con un profundo interés personal. Consecuentemente, “no hay lugar para una objetividad neutral o una fría indiferencia en nuestro estudio, sino más bien un asombro y temor piadosos, y un gran cuidado en nuestro estudio.”

D. El aspecto positivo de su desarrollo:

“Yo edificaré mi Iglesia”. Cuando estudiamos la historia de la Iglesia, debemos hacerlo con la expectación de encontrar progreso y desarrollo positivos. Esto excluirá un espíritu cínico y pesimista tocante a la historia de la Iglesia.

E. Su desarrollo orgánico:

En Marcos 4:26-29 notamos que la edificación de la Iglesia a través de los siglos es como una semilla que crece. Mientras que en Efesios 4:11-16 vemos que es como el desarrollo de un cuerpo humano. Por consiguiente, no debemos esperar la misma precisión en el entendimiento doctrinal y práctico de la Iglesia en sus primeros años como el que encontraremos en períodos posteriores hasta nuestros días.

Debido a este hecho, es crucial que consideremos a los individuos en la historia de la Iglesia en sus contextos históricos, en vez de trasplantarlos injustamente a nuestra presente situación que refleja más madurez y crecimiento en la iglesia que el que pudo haber tenido lugar en sus días.

F. La oposición a su desarrollo:

En el texto clave que estamos considerando, aprendemos que existen fuerzas hostiles a Cristo y a su iglesia y, por lo tanto, que la Iglesia enfrentará oposición a lo largo de su historia. Estas fuerzas hostiles son descritas en el texto como “las puertas del hades”.

La palabra “hades” es usada para señalar el reino de las tinieblas, conformado por su rey, el diablo, y todos sus seguidores, los cuales se levantan en violenta oposición al reino de Dios y a su iglesia en esta era.

La imagen que el texto presenta es la de una ciudad amurallada, cuyas puertas juegan una parte estratégica de su defensa; mostrando, al menos en parte, las fuerzas de la Iglesia asaltando el reino del mal y conquistando, echando abajo sus puertas; en ese sentido, la Iglesia es vista como tomando la ofensiva.

Pero también nos presenta a los poderes del mal ejerciendo oposición contra la Iglesia; desde esta perspectiva, Satanás y sus huestes también son presentados como tomando la ofensiva, razón por la cual Cristo señala que las puertas del hades no prevalecerán contra la iglesia (Mateo 13:24-30, 37-43). Esto nos enseña, al menos, dos cosas:

1. Que debemos esperar encontrar conflicto y oposición espiritual en el desarrollo de la Iglesia en la historia (así como también en nuestras vidas y ministerios como miembros de la iglesia de Cristo).

2. Que aún así debemos ser optimistas al estudiar la Historia de la Iglesia (así como al pelear nuestras batallas presentes), por cuanto las puertas del hades no prevalecerán contra la iglesia de Cristo.

G. Su desarrollo mixto:

Debido a esta real oposición espiritual contra la iglesia de Cristo, encontraremos patrones mixtos de desarrollo en los diferentes períodos de la historia de la Iglesia. En ocasiones la Iglesia se verá cómo teniendo un avance y desarrollo sorprendentes, mientras que en otro momento la veremos en retirada y aparentemente en derrota total.

De igual modo, encontraremos esta mezcla de bien y mal no sólo en puntos específicos en la historia de la Iglesia, sino también en individuos, en las iglesias y en los movimientos envueltos en esta historia. Satanás y sus huestes no sólo atacarán desde afuera, sino también desde dentro; y contarán para ello con dos poderosos aliados:

1. La corrupción que aún permanece en el corazón de los verdaderos creyentes que conforman la iglesia de Cristo (Romanos 7).

2. Los falsos profesantes, los apóstatas y los falsos maestros que por un tiempo vienen a formar parte de la Iglesia (2Pedro 2:1-2).

A la luz de esta realidad, debemos ser bíblicamente realistas al acercarnos a la historia de la Iglesia, de lo contrario terminaremos desilusionados o sobre simplificando las cosas y cometiendo serios errores de juicio. Existe una tendencia a etiquetar cada individuo o Iglesia o movimiento en la historia de la Iglesia como “muy, muy bueno” o “muy, muy malo”. Como resultado de esta mezcla de bien y mal, debemos evitar “idealizar… ninguna rama de la historia de la Iglesia” asumiendo prácticamente que no hay error mezclado en ella.

Justo L. Gonzáles dice lo siguiente al respecto:

"A veces en el curso de esta historia habrá momentos en los que nos será difícil ver la acción del Espíritu Santo. Habrá quienes utilizarán la fe de la iglesia para enriquecerse o para engrandecer su poderío personal. Otros habrá que se olvidarán del mandamiento del amor y perseguirán a sus enemigos con una saña indigna del nombre de Cristo. En algunos períodos nos parecerá que toda la iglesia ha abandonado por completo la fe bíblica, y tendremos que preguntarnos hasta qué punto tal iglesia puede verdaderamente llamarse cristiana. En tales momentos, quizá nos convenga recordar dos puntos importantes".

"El primero de estos puntos es que la historia que estamos narrando es la historia de los hechos del Espíritu Santo, sí; pero es la historia de esos hechos entre gentes pecadoras como nosotros. Esto puede verse ya en el Nuevo Testamento, donde Pedro, Pablo y los demás apóstoles se nos presentan a la vez como personas de fe y como miserables pecadores. Y, si ese ejemplo no nos basta, no tenemos más que mirar a los “santos” de Corinto a quienes Pablo dirige su primera epístola".

"El segundo punto que debemos recordar es que ha sido precisamente a través de esos pecadores y de esa iglesia al parecer totalmente descarriada que el evangelio ha llegado hasta nosotros. Aun en medio de los siglos más oscuros de la vida de la iglesia, nunca faltaron cristianos que amaron, estudiaron, conservaron y copiaron las Escrituras, y que de ese modo las hicieron llegar hasta nuestros días. Además, según iremos viendo en el curso de esta historia, nuestro propio modo de interpretar las Escrituras no deja de manifestar el impacto de esas generaciones anteriores. Una y otra vez a través de los siglos el Espíritu Santo ha estado llamando al pueblo de Dios a nuevas aventuras de obediencia. Nosotros también somos parte de esa historia, de esos hechos del Espíritu" (Historia del Cristianismo; Tomo I; pg. 22-24).

H. La perplejidad de su desarrollo:

Algunos historiadores seculares, al considerar la historia, han llegado a la conclusión de que no podemos encontrar en ella ningún patrón identificable; en otras palabras, que la historia es el producto del caos y que no existe ningún significado ni propósito ulterior en ella. Los historiadores cristianos por momento pueden verse tentados a llegar a la misma conclusión.

¿Por qué en algunas épocas la bendición divina tarda en llegar a pesar de la fidelidad de su pueblo? ¿Por qué el juicio de Dios a veces tarda en llegar a pesar de la infidelidad evidente? ¿Por qué vinieron los grandes avivamientos del 1730's y 1740's en Gran Bretaña luego de una época de gran oscuridad espiritual?

Dos pasajes bíblicos nos proveen parte de la respuesta: Isaías 55:8-9; Romanos 11:33-34.

¿Qué aprendemos de esta perplejidad que encontramos a menudo en el desarrollo de la historia de la Iglesia?

1. Debemos reconocer humildemente la sabiduría de Dios y someternos a ella en aquellos aspectos de la historia de la Iglesia que no somos capaces de entender y analizar.

2. Debemos esperar pacientemente hasta que Dios revele con claridad sus propósitos, ya sea antes de, o al retorno de Cristo. Es esa la razón por la que, generalmente, debemos esperar que el tiempo pase antes de que podamos comenzar a comprender lo que Cristo está haciendo en la edificación de su iglesia.

© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.
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viernes, 14 de mayo de 2010

Cuatro libros de Donald Carson que recomiendo leer


Acabo de concluir el libro La Cruz y el Ministerio Cristiano de Donald Carson; y una vez más no dejo de sorprenderme de la gracia que Dios ha derramado sobre este siervo Suyo para explicar y aplicar el texto bíblico con tanta precisión y sabiduría. Dado que varios de sus libros están en español, quise aprovechar la oportunidad para recomendar algunas de sus obras.

La Cruz y el Ministerio Cristiano:
Este libro es una
exposición de algunos pasajes de la primera carta a los Corintios, donde el autor "presenta una visión exhaustiva de lo que la muerte de Cristo supone en la predicación y en el pastorado del pueblo de Dios". En una época como esta, cuando el evangelio está siendo diluido, y cuando el pragmatismo gobierna muchos ministerios, este libro expone con maestría "el poder que proviene de la locura de predicar a Cristo crucificado" (de la contraportada).

¿Hasta Cuándo Señor?
Este es un libro sumamente alentador
para todo creyente que se siente perplejo ante la realidad del mal y el sufrimiento. Colocando su tema dentro del marco de la soberanía de Dios, Carson trata su tema con honestidad, pero con sensibilidad y sabiduría; pero sobre todas las cosas, exponiendo la mente de Dios a través de una seria exposición de Su Palabra.

Un Llamamiento a la Renovación Espiritual:
Las oraciones
revelan las prioridades de nuestro corazón; y en esta obra Carson nos abre una ventana hacia el corazón del apóstol Pablo, exponiendo las oraciones suyas que aparecen en el NT. Aunque esta no es una lectura devocional propiamente dicha, fue de mucha ayuda para mi vida espiritual leerlo durante mi tiempo devocional, unas cuántas páginas por día, complementando mi lectura bíblica.

Amordazando a Dios:
¿Cómo predicar a Cristo en una
g
eneración pluralista como la nuestra? Carson responde esta pregunta magistralmente en este libro. Excelente recurso para todo aquel que desee entender la generación en la que nos ha tocado vivir y ministrar.

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