Misión del Blog

Proclamar el señorío de Jesucristo sobre todos los aspectos de la cultura

sábado, 31 de octubre de 2009

Celebremos la Reforma, conociendo mejor los hechos

Como parte de nuestra contribución para celebrar este nuevo aniversario de la Reforma, desde hace días hemos estado posteando una serie de artículos al respecto. Aquí pueden encontrar todas las entradas en el orden en que fueron posteadas.

La esencia de la Reforma

¿Se puede comprar el perdón de los pecados?

El vendedor de perdón

El sacerdote Martín Lutero llega a Wittemberg y comienza a entender el evangelio


Las 95 tesis

Defensa de Lutero de Heidelberg

Defensa de Lutero en Augsburgo

Lutero escribe al papa León X

Lutero debate con Juan Eck en Leipzig

Lutero en la dieta de Worms

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¡Celebremos la Reforma alabando a nuestro Dios!

Hoy se cumplen 492 años del momento histórico que los historiadores señalan como el inicio de la Reforma Protestante. El 31 de Octubre de 1517 un monje agustino llamado Martín Lutero, hizo una invitación pública a discutir 95 tesis sobre la venta de indulgencias, las cuales fueron clavadas en la puerta de una iglesia en Wittemberg. Por tal razón he estado posteando breves artículos reseñando algunos de los momentos más importantes de la vida de Lutero, desde ese punto de la historia hasta su ruptura final con el catolicismo romano.

A modo de celebración quisimos postear una interpretación del famoso himno compuesto por Lutero, Castillo Fuerte es nuestro Dios, con imágenes de la película que fue estrenada el 16 de Diciembre de 2005, protagonizada por Joseph Fiennes en el papel de Lutero. Los cristianos no adoramos a Lutero, sino al Dios que Lutero predicaba, y quien fue para él un Castillo Fuerte en medio de una época turbulenta. Ese mismo Dios es quien ha prometido estar con los Suyos como un Castillo Fuerte, todos los días, hasta el fin del mundo.



Usado con permiso de Luckymann21.
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viernes, 30 de octubre de 2009

Lutero en la Dieta de Worms


Entre 1519 y 1521 tres sucesos relevantes prepararon el escenario para la separación final entre Lutero y la Iglesia Católica Romana: su debate con Juan Eck en la ciudad de Leipzig en julio de 1519; la publicación de sus obras “Carta abierta a la nobleza cristiana” y “La Cautividad Babilónica”, ambos en 1520; y la respuesta de Roma en dos bulas papales que le condenaban como hereje y le excomulgaban de la Iglesia.

Eso implicaba que todos los fieles católicos debían evitarlo y que los poderes seculares debían desterrarlo de sus dominios o enviarlo preso a Roma para enfrentar la temida Inquisición. Pero por extraño que parezca, nada de eso ocurrió. Lutero continuó enseñando en Wittemberg y atendiendo al resto de sus obligaciones bajo la protección de Federico el Sabio, quien estaba convencido de que no era un hereje.

Así las cosas, el recién elegido emperador Carlos V propuso celebrar una Dieta en la ciudad alemana de Worms en enero de 1521. A instancias del Papa el caso Lutero fue incluido en la agenda, quien tuvo que comparecer ante el emperador y ante 6 electores, 28 duques, 11 marqueses, 30 obispos, 200 príncipes y unas 5,000 personas más para ser juzgado.

Lutero pensó que tendría la oportunidad de defenderse, pero para sorpresa suya sólo se le permitió responder dos preguntas: si los escritos que estaban sobre una mesa eran suyos y si se retractaba de todos ellos. A la primera respondió que sí, pero pidió tiempo para responder la segunda.

Al comparecer de nuevo ante la Dieta al día siguiente, Lutero manifestó su disposición a retractarse de sus escritos si le mostraban con la Escritura dónde había errado; pero se le dijo que no estaban allí para refutar nada, sino para saber si se retractaba o no.

Lutero entonces respondió: “Puesto que su Majestad imperial y sus altezas piden de mí una respuesta sencilla, clara y precisa, voy a darla tal que no tenga ni dientes ni cuernos, de este modo: El Papa y los Concilios han caído muchas veces en el error y en muchas contradicciones consigo mismos. Por lo tanto, si no me convencen con testimonios sacados de la Sagrada Escritura, o con razones evidentes y claras, de manera que quedase convencido y mi conciencia sujeta a esta Palabra de Dios, yo no quiero ni puedo retractar nada, por no ser bueno ni digno de un cristiano obrar contra lo que dicta su conciencia. Heme aquí; no puedo hacer otra cosa; que Dios me ayude. Amén.”

Así selló Lutero su separación final de Roma.


© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.
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jueves, 29 de octubre de 2009

El hablar del cristiano debe impartir gracia en vez de ser una desgracia

En Efesios 4:25 al 32, el apóstol Pablo nos muestra claramente que la santidad no se limita a darle muerte a ciertos vicios, sino que incluye necesariamente el cultivo de las virtudes contrarias. Uno de esos vicios es el de hablar palabras corrompidas, el cual debe ser sustituido por la virtud de hablar palabras que imparten gracia.

“Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes” (Ef. 4:29). Pablo menciona tres cosas positivas que deben caracterizar el hablar de un cristiano.

En primer lugar, nuestras palabras deben ser edificantes, palabras que construyen, que alientan, que imparten instrucción, que consuelan. “Los labios del justo apacientan a muchos”, dice en Pr. 10:21.

Y en Pr. 12:18 se contrasta en ese sentido la lengua del malo con la lengua del sabio: “Hay hombres cuyas palabras son como golpes de espada; mas la lengua de los sabios es medicina”.

¡Qué contraste! Algunas personas golpean a los demás con sus palabras. Y lo más triste del caso es que no solo no parecen darse cuenta del mal que hacen, sino que piensan que están haciendo un bien. Ellos creen que Dios los ha comisionado para enderezar todo lo que está torcido, pero por lo general dejan detrás de sí una estela de desaliento.

Leí acerca de un hombre que durante la Guerra de los Bóers fue juzgado y condenado a un año de prisión en una corte marcial por ser un desalentador. Este individuo se dio a la tarea de desalentar a las tropas, y estaba haciendo tanto daño que el consejo decidió juzgarlo.

La lengua de los sabios, en cambio, en vez de golpear, sanan al herido. Aún cuando tienen que amonestar a otros, en vez de aplastar brindan al caído una mano de ayuda para levantarse otra vez.

Sus palabras construyen, animan a los demás a seguir corriendo la carrera con paciencia. Andan al acecho de aquellas cosas que son dignas de alabanza y así poder estimular a aquellos que están haciendo un esfuerzo por servir al Señor o por vivir en santidad.

En segundo lugar, nuestras palabras deben ser dichas en el momento apropiado: “…sino sólo la que sea buena para edificación, según la necesidad del momento” (LBLA). No todas las cosas que son ciertas y buenas necesitan ser dichas; y las que deben ser dichas, debemos decirlas en el momento oportuno.

Dice en Pro. 25:11 como “manzanas de oro en engastes de plata es la palabra dicha a su tiempo” (LBLA). Y en Pr. 15:3 dice que la “palabra a su tiempo, ¡cuán buena es!”

Un comentarista dice al respecto que nuestras palabras deben ser “oportunamente edificante: según lo requieran la ocasión y las necesidades actuales de los oyentes: unas veces será palabra de censura, otras de consuelo. Aun las palabras buenas en sí deben ser presentadas oportunamente, para que no resulten por nuestra falta dañinas en lugar de útiles”.

Y por último, Pablo dice que las palabras del cristiano deben impartirle gracia al que lo escucha. ¡Ese es el centro de la cuestión! Nuestras palabras deben ser un medio de gracia y deben ser dichas con gracia:

“Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis cómo debéis responder a cada uno” (Col. 4:6).

Fuimos salvados por la gracia de Dios, y esa gracia por la que fuimos salvados debe bañar nuestros labios. Un labio bañado de gracia será un labio humilde, perdonador, esperanzador, agradecido.

Nota como lo dice Pablo en Efesios 5:4; hablando de aquellos temas que ni siquiera deben nombrarse entre cristianos, dice: “ni palabras deshonestas, ni necedades, ni truhanerías, que no convienen, sino antes bien acciones de gracias”. Hay un juego de palabra en el original que no se capta en español. La palabra “truhanerías” es eutrapelía, y acciones de gracias es eucaristía. No es la eutrapelía la que debe caracterizar al creyente, dice Pablo, sino más bien la eucaristía.

En vez de ser agudos para traer aquí y allá chistes de doble sentido o para tornar la conversación en algo sucio, vulgar o grosero, más bien deberíamos centrar nuestra atención en todos los dones que Dios nos otorga cada día y que no merecemos, y traducir esa reflexión en acciones de gracias que llenen de gozo y alegría nuestras almas y fortalezcan la fe de aquellos que nos escuchan.

“De la abundancia del corazón habla la boca”. Esta directriz que Pablo nos está dando en Ef. 4:29 no puede llevarse a cabo de forma mecánica. Imparten gracia con sus labios los que tienen el corazón lleno de gracia. Esos son los que contribuyen a que la iglesia llegue a ser una verdadera comunidad de gracia y verdad.

¿De qué estás llenando tu corazón?

¿Es el evangelio de la gracia un pensamiento frecuente de meditación?

¿Cuán a menudo recuerdas lo que Cristo hizo por ti, que cuando merecías ser condenado por Él decidió venir a salvarte muriendo en tu lugar en la cruz del calvario?

¿Cuánto te domina ese evangelio en tu trato con los hermanos de la iglesia?

¿Es tu boca un medio de gracia (de aliento, de instrucción, de consuelo, de perdón, de esperanza) o es más bien una desgracia para aquellos que te rodean?

Santiago nos dice que la lengua no puede ser domada por hombre alguno (comp. Sant. 3:7-8). Pero obviamente se refiere al hombre en su propia capacidad. La Biblia dice que todo lo podemos en Cristo que nos fortalece (Fil. 4:13).

Pídele a Él que refrene tu lengua; pídele que te de dominio propio; pídele que te ayude a pensar antes de hablar. Pero sobre todas las cosas, pídele que te llene el corazón de Su gracia, para que esa gracia fluya a través de tus labios y muchos puedan recibir el beneficio.


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Lutero debate con Juan Eck en Leipzig


Como vimos en el artículo anterior, uno de los resultados de la reunión de Lutero con Miltitz, en Enero de 1519, fue que el primero se comprometió a guardar silencio si sus adversarios hacían lo mismo. Pero en ese mismo año el Dr. Juan Eck publicó un folleto en el que atacaba a Lutero violentamente; al mismo tiempo imprimió trece proposiciones sobre las cuales quería disputar personalmente con él.

El asunto principal de estas tesis eran las indulgencias y la supremacia del Papa, tema éste que Lutero no había tocado aún. Lutero entonces publicó igual número de tesis, en las que rechazaba las indulgencias así como la autoridad incondicional del papado.

Así que el debate estaba planteado. Se citaron para encontrarse en el mes de junio en la ciudad de Leipzig, en la universidad donde Lutero hizo su doctorado, sólo que a éste no se le permitiría participar en el debate, excepto como observador.
Pero cuando Eck arribó a Leipzig y se enteró de la prohibición se sintió muy desilusionado, por lo que intercedió ante el Duque Jorge para que permitiera la participación de Lutero.

El debate se inició el 27 de junio entre Eck y Carlostadio, un amigo de Lutero y profesor en Wittemberg. Pero el 4 de julio Eck logró lo que deseaba: medirse con el mismo Lutero. Uno de los puntos álgidos del debate entre ambos fue el de la autoridad del Papa.

Eck sostenía que el Papa es cabeza de la iglesia y se basaba en el texto de Mateo 16:18: “Tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi Iglesia.” Lutero replicó que el mismo Pedro dice en su primera carta que Cristo es la piedra angular sobre la cual está edificada Su Iglesia (1Pedro 2:1-8; también citó 1Corintios 3:11; Efesios 1:22; 4:15; 5:23; Colosenses 1:18; 2:19).

Como Eck apelaba a los padres de la iglesia, con ellos también respondió Lutero: “Lo que yo expongo es lo mismo que expone San Jerónimo, y voy a probarlo por su misma epístola a Evagrius: ‘Todo obispo, sea de Roma, sea de Eugubium, bien de Alejandría, bien de Túnez, tiene el mismo mérito y el mismo sacerdocio’.” Luego citó algunas decisiones conciliares antiguas donde el obispo de Roma era considerado como uno entre iguales.

Eck apeló a San Agustín, Lutero le hizo ver que en más de una ocasión el mismo Agustín había señalado a Cristo como la roca de la Iglesia. El debate se prolongó hasta el 15 de julio, cuando Eck acusó a Lutero de ser un seguidor de Huss, que había sido quemado como hereje unos cien años antes y, declarándose el vencedor, salió de la sala. Lutero regresó a Wittemberg donde disfrutó dos años de relativa tranquilidad en los que continuó enseñando y escribiendo.


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miércoles, 28 de octubre de 2009

El chisme: un pecado que muchos no parecen ver como pecado

A juzgar por lo común de su práctica, aún entre personas que profesan ser cristianas, tal parece que muchos están confundidos con respecto a la naturaleza y malignidad del chisme. Escribiendo acerca de esto, alguien dijo lo siguiente: “Muchos confunden el chisme con la calumnia. La calumnia es un reporte dañino y falso acerca de una persona. [Mientras que] el chisme es propagar cualquier reproche o cosa dañina acerca de una persona, ya sea falsa o verdadera, cuando no hay razón bíblica para que los demás se enteren. Una definición más corta se encuentra en Proverbios: contar secretos ajenos”.

“El que anda en chismes descubre el secreto; mas el de espíritu fiel lo guarda todo” (Pr. 11:13). “El que anda en chismes revela secretos, pero el de espíritu leal oculta las cosas” (LBLA).

Estos textos no dicen que el chismoso propaga mentiras, sino que revela secretos, información innecesaria que puede dañar la reputación del otro. Lo mismo vemos en Pr. 17:9: “El que cubre la falta busca amistad; mas el que la divulga, aparta al amigo”. La palabra que se traduce como “falta” significa “defecto, infracción, maldad, ofensa, transgresión”. En este caso parece referirse al individuo que ha sido ofendido o dañado por un amigo, pero en vez de divulgar a otros lo que le ha hecho, cubre su falta.

Al hacerlo de ese modo esta persona está imitando a Dios, en vez de imitar al Diablo. Dios diseñó una obra de redención para cubrir nuestras faltas, mientras el Diablo se encarga de publicarla (la palabra “diablo” significa “difamador”; comp. 1Tim. 3:13 – del gr. diabolos). Cuando descubrimos el secreto de alguien lo estamos desnudando en vez de cubrirlo.

Y el problema se agrava por hecho de que el chismoso siempre encontrará personas dispuestas a escucharlo. Dice en Pr. 18:8 que “las palabras del chismoso son como vacados deliciosos, y penetran hasta el fondo de las entrañas”. Pero no olvides que es un manjar envenenado,y que tan pecaminoso es que lo cuentes a que te deleites en escucharlo.

“El malhechor escucha a los labios perversos – dice en Pr. 17:4, [y] el mentiroso presta atención a la lengua detractora”. Pero del justo se dice en el Salmo 15:3 que no admite reproche alguno contra su vecino.

El artículo que cité hace un momento contiene algunas directrices muy sabias y muy bíblicas en cuanto a lo que debemos hacer con los chismosos. Escuchen algunos:

1. Esfuérzate en no escuchar chismes, aún cambiando de círculo de amigos si es necesario (Pr. 20:19 – “el que anda murmurando revela secretos, por tanto no te asocies con el chismoso”; Pr. 22:3 “el avisado ve el mal y se esconde”).
2. Cuando alguien empiece a contarte algo no edificante acerca de otra persona, interrúmpelo y pregúntale si es algo que la persona no presente probablemente preferiría que no supieras.
3. Pregúntale si tiene permiso de la otra persona para contártelo.
4. Si se está quejando de la otra persona, pregúntale si ya le expresó su queja a esa persona en privado (Mt. 18:15ss). “Trata tu causa con tu compañero, y no descubras el secreto a otro” (Pr. 25:9).
5. Si no es la primera vez que esta persona te cuenta chismes, dile que de ahora en adelante no quieres que lo vuelva a hacer; dile que tú deseas tratar a los demás como a ti te gustaría ser tratado. Y si se trata de un creyente, dile que de continuar haciéndolo tendrás que actuar con él a la luz de Mt. 18:15ss. Recuerda que debes temerle a Dios y no a los hombres.
6. Reflexiona si a veces pides detalles sólo por curiosidad, y proponte no seguir consintiendo tu curiosidad. No pidas sin necesidad secreto de otros.
7. Habla menos; recuerda que “en las muchas palabras no falta pecado; mas el que refrena sus labios es prudente” (Pr. 10:19).

Pero la mejor decisión que puedes tomar es la de usar tu lengua para hacer el bien. En Efesios 4:29 Pablo no se limita a advertirnos contra las palabras corrompidas, sino que nos exhorta a usar nuestra lengua como un instrumento de gracia: “Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes” (Ef. 4:29). En una entrada posterior veremos lo que incluye este aspecto positivo del texto.


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Lutero escribe al Papa León X


Luego del infructuoso encuentro con el cardenal Cayetano en Octubre de 1518, Lutero supuso que pronto sería excomulgado de la Iglesia, por lo que hizo preparativos para emigrar a Francia. El Papa León X, por su parte, insistía al elector Federico el Sabio que lo entregara a Cayetano, pero el príncipe alemán estaba determinado a protegerlo. Así que Lutero continuó enseñando Biblia en la universidad de Wittemberg, donde muchos le oían de buena gana.

El Papa, tratando de resolver esta situación tan enojosa, puso en manos de Karl von Miltitz el encargo de ir a Alemania, ganarse la simpatía del príncipe elector y procurar el apresamiento de Lutero.

Pero en Alemania le esperaban algunas sorpresas. Por un lado, le sorprendió la hostilidad que había contra Roma en contraste con la popularidad cada vez mayor de Lutero; por el otro lado, al entrevistarse con éste quedó impresionado por su inteligencia y capacidad.

La reunión entre ambos (en Enero de 1519) fue muy cordial. Miltitz, sabiendo ya que no podría apresar a Lutero, se limitó a instarle que se abstuviera de todo comentario que pusiera en juego la unidad de la iglesia; pero le dio la razón en lo que respecta a los abusos que se habían cometido con la venta de indulgencias, acerca de lo cual él mismo había amonestado severamente a Tetzel, el monje dominico que había sido encargado de las ventas en Alemania.

Lutero prometió guardar silencio, siempre y cuando sus adversarios hicieran lo mismo. De igual modo, se comprometió a escribir una carta al Papa disculpándose de los ataques que hubiesen podido levantarse contra él en esta controversia.

Lutero envió la carta, acompañada de un folleto dedicado a León X y que tituló “La Libertad del Hombre Cristiano.” La carta era amable, pero firme; en ella instaba al Papa a no prestar atención “a aquellas sirenas que lo elevan como si fuera usted un semidiós en lugar de un mero hombre... Usted es un siervo de los siervos y por encima de todos los hombres tiene un puesto en sumo grado peligroso y delicado. No deje que lo engañen los que pretenden que usted es el señor del mundo...” Y concluía diciendo: “Le obsequio este pequeño escrito, dedicado a su persona, como un augurio de paz y de buenos deseos... Soy un hombre pobre y nada más puedo ofrecerle...”

Pero esa paz no habría de lograrse a menos que Lutero traicionara su conciencia ahora iluminada por la Palabra de Dios. Poco tiempo después Lutero recibiría la bula papal que sellaba su ruptura definitiva con Roma, no sin antes tener la oportunidad de tener un debate con Juan Eck en Leipzig.

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martes, 27 de octubre de 2009

¿Cuáles son las palabras corrompidas de las que Pablo nos advierte en Ef. 4:29?

Como vimos en una entrada anterior, en Efesios 4:29 Pablo nos exhorta a erradicar de nuestras vidas todos aquellos pecados que podemos cometer con nuestro hablar: “Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca”. Creo que si los cristianos pusieran más atención a estas palabras, las iglesias se evitarían muchos problemas.

Ahora bien, ¿a qué se refiere Pablo al hablar de “palabras corrompidas”? ¿Qué tipo de conversaciones caben en esta categoría? He aquí algunas.

En primer lugar, las conversaciones obscenas y vulgares. Un poco más adelante Pablo escribe en esta misma carta: “Pero fornicación y toda inmundicia, o avaricia, ni aun se nombre entre vosotros, como conviene a santos, ni palabras deshonestas, ni necedades, ni truhanerías, que no convienen, sino antes bien, acciones de gracias” (Ef. 5:3-4).

Eso no significa que no se discuta acerca del sexo, o que no se hable de los peligros que corren los que se exponen a pecados de inmoralidad, porque eso es precisamente lo que él está haciendo aquí. Lo que Pablo nos advierte en el texto es que debemos mantenernos alejados de estos pecados en todas sus formas y manifestaciones. Nuestros corazones pecaminosos son altamente inflamables; no podemos pasar cerca del fuego sin sufrir algún tipo de consecuencia. Eso es imposible.

¿Cuál es el antídoto? Mantente alejado, punto. Aquí no valen años en la fe, ni mucho conocimiento bíblico; la única táctica segura es la de José: sal corriendo, no te acerques, no te expongas; “estas cosas ni aun se nombren”, dice Pablo. Y unos versículos más adelante nos dice que es vergonzoso “aun hablar de lo que ellos hacen en secreto” (vers. 12).

Pero Pablo menciona también las “palabras deshonestas”; y esta expresión era usada en aquellos días para referirse a un lenguaje vergonzoso, obsceno, indecente. Incluye todo tipo de cosa que debería avergonzar a un verdadero hijo de Dios.

Luego Pablo menciona las “necedades”, y esa palabra abarca toda conversación ociosa que no conduce a nada. Podemos traducirla literalmente “hablar sandeces”.
MacArthur la define como el tipo de conversación que solo satisface a una persona intelectualmente deficiente. El problema con hablar sandeces es que muchas veces conduce a tópicos indecentes, o a comentarios que de una forma u otra alimentan la carnalidad o minan la reputación de otros.

Y finalmente Pablo menciona las “truhanerías”. Esta es una palabra difícil de traducir adecuadamente. La Biblia de las Américas la traduce como “groserías”, y en la Nueva Versión Internacional como “chistes groseros”. Literalmente significa “algo que cambia fácilmente”, versatilidad; hace referencia a una persona ingeniosa, vivaz, alguien que puede responder con agudeza y rapidez.

Pero cuando se usaba en tono negativo, como es el caso aquí, entonces se refiere a esa clase de individuo que fácilmente puede traer en medio de cualquier conversación, por más seria que sea, un chiste vulgar o subido de color. Este tipo de persona siempre tiene una anécdota chistosa que contar, un comentario que hacer, pero usualmente relacionados con cosas indecentes. De ahí que la palabra llegara a significar “agudeza para contar chistes vulgares o groseros”.

Ahora, debemos recalcar que Pablo no está prohibiendo aquí que se cuenten chistes o que se posea un buen sentido del humor. Como bien señala un comentarista: “Él no nos llama a tener caras largas, a ser personas lúgubres que no se atreven a decir nada que evoque una risa inocente… Pero hay ciertas cosas con las cuales los cristianos no deben nunca bromear – algunas porque son muy sagradas, y otras porque son indecentes”.

No es necesario ser un indecente y un grosero para tener algo con lo cual reírnos. Ese tipo de hablar es pecaminoso y no es consecuente con nuestra profesión de fe. Por eso Pablo recalca una vez más que estas cosas “no convienen” (vers. 4). Esas palabras no se quedan en meras palabras, sino que contaminan el corazón, corrompen el alma, endurecen la conciencia.

Cuando nos acostumbramos a tomar a chiste cosas que son indecentes y groseras, llegará el momento en que no veremos tan mal el pecado en sí del que estamos bromeando; perderemos de vista la perspectiva que tiene de Dios sobre estas cosas.

Las personas que me conocen saben que no tengo problema alguno con la risa, y que aprecio enormemente el buen sentido del humor. Dice en Pr. 15:13 que “el corazón alegre hermosea el rostro”. La alegría nos provee un buen semblante. Pero la Biblia dice también en 1Cor. 13:6 que “el amor no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad”.

Pero las palabras corrompidas incluyen también expresiones verbales producidas por la amargura del corazón. Noten lo que Pablo sigue diciendo en este pasaje a los Efesios: “Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia” (Ef. 4:31). Pablo conecta la amargura con el lenguaje ofensivo.

Cuando dejamos que la amargura nos controle, difícilmente podremos controlar la lengua. El próximo paso será querer que el otro pague por lo que ha hecho. Y qué mejor arma que la lengua. Esa es una de las razones por las que debemos solucionar nuestros problemas con rapidez (comp. Ef. 4:26-27).

El enojo no resuelto produce grietas que el diablo aprovecha para introducir en nosotros sus insinuaciones pecaminosas: ya sea herir al otro con nuestras palabras o encargarnos de que otros se enteren de lo que han hecho.

Y eso nos lleva de la mano a una de las categorías más comunes de palabras corrompidas: el chisme. Pero dado que se trata de un pecado tan común, aún entre personas que profesan ser cristianas, prefiero tratarlo aparte en otra entrada.

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Defensa de Lutero en Augsburgo


Luego de presentarse en Heidelberg en abril de 1518 para defender sus 95 Tesis ante los delegados de la orden de los Agustinos, Lutero escribió un documento que llamó “Resoluciones”, donde explicaba el significado de las mismas en un tono bastante moderado.

Este documento fue remitido al papa León X el 30 de Mayo, acompañado de una carta llena de respeto y consideración. Lutero, que hasta ese momento seguía convencido de la sinceridad del papa, y que de ningún modo deseaba causar ninguna división en la iglesia, esperaba que este documento fuese suficiente para calmar los ánimos; pero en el mes de Julio recibió como respuesta el requerimiento de viajar a Roma en el término de 60 días, para dar cuenta de sus “herejías”.

Esta citación causó un gran temor entre los amigos de Lutero que comenzaron a temer por su vida, por lo que el elector Federico el sabio, príncipe de Sajonia, suplicó al papa que la causa fuese vista en Alemania.

El papa accedió a la petición de Federico, pues por razones políticas no le convenía enemistarse con él. Así que expidió una segunda orden, pidiendo esta vez que Lutero compareciera ante el cardenal Cayetano, que en ese momento se encontraba en Augsburgo por causa de la Dieta del imperio Alemán. Allí llegó Lutero el 7 de Octubre de 1518.

Al principio de la reunión Cayetano se limitó a pedirle que se retractara de todo lo que había dicho y prometiera que no propagaría más sus opiniones ni nada que pudiese ser perjudicial para la iglesia. Pero Lutero pidió con todo respeto que se le mostrase cuál era su error.

Cayetano trató de disuadirlo, pero como Lutero se defendía con argumentos, finalmente le dijo: “No he venido aquí a disputar contigo, retracta, o prepárate a sufrir las penas que has merecido.” Pero Lutero insistía en ser oído: “Declaro estar pronto a responder de palabra o por escrito a todas las objeciones que pueda hacerme el señor legado. Declaro estar pronto a someter mis tesis a las cuatro Universidades de Basilea, de Freiburgo, de Lovaina y París, y a retractar lo que ellas decidan erróneo... Pero protesto solemnemente contra la extraña pretención de obligarme a una retractación sin haber sido refutado.”

La reunión, obviamente, no concluyó bien, por lo que, temiendo por su vida, Lutero salió en secreto de Augsburgo el 20 de Octubre. Pero aún tendría otras oportunidades de defender su causa, incluso ante el mismo emperador Carlos V unos años más tarde.

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lunes, 26 de octubre de 2009

¡Cuidado con la lengua!

Alguien escribió satíricamente la siguiente descripción: “Soy más mortífero que el estridente proyectil de un obús. Yo gano sin matar. Destruyo casas, quebranto corazones y arruino vidas. Viajo en alas del viento. No hay inocencia lo bastante fuerte para intimidarme, ni pureza lo bastante pura para desalentarme. No me importa la verdad, no respeto la justicia, ni tengo misericordia con los indefensos. Mis víctimas son tantas como la arena del mar, y a menudo son también inocentes. Nunca olvido y casi nunca perdono”.

Supongo que ya muchos se habrán dado cuenta que este autor está describiendo el chisme; pero lo que se dice aquí de ese pecado en particular puede aplicarse a todos los pecados de la lengua en general. Por eso la Biblia nos advierte una y otra vez que tengamos mucho cuidado con nuestro hablar.

Escuchen esta pequeña muestra del libro de Proverbios:

Pr. 11:9: “El hipócrita con la boca daña a su prójimo; mas los justos son librados con la sabiduría”.

Pr. 12:18: “Hay hombres cuyas palabras son como golpes de espada; mas la lengua de los sabios es medicina”.

Pr. 15:4: “La lengua apacible es árbol de vida; mas la perversidad de ella es quebrantamiento de espíritu”.

Pr.18:21: “La muerte y la vida están en poder de la lengua, y el que la ama comerá de sus frutos”.

Y en un tono similar Santiago escribe en su carta:

“He aquí, ¡cuán grande bosque enciende un pequeño fuego! Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno. Porque toda naturaleza de bestias, y de aves, y de serpientes, y de seres del mar, se doma y ha sido domada por la naturaleza humana; pero ningún hombre puede domar la lengua, que es un mal que no puede ser refrenado, llena de veneno mortal” (3:6-8).
¡Qué instrumento tan poderoso es la lengua! ¡Y cuánto daño puede llegar a hacer cuando está fuera de control!

El pastor John MacArthur enumera algunas de los epítetos que la Biblia usa para describir la lengua: “malvada, engañosa, perversa, inmunda, corrupta, aduladora, difamante, chismosa, blasfema, insensata, jactanciosa, amargada, maldiciente, contenciosa, sensual y vil. Y esta lista no es exhaustiva”.

Es a la luz de esa sobria realidad que Pablo escribe en Ef. 4:29: “Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes”.

La palabra que RV traduce como “corrompida” significa literalmente “podrida, dañada, contaminada”; en el tiempo de Pablo era usada para referirse a una comida descompuesta. Todos sabemos lo que sucede cuando algo se pudre: no solo hace daño al que lo come, sino que sabe y huele mal. Las cosas podridas deben echarse bien tapadas a la basura.

Y lo que Pablo nos dice en este texto es que algunas palabras tienen ese mismo problema. Son palabras podridas, dañadas, contaminadas, y corrompen al que las escucha. Tales palabras, dice Pablo, no son consecuentes con la nueva vida que nosotros tenemos en Cristo. Si somos cristianos, si nuestros corazones han sido transformados por el poder del evangelio, debemos tomar todas esas palabras y echarlas bien tapadas en el bote de la basura para que no puedan dañar a nadie.

Una de las evidencias que revelan la transformación del corazón en la vida de un hombre o de una mujer es que su boca está siendo purificada y convertida en un instrumento de bendición. Santiago está preocupado porque los que profesan la fe puedan hacer una evaluación adecuada de su fe.

Esa es una de las enseñanzas de la carta de Santiago (comp. 1:26 – el capítulo 3:1-12 se encuentra en este contexto). Lo que Santiago está diciendo aquí es que la realidad espiritual del corazón queda al descubierto por nuestra forma de hablar, no por las actividades religiosas en las que estemos envueltos.

Nuestra liturgia puede ser correcta, lo mismo que nuestra teología, pero uno de los indicadores más confiables de nuestra verdadera condición espiritual es nuestra lengua. El Señor Jesucristo lo dijo de esta manera, en Mateo 12:

“O haced el árbol bueno, y su fruto bueno, o haced el árbol malo, y su fruto malo; porque por el fruto se conoce el árbol. ¡Generación de víboras! ¿Cómo podéis hablar lo bueno, siendo malos? Porque de la abundancia del corazón habla la boca. El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca buenas cosas; y el hombre malo, del mal tesoro saca malas cosas. Más yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio. Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado (Mt. 12:33-37).

El árbol se conoce por el fruto y de la abundancia del corazón habla la boca. El hombre y la mujer cuyos corazones han sido transformados por el poder del evangelio deben mostrarlo a través de un hablar transformado.

Ahora, eso no quiere decir que tan pronto nos convertimos dejamos de tener problemas con la lengua. La Biblia enseña que el pecado todavía mora en nosotros, y aunque ha dejado de ser nuestro rey sigue siendo nuestro enemigo. Y si le damos oportunidad usará nuestros labios para hacer mucho mal.

Recientemente me topé con un dato que llamó mi atención. “Se ha calculado que la persona promedio hablará unas 18,000 palabras al día, suficientes para un libro de cincuenta y cuatro páginas. ¡En un año eso llega a sesenta y seis volúmenes de 800 páginas!”

Si estamos en el promedio, pasaremos un quinto de nuestras vidas hablando. Y muchas personas hablan más que eso. ¡Imagínense todas las cosas dañinas que se pueden decir en toda una vida!

De ahí el mandato de Pablo en Ef. 4:29: “Que ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca”. Pablo no dice aquí que debemos disminuir el número de palabras corrompidas que salen de nuestra boca. Más bien el Espíritu Santo lo inspiró para escribir un mandato absoluto: “Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca”. Y ¿eso qué incluye? Eso lo veremos, si el Señor lo permite, en una entrada posterior.

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Defensa de Lutero en Heidelberg


Tan pronto Lutero clavó sus famosas “95 Tesis” en la puerta de la Iglesia del Castillo en Wittemberg, criticando la venta de indulgencias, éstas causaron un gran revuelo; en quince días se propagaron por toda Alemania, y en menos de un mes fueron conocidas por una gran parte de la cristiandad en Europa, donde muchos las recibieron con gozo.

El conocido humanista Erasmo de Rotterdam envió una carta a Lutero en la que le decía, entre otras cosas: “No puedo describir la emoción, la verdadera y dramática sensación que provocan”. Y cuando, un poco más tarde el elector de Sajonia le preguntó su oponión sobre Lutero, le respondió con una sonrisa: “Nada me extraña que haya causado tanto ruido, porque ha cometido dos faltas imperdonables: haber atacado la tiara del papa y el vientre de los frailes”.

Aún en la misma Roma las tesis no fueron recibidas tan mal como pudiera pensarse. Cuando el censor del vaticano, Silvestre Prierias, aconsejó al papa León X que lo declarase un hereje, el papa replicó: “Este hermano, Martín Lutero, tiene un grande ingenio, y todo lo que se dice contra él no es más que envidia de frailes”. Un historiador señala el hecho de que en un principio León X evaluó las tesis como literato más que como papa.

Por supuesto, no todos reaccionaron bien. Tetzel, cuya venta de indulgencias había disminuido considerablemente, escribió una carta llena de acusaciones contra Lutero. Lo mismo hicieron otros, aconsejando incluso que fuese condenado y quemado como un hereje. Así las cosas, el papa envió una carta a Gabriel de la Volta, general de los Agustinos en Alemania, pidiéndole que pusiese fin a esta controversia y que reprendiese a Lutero. Se propuso entonces una reunión que se llevó a cabo del 21 al 26 de abril de 1518 en Heidelberg.

Allí se le dio la oportunidad de presentar una defensa de sus tesis, para cuyo fin Lutero preparó 28 propuestas que llamó “Paradojas”, apoyándose en la Biblia y en las enseñanzas de Agustín de Hipona. En vez de condenar a Lutero, la impresión que causó en Heidelberg fue muy favorable. Martin Bucer, representante de la orden de los Dominicos, escribió: “Lutero posee una gracia muy especial para responder a las preguntas que se le hacen, y también una inalterable paciencia para escuchar... y como ya dijo Erasmo, habla con libertad y sin pretenciones”. Poco a poco Lutero fue ganando simpatizantes que vieron en él un estudioso de las Escrituras y no simplemente un revoltoso.

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viernes, 23 de octubre de 2009

Las 95 Tesis


El 31 de Octubre de 1517 apareció clavado en la puerta de la Catedral del Castillo en Wittemberg un anuncio escrito en latín que decía: “Por amor a la verdad y en el afán de sacarla a la luz, se discutirán en Wittemberg las siguientes proposiciones bajo la presidencia del Reverendo Padre Martín Lutero, maestro en Artes y en Sagrada Escritura y profesor ordinario de esta última disciplina en esa localidad. Por tal razón, ruega que los que no puedan estar presentes y debatir oralmente con nosotros, lo hagan, aunque ausentes, por escrito. En el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Amén.” Inmediatamente después aparecían noventa y cinco tesis o proposiciones contra la venta de indulgencias.

En ese momento nadie hubiese podido vaticinar el enorme impacto que ese documento habría der producir. Gracias a la imprenta, inventada unos años antes, las noventa y cinco tesis fueron publicadas en varios idiomas y leídas por toda Europa. Preciso es señalar que Lutero no pretendía crear ninguna división en el seno de la iglesia. En ese punto de la historia él estaba convencido de que el Papa ignoraba el abuso que los predicadores de indulgencias cometían en Alemania. He aquí algunas de sus tesis:

(21) “Se equivocan aquellos predicadores de indulgencias que afirman que el hombre es absuelto a la vez que salvo de toda pena, a causa de las indulgencias del Papa.”

(36) “Cualquier cristiano que en forma verdadera esté arrepentido, tiene derecho al perdón total de la pena y de la culpa, aun sin carta de indulgencias.”

(50) “Es preciso enseñar a los cristianos, que si el Papa supiese el robo y el engaño de los predicadores de las indulgencias, antes preferiría que la Basílica de San Pedro fuese quemada o reducida a escombros, que verla construida con la piel, carne y hueso de sus ovejas.”

(53) “Son enemigos del Papa y de Jesucristo los que prohiben la predicación de la Palabra porque se opone a las indulgencias.”

(62) “El único tesoro verdadero de la iglesia es el evangelio santísimo de la gloria y gracia de Dios.”

(66) “Los tesoros de las indulgencias son redes con las cuales ahora se pescan las riquezas de los hombres.” (Pueden leer aquí el documento completo).

Ese mismo día Lutero envió un ejemplar de sus tesis al arzobispo de Magdeburgo, pidiéndole que reprendiera a los predicadores de indulgencias, ignorando que este hombre recibía el 50 % de las ganancias. Lutero, sin saberlo, había desatado una tormenta que cambiaría para siempre la faz de Europa y el mundo.


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jueves, 22 de octubre de 2009

Tim Keller sobre la idolatría en el ministerio


Una vez más nuestro hermano Xavi Memba, de kerigma.net, nos provee otra buena traducción de Tim Keller, esta vez sobre los falsos dioses. Como el mismo Xavi nos dice a modo de introducción: “Pocas veces tenemos el privilegio de escuchar o de leer a un gran predicador hablar o escribir con tanta honestidad como lo hace Tim Keller en este artículo que ayer subió en el blog del Redeemer Church Planting Center.”

Al igual que él, espero “que su lectura cause inquietud en los corazones y deseo de indagar más en la verdad del evangelio hacia la que señala tan acertadamente.”

A menudo me preguntan cómo es que he llegado a estar tan familiarizado con la manera tan sutil en la que el corazón humano tiende a la idolatría.

Al igual que muchos pastores jóvenes, yo solía trabajar demasiadas horas, nunca diciendo “no” a cualquiera que reclamase mi servicio pastoral. Cuando me ofrecían un incremento del salario pastoral, lo rechazaba. Cuando me ofrecían ayuda administrativa, declinaba la oferta. Me sentía bastante orgulloso de ser el tipo de persona que trabaja muy duro, nunca se queja y nunca pide ayuda. Esta postura provocó frecuentes conflictos con mi esposa, quien acertadamente mantenía que lo que yo estaba haciendo era descuidar mi relación con ella y con mis hijos [por aquél entonces, todavía muy pequeños]. Todo ello, también me llevó a tener problemas de salud, aún cuando sólo tenía treinta y pocos años.

A pesar de todo, continuaba sintiendo que la manera en la que estaba viviendo era noble y buena. Creía que estaba comprometido de una forma sacrificial al ministerio de la Palabra. Especialmente, me encantaba poder hacer sacrificios que nadie veía – ni siquiera los miembros de mi iglesia o incluso mi familia. Eso me hacía sentir aún más noble. Si todo esto me causaba, a mí personalmente, algún problema ¿no era entonces [una clara] evidencia de lo realmente devoto que era? [No hay duda de que] me encontraba en una situación muy peligrosa. Mi futuro era de lo más inquietante, aunque yo no era consciente de ello. A corto plazo, este tipo de adicción al ministerio recibe su recompensa de la admiración de la gente a tu alrededor.

Sin embargo, algunos amigos bienintencionados vieron el problema y, literalmente, cayeron sobre mí con todo “el peso de la ley”; mostrándome que estaba incumpliendo los mandamientos de tomar un día de reposo y de honrar a mi familia. Normalmente, yo solía responder añadiendo una serie de cambios que al final no era capaz de mantener. Otros [amigos] utilizaban la técnica moderna de la auto-estima – “Necesitas pensar en ti mismo; necesitas hacer cosas que te hagan feliz.” Yo, [simplemente] desdeñaba ese tipo de consejo como algo terriblemente egoísta. Yo, [por supuesto] lo que valoraba era el auto-sacrificio.

No fue hasta que empecé a explorar mi corazón con la categoría bíblica de idolatría que, [entonces], descubrí horrorizado que todo mi supuesto sacrificio no era sino toda una serie de actos egoístas. Estaba usando a la gente con el fin de forjarme un sentido de valor propio. Estaba enfocando la atención hacia lo sacrificado que era mi ministerio para que éste me diera un sentido de “justicia delante de Dios” que sólo debiera encontrar en Jesucristo. La gente hace ídolos del dinero, del poder, de los logros personales o de la excelencia moral. Tratan de encontrar en todas estas cosas “la salvación” – que les den un sentido de pureza, valor y el sentirse aceptados, algo que [en definitiva] sólo Jesús puede dar. En mi caso, yo estaba utilizando el ministerio (y a mi propia gente) en este sentido.

Sin la categoría de lo que es la idolatría – convertir algo bueno en un pseudo salvador—nunca hubiera sido capaz de verme a mí mismo [bajo la perspectiva correcta]. Nada, aparte del concepto de falsos dioses, podría haberme hecho caer del espejismo de [supuesta] virtud y [sentido] de superioridad en el que encontraba atrapado. Doy gracias a Dios por este dramático entendimiento [que me salvó la vida] – aunque todavía continuaré luchando [de por vida] con tal de ir implementando lo que he aprendido.

Usado con permiso de kerigma.net.
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El sacerdote Martín Lutero llega a Wittemberg y comienza a entender el evangelio

El 17 de Agosto de 1505 un joven de casi 22 años, graduado en leyes y a punto de comenzar su licenciatura en la universidad de Erfurt, llegó al monasterio de la orden de los Eremitas Agustinos porque había decidido hacerse monje y así encontrar la paz con Dios. Se llamaba Martín Lutero. Una vez admitido en el monasterio se dedicó con empeño a sus estudios, de manera que muy pronto sus superiores lo seleccionaron para el sacerdocio, oficio que asumió luego de su primera misa el 2 de mayo de 1507.

Pero otro cambio trascendental habría de ocurrir en su vida al año siguiente. El vicario general de la orden de los agustinos en Alemania, Juan Staupitz, había puesto sus ojos en él para llevarlo a Wittemberg, donde Federico el sabio, príncipe de Sajonia, había fundado una universidad bajo su dirección en 1502.

El deseo de Federico era que Wittemberg llegara a ser la mejor universidad de Alemania, por lo que estaba tratando de reclutar a los profesores más dotados. Allí obtuvo Lutero su Bachillerato en Teología en 1509 y en 1512 su Doctorado, siendo designado como el nuevo catedrático de Biblia y Teología de la universidad. Por otra parte, su habilidad como maestro comenzó a ser reconocida, de manera que en 1514 fue nombrado como pastor de la iglesia de Santa María, en el centro de la ciudad.

Pero lo que realmente revolucionó su vida fue el estudio de la Biblia, sobre todo la epístola de Pablo a los Romanos, donde encontró la siguiente declaración: “Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá” (1:17).

En un principio Lutero quedó muy sorprendido con estas palabras: ¿Por qué Pablo conectaba en este texto la buena noticia del evangelio con la justicia de Dios? ¿Acaso no demanda esa justicia que el pecador sea castigado por sus pecados? Por otra parte ¿cómo es eso de que el justo vivirá por la fe? ¿No había sido él enseñado desde niño que debía acumular méritos a través de las buenas obras para poder salvarse?

Finalmente Lutero comprendió por el estudio de la Biblia que esa justicia es la que Dios imparte a los pecadores por medio de la fe en Su Hijo, nuestro Señor Jesucristo (Romanos 4:4-5, 5:1; 10:3-4; Efesios 2:8-9). Este monje finalmente entendió que la paz con Dios que tanto ansiaba no dependía de sus méritos, sino de los méritos de Aquel que siendo Dios se hizo Hombre para morir en una cruz por la salvación de Su pueblo. El resto es historia.


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miércoles, 21 de octubre de 2009

El vendedor de perdón


El perdón de los pecados no es un tema incidental en el evangelio de Cristo. La esencia de este mensaje es que Dios ofrece a los pecadores de pura gracia el perdón de todos sus pecados por medio de la fe en nuestro Señor Jesucristo en base a Su vida perfecta, Su muerte expiatoria y Su resurrección. El evangelio es un mensaje de perdón y reconciliación. Cualquier distorsión en ese aspecto del mensaje corrompe el corazón del evangelio. Y eso fue precisamente lo que ocurrió en el siglo XVI con la escandalosa venta de indulgencias.

En palabras simples, la indulgencia pretende ser una especie de cheque certificado, emitido por el Papa, por el que cancela algunos o todos los castigos temporales que merecen los pecados, al adjudicar al beneficiario una cantidad de méritos del superávit acumulado por los santos.

Según Roma, el Papa es el administrador soberano de este depósito sagrado, autoridad de la que se valió el Papa León X para proclamar una gran venta de indulgencias en los años 1514 y 1516 tomando como pretexto inicialmente la guerra contra los turcos y luego la terminación de la basílica de San Pedro.

Para esos fines comisionó en Alemania al príncipe elector Alberto de Maguncia, Arzobispo de Magdeburgo, quien fue autorizado para recibir la mitad de la recaudación de la venta de indulgencias, mientras enviaba la otra mitad a las arcas pontificias. Éste había pedido prestado 30,000 florines a los Fúcar, banqueros de Augsburgo, para poder comprar el nombramiento de arzobispo, por lo que estaba sumamente endeudado.

El instrumento principal usado por Alberto para ese singular negocio fue Johan Tetzel, fraile de la orden de los dominicos, hombre astuto y muy persuasivo.

“Las indulgencias – decía él – son la dádiva más preciosa y más sublime de Dios... Venid, oyentes, y yo os daré bulas por las cuales se os perdonarán hasta los mismos pecados que tuvieseis intención de cometer en lo futuro... Pero hay más; las indulgencias no sólo salvan a los vivos, sino también a los muertos... Escuchad a vuestros parientes y amigos difuntos que os gritan del fondo del abismo: ‘¡Estamos sufriendo un horrible martirio! Una limosna nos libraría de él; vosotros podéis y no queréis darla’. En el mismo instante en que la pieza de moneda resuena en el fondo de la caja, el alma sale del purgatorio”.

Fue este escandaloso tráfico de perdón lo que movió a Lutero a escribir sus 95 tesis, como veremos en nuestra próxima entrada.


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martes, 20 de octubre de 2009

¿Se puede comprar el perdón de los pecados?

A pesar de que varios factores se conjugaron para dar inicio a la Reforma Protestante, el factor detonante fue la venta de indulgencias, que en la época de Lutero había alcanzado proporciones alarmantes.

Según la teología de la Iglesia Católica Romana, por medio del bautismo la persona experimenta la regeneración espiritual, con el perdón total de los pecados y de toda la pena merecida por ellos. Pero una vez la persona es bautizada, los pecados que comete a partir de ese momento adquieren una malicia especial pues, como señala el ex – sacerdote Francisco Lacueva, “ya no es un enemigo el que peca, sino un amigo y un hijo, redimido por la sangre de Jesús, lo cual equivale a pisotear la Cruz de Cristo y caer en el estado anterior a la salvación”.

Así que, a pesar de que en el sacramento de la penitencia se perdona la culpa y la pena eterna debida a los pecados “mortales”, aún permanece, dice Roma, la pena temporal por los pecados ya perdonados. Y ¿cómo puede ser expiada esa pena temporal? Uno de los medios, dice Roma, es a través de las indulgencias.

En The Catholic Encyclopedia se define indulgencia como “la remisión del castigo temporal a causa del pecado, la culpa del cual ha sido perdonada”. Esa remisión es posible en virtud del llamado “tesoro de méritos y satisfacciones de Cristo, de María y de los santos”, del cual el Papa es el administrador soberano. De acuerdo con esta doctrina, los santos tienen un superávit de méritos, suficientes para ellos y para otros; haciendo uso de ese superávit se puede cancelar algunos o todos los castigos que el pecado merece.

Aunque Tomás de Aquino enfatizó el hecho de que las indulgencias no constituían en sí mismas el perdón de los pecados, sino que implicaban únicamente la remisión de las penas eclesiásticas y los tormentos del purgatorio, los predicadores de indulgencias no siempre daban tantas explicaciones. En 1477 el Papa Sixto IV confirmó que las indulgencias podían aplicarse también a los difuntos.

Como la guerra contra los turcos y la construcción de la Basílica de San Pedro requerían de una enorme cantidad de dinero, en los días del Papa León X la Iglesia recurrió a una gran venta de indulgencias, concediendo exclusividad en el Imperio Germánico a los dominicos.

Y es así como en Octubre de 1517 llegan estos vendedores a Wittemberg, concediendo indulgencias hasta por pecados que no habían sido aún cometidos. De estos vendedores, uno de los más destacados fue Juan Tetzel, de quién nos ocuparemos, Dios mediante, en nuestra próxima entrega.


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lunes, 19 de octubre de 2009

La esencia de la Reforma


El próximo 31 de Octubre se cumplen 492 años del evento que dio inicio a la Reforma Protestante. Un monje agustino llamado Martin Lutero clavó 95 tesis en la puerta de una iglesia en Wittemberg invitando a un debate abierto sobre la venta de indulgencias. En ese momento, y sin saberlo, Lutero estaba encendiendo una llama cuyo fuego pondría en vilo tanto al poder religioso como al poder político europeos.

El impacto que este movimiento produjo en la Europa del siglo XVI traspasó ampliamente las fronteras de la Iglesia y vino a ser una fuerza religiosa e intelectual que afectó sensiblemente el pensamiento de la época. La Reforma marcó un hito en la historia y sentó las bases para el pensamiento moderno. Pero ¿cuál fue la esencia de este movimiento reformador?

Para la Iglesia Católico Romana, fue una división dentro del seno de la verdadera Iglesia; una deformación más que una reforma. Para los historiadores seculares, sobre en todo en el campo marxista, la Reforma fue el producto de algunos factores económicos, políticos y sociales. Para los reformadores, en cambio, fue un retorno a doctrinas cruciales del Nuevo Testamento que habían quedado sepultadas bajo los escombros de la tradición, la teología escolástica y la religión sacramentalista de los años oscuros de la Edad Media.

No fue casual el hecho de que uno de los instrumentos que Dios usara para dar inicio a la Reforma no fue un monarca ni un estadista, sino un monje agustino que invitaba al pueblo a reflexionar en un asunto teológico: ¿Cómo puede un Dios infinitamente justo perdonar a pecadores culpables? La respuesta del Nuevo Testamento es clara y diáfana como el sol del medio día: No por nuestras obras, sino únicamente por medio de la fe en la persona y la obra de nuestro Señor Jesucristo (Romanos 3:28; 4:4-5; 5:1; Efesios 2:8-9).

El problema esencial con el que se estaba lidiando aquí no era político, ni filosófico, ni económico, ni social; ni siquiera era de índole moral. Lo que se necesitaba con urgencia no era limpiar la casa simplemente, sino revisar sus cimientos, un retorno a la definición nuevotestamentaria de la Iglesia, basada en un fresco entendimiento del evangelio de Jesucristo. El movimiento reformador no intentaba crear una nueva religión, ni mucho menos producir un cisma, sino regresar a la Biblia como la única regla infalible de fe y práctica.

La noche que clavó sus famosas tesis, Lutero no pretendía provocar una revolución religiosa, sino llamar la atención de la iglesia que en ese momento amaba y respetaba. Pero esos martillazos habrían de cambiar para siempre la historia del mundo, como veremos en las próximas entregas.

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El carácter del hombre llamado al ministerio pastoral

La otra área que debemos evaluar es el carácter del individuo. Así como debe ser irreprochable en el gobierno de su casa, también debe poseer un carácter irreprochable: “Palabra fiel: Si alguno anhela obispado, buena obra desea. Pero es necesario que el obispo sea irreprensible, marido de una sola mujer, sobrio, prudente, decoroso, hospedador, apto para enseñar; no dado al vino, no pendenciero, no codicioso de ganancias deshonestas, sino amable, apacible, no avaro” (1Tim. 3:1-3).

Pablo señala aquí algunas virtudes que deben estar presentes, y algunos vicios que deben estar ausentes, en el hombre que está siendo considerado para el pastorado. ¿Cuáles son algunas de las virtudes que deben estar presentes en un candidato al ministerio?

En primer lugar, un carácter sobrio, moderado, equilibrado, sin excesos. Se trata de una persona que siempre está en sus cabales. Este hombre puede tener buen sentido del humor, pero sabe distinguir cuando es tiempo de reír y cuando es tiempo de estar serio. En otras palabras, es un hombre que tiene suficiente dominio de sí mismo como para actuar por principios y no simplemente por deseos o emociones.

Otra virtud que debe estar presente es la de un corazón amante y generoso. El pastor debe ser hospitalario, dice Pablo. Debe poseer la capacidad de ser sensible, sobre todo hacia aquellos que los demás tienden a olvidar y a pasar por alto; aquellos que probablemente no podrán recompensarle lo que han hecho.

Detrás de esta calificación encontramos un corazón de siervo, que está dispuesto a servir antes que ser servido; un corazón compasivo, que al igual que Cristo, no sólo está dispuesto a sanar al leproso, sino también a tocarlo.

El Señor sanaba a las personas, pero no las trataba clínicamente. Él se compadece de nuestras debilidades, y eso es precisamente lo que Él espera que hagan aquellos que han sido colocados por Él como pastores sobre la Iglesia.

Pero no solo se espera de estos hombres que tengan un carácter sobrio y un corazón amante y generoso, sino también una actitud gentil. Pablo nos dice que el pastor debe ser amable y apacible.

Y ¿cuáles son los vicios que deben estar ausentes de un carácter irreprochable? Básicamente tres: en primer lugar, lo pastores no deben ser sabios en su propia opinión. En Tito 1:7 Pablo dice que el obispo no debe ser un “soberbio”, y esa palabra significa lit. “voluntarioso, arrogante, inflexible, obstinado, testarudo”.

Hombres como estos serían capaces de crear disturbios hasta en una reunión de ángeles. Todo el tiempo insistirán en que las cosas se hagan a su modo, y muy pronto las reuniones pastorales comenzarán a llevarse a cabo en un clima de fricción y de incomodidad.

Por otra parte se nos dice que este hombre no debe ser iracundo y rencilloso; y finalmente, que no debe ser amante del dinero, dado a la codicia. He aquí las virtudes que deben estar presentes y los vicios que deben estar ausentes de un carácter irreprochable.

Pero el pastor no sólo debe mostrar competencia en el gobierno de su casa y un carácter irreprochables, sino también habilidades probadas para enseñar. Aunque es interesante notar que la frase que aparece al final del vers. 2 y que nuestra versión traduce como “apto para enseñar” es una sola palabra que puede ser traducida también como “enseñable”.

Y es que en realidad estos dos conceptos no se excluyen mutuamente; como alguien ha dicho, nadie puede ser apto para enseñar a menos que sea apto para aprender. Las dos cosas deben estar ahí. El siervo de Dios debe tener un corazón enseñable, pero debe poseer también la capacidad de enseñar a otros (comp. Tito 1:9).

Debe tener la capacidad de exhortar con sana enseñanza, y aún convencer a los que contradicen. “Debe tener la habilidad de presentar la verdad inteligentemente y en forma clara, lo suficiente como para que las personas puedan entender lo que está diciendo. Debe poseer en alguna medida la habilidad de comunicar”.

Eso no quiere decir que todos los pastores deben poseer este don en el mismo grado. La Escritura nos enseña que algunos excederán en su capacidad de enseñar y predicar; por eso algunos hombres dentro del cuerpo pastoral deberán ser apartados para que dediquen todo su tiempo y energías al desempeño de esa labor (comp. 1Tim. 5:17).

Pero esto no elimina el hecho de que todo hombre que sea llamado a realizar la labor pastoral debe ser apto para comunicar las verdades bíblicas en una forma efectiva.

Nos restan dos calificaciones más que veremos más brevemente. Los pastores no sólo deben mostrar competencia en el gobierno de sus casas, un carácter irreprochable, habilidades probadas para enseñar, sino también, probada madurez cristiana: “no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo” (vers. 6).

Literalmente, no debe ser un árbol recién plantado, un recién convertido, sino un hombre que posea cierto grado de madurez espiritual; de no ser así esto no sólo podría traer resultados desastrosos para la grey, sino también para él mismo, ya que podría envanecerse y caer en “la condenación del Diablo”, ie. la sentencia que fue pronunciada contra Satanás debido a su arrogancia.

Y finalmente, Pablo menciona también una buena reputación en el mundo (vers. 7). El obispo debe tener un testimonio irreprensible entre los inconversos con quienes tiene o ha tenido contacto.

Ahora, nosotros sabemos que contra los cristianos se levantan muchas veces acusaciones injustas (de ahí la exhortación de 1Tim. 5:19); pero Pablo se está refiriendo aquí a que el obispo debe ser reconocido por la gente del mundo “como un hombre de carácter, un hombre contra el cual no es posible levantar ningún cargo justo, de infamia moral” (Hendriksen; el subrayado es suyo).

He ahí el perfil que la Biblia nos presenta para evaluar los candidatos al ministerio. Y si hay algo claro en estas calificaciones de 1Tim. 3 es que el aspecto primario que debemos evaluar es el carácter del individuo no sus dones y habilidades.

Con esto no estamos diciendo que los dones del individuo no deban ser evaluados o que no sean importantes; de ninguna manera. El pastor debe ser apto para enseñar. Pero si queremos evaluar conforme a los criterios de Dios, nuestro foco de atención primario debe ser el carácter, no los dones.

Los dones pueden y deben ser desarrollados (comp. 1Tim. 4:14-15). Pero de nada nos sirve un hombre un hombre que hable como un ángel y que posea enormes conocimientos bíblicos y teológicos, si al mismo tiempo carece del carácter moral que Dios exalta.


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viernes, 16 de octubre de 2009

La competencia doméstica del hombre llamado al ministerio pastoral

Volviendo una vez más sobre las calificaciones que Pablo nos provee en 1Tim. 3:1-7, vemos que vienen enmarcadas en el término general “irreprensible”: “Palabra fiel: Si alguno anhela obispado, buena obra desea. Pero es necesario que el obispo sea irreprensible” (vers. 1-2).

Esta palabra obviamente no significa “sin pecado”, sino que señala a un hombre que no puede ser acusado verazmente de nada que lo marque como indigno de estar en la posición de embajador de Jesucristo.

Y ahora Pablo nos provee cinco categorías distintas en las que debemos chequear esta vida irreprensible, comenzando por el hogar. Se espera de los pastores que sean hombres de probada fidelidad conyugal, así como también que hayan dado muestras de sabiduría al gobernar a sus hijos: “Pero es necesario que el obispo sea irreprensible, marido de una sola mujer… que gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad (pues el que no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?) (1Tim. 3:2, 4-5)”.

En Tito 1:6, Pablo vuelve sobre esta calificación: “el que fuere irreprensible, marido de una sola mujer, y tenga hijos creyentes que no estén acusados de disolución ni de rebeldía”.

La palabra que RV traduce como “creyentes”, puede ser traducida también: “dignos de confianza”, “fidedignos”. Por eso algunas versiones lo traducen: “que tenga hijos obedientes”. Varias razones nos mueven a pensar que esta es la traducción correcta de este controversial pasaje.

En primer lugar, porque no tiene mucho sentido decir que los hijos de los pastores deben ser creyentes, y luego añadir: “que no estén acusados de disolución y de rebeldía”; si se supone que son creyentes, esa nota aclaratoria está demás.

En segundo lugar, esta calificación es paralela a la de 1Tim. 3:4, y allí no dice que el pastor debe tener hijos creyentes, sino “que tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad”.

En tercer lugar, lo que Pablo enfatiza en el texto es que los hombres que sean considerados para el ministerio pastoral deben mostrar competencia en el gobierno de sus hogares. Pero si creemos que Dios es soberano en la salvación de los pecadores, nadie puede asegurar que la competencia de un padre tendrá como resultado la salvación de sus hijos. En otras palabras, la fe o incredulidad de los hijos no siempre es un indicativo con respecto a la calificación de un hombre.

En cuarto lugar, esa calificación plantearía un serio problema en la práctica. Supongamos que elegimos a un pastor con un niño de un año de edad. Obviamente, no podríamos exigir que ese niño sea creyente. Pero ¿qué si llega a los 6 y todavía es incrédulo – descalifica eso al padre? Y si llega a los 8 o a los 10 o a los 12 y sigue sin convertirse. ¿A cuál edad ya no pueden seguir siendo inconversos los hijos de los pastores? Dondequiera que pongamos el límite será completamente arbitrario.

El punto de focal de esta calificación es la competencia del pastor para gobernar y dirigir a los que están a su cuidado, no la respuesta de aquellos que están bajo su cuidado (en este caso, los hijos). Obviamente, la respuesta de los hijos a la crianza de este hombre es un indicativo que nos ayuda a evaluar si el individuo es competente o no; y mientras los hijos se encuentren bajo su techo deben mostrar respeto a su autoridad. Pero esa competencia no siempre da como resultado la salvacion de los hijos; de hecho, un buen gobierno no siempre garantiza sumisión y contentamiento de parte de los gobernados.

El ejemplo más contundente que podemos dar en ese sentido es el de Dios mismo. Dios es un Padre perfecto; en Sus tratos para con nosotros Él combina perfectamente la ternura y la firmeza; Sus demandas siempre son justas y sabias; pero aún así Él tiene hijos rebeldes. Escuchen la queja de Dios, en Isaías 1:2: “Oíd, cielos, y escucha tú, tierra; porque habla Jehová: Crié hijos, y los engrandecí, y ellos se rebelaron contra mí”.

Y unos capitulos mas adelante vuelve de nuevo sobre este asunto: “Ahora cantaré por mi amado el cantar de mi amado a su viña. Tenía mi amado una viña en una ladera fértil. La había cercado y despedregado y plantado de vides escogidas; había edificado en medio de ella una torre, y hecho también en ella un lagar; y esperaba que diese uvas, y dio uvas silvestres. Ahora, pues, vecinos de Jerusalén y varones de Judá, juzgad ahora entre mí y mi viña. ¿Qué más se podía hacer a mi viña, que yo no haya hecho en ella? ¿Cómo, esperando yo que diese uvas, ha dado uvas silvestres?” (Isaías 5:1-5).

Sabemos que ningún padre terrenal puede decir con una limpia conciencia: “Hice por mi hijo todo lo que pude haber hecho”; pero este pasaje nos muestra que la respuesta de los gobernados no siempre refleja la competencia del que gobierna (si desean ampliar este tema, recomiendo este post de Justin Taylor en el blog de Desiring God titulado Unbelief in an Elder's Children - "Incredulidad en el hijo de un pastor").

¿Qué debemos evaluar, entonces? Las normas que un padre impone sobre su casa; la forma sabia, amorosa y firme en que hace valer su autoridad; la manera como aplica la disciplina paterna cuando es necesario. Los pastores gobiernan la iglesia, dice Pablo, y por lo tanto, los que son elegidos para ejercer este oficio deben mostrar competencia en el gobierno de sus hogares.


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jueves, 15 de octubre de 2009

A propósito del premio Nobel de la Paz concedido al presidente Obama


En kerigma.net Xavi Memba nos trae dos buenas reflexiones sobre el poder de las palabras, a propósito del sorpresivo anuncio de que a Barack Obama le fue otorgado este año el premio Nobel de la Paz. Recomiendo que lean ambas entradas en el orden en que fueron posteadas.

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El llamado divino al ministerio pastoral debe ser confirmado por otros

Independientemente de lo profundo y desinteresado que pueda ser el anhelo de una persona por el ministerio, la Biblia también enseña que ese llamamiento debe ser confirmado por otros. El ministerio pastoral reviste de tanta trascendencia que Dios no ha dejado este asunto únicamente a la consideración del candidato, porque generalmente no somos muy objetivos evaluándonos a nosotros mismos.

Cuando Pablo dice en 1Tim. 3:1-7 que es necesario que el obispo sea irreprensible (y todo lo demás que añade en el texto), está presuponiendo que esa evaluación será hecha por otros que pueden dar testimonio de que estas calificaciones están allí.

Dice el Señor en Mt. 5:14 que una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Cuando un individuo posee las calificaciones que son necesarias para entrar al ministerio, esto se hace evidente para aquellos que lo rodean.

Eso no quiere decir que la Iglesia o los pastores llaman a un hombre al ministerio; eso es prerrogativa de Dios únicamente. Pero el llamado de Dios al ministerio debe ser evidente a los hermanos de la Iglesia, así como a los pastores. Veamos el caso de la elección de ese grupo de servidores en Hch. 6:1-6, que algunos consideran los primeros diáconos de la iglesia:

“En aquellos días, como creciera el número de los discípulos, hubo murmuración de los griegos contra los hebreos, de que las viudas de aquéllos eran desatendidas en la distribución diaria. Entonces los doce convocaron a la multitud de los discípulos, y dijeron: No es justo que nosotros dejemos la palabra de Dios, para servir a las mesas. Buscad, pues, hermanos, de entre vosotros a siete varones de buen testimonio, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, a quienes encarguemos de este trabajo. Y nosotros persistiremos en la oración y en el ministerio de la palabra. Agradó la propuesta a toda la multitud; y eligieron a Esteban, varón lleno de fe y del Espíritu Santo, a Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Parmenas, y a Nicolás prosélito de Antioquía; a los cuales presentaron ante los apóstoles, quienes, orando, les impusieron las manos”.

Noten que, aunque los apóstoles tenían una autoridad superior a la de cualquier pastor hoy día, sin embargo pidieron a la Iglesia que se involucraran buscando de entre ellos mismos esos hombres. Y ¿cuál fue la participación que tuvieron los apóstoles (los cuales fungían como pastores de la Iglesia de Jerusalén)? Ellos instruyeron a los hermanos para que eligieran correctamente (vers. 3), y dieron su aprobación final (vers. 6).

La Iglesia señala a esos hombres, pero esta selección debe contar con la aprobación final de los pastores ya constituidos. De ahí que Pablo diga a Timoteo, en 1Tim. 5:22: “No impongas con ligereza las manos a ninguno”. Si Timoteo no tenía otra opción que aceptar la elección de la Iglesia esas palabras estaban demás.

Lamentablemente, muchas personas entran al ministerio a sus propias expensas, sin que una iglesia o un grupo de pastores hayan tenido la oportunidad de evaluar cuidadosamente su carácter (conforme a las directrices apostólicas en 1Tim. 3:1-7 y Tito 1:5-9); y los resultados de esa ligereza están a la vista.

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miércoles, 14 de octubre de 2009

El hombre llamado por Dios al ministerio pastoral anhela servir en el ministerio pastoral

Como vimos en una entrada anterior, es Dios quien llama a servirle en el ministerio pastoral. Pero ese llamado, cuando viene de parte de Dios, incluye un anhelo profundo y desinteresado por la obra del ministerio. Pablo dice en 1Timoteo 3:1: “Palabra fiel: Si alguno anhela obispado, buena obra desea”.

La palabra que RV traduce como “anhelo” (del gr. oregetai) significa “extenderse”, y señala el esfuerzo que hacemos con el propósito de obtener lo que deseamos. Por eso algunos lo traducen “aspiración”. El estudiante que aspira llegar a ser profesional, tiene que esforzarse para lograr esa meta; lo mismo hace el político que aspira ser presidente.

Pablo dice aquí que los que aspiran al obispado, “buena obra desean”. Y esta última palabra vuelve a recalcar el anhelo personal; nos habla de un fuerte deseo interno (es la palabra griega epithumia que en ocasiones se traduce negativamente como “concupiscencia”). Se trata de una compulsión en el alma, una fuerte inclinación por alcanzar algo.

Ahora, ese anhelo por el ministerio no sólo debe ser profundo, sino también desinteresado. Pablo dice en nuestro texto que “Si alguno anhelo obispado, buena obra desea”. Pablo exalta la aspiración por la “obra” ministerial, no por el “puesto” de pastor.

Como alguien ha dicho muy acertadamente: “La ambición por el oficio corrompe, el deseo por el servicio purifica”. Aquí se nos habla de aspirar al obispado, aspirar a ser colocado en una posición desde la cual podamos supervisar la grey de Dios (obispo = supervisor).

Todo hombre llamado por Dios al ministerio siente un fuerte anhelo por promover el reino de Dios, por servir a los hijos de Dios. “Si después de un cuidadoso examen de sí mismo, un hombre descubre que tiene un motivo diferente que el de la gloria de Dios y el bien de las almas, para optar por el pastorado, haría bien en volverse de él inmediatamente” (Spurgeon).

Todo el que quiera entrar en el ministerio con una conciencia tranquila, debe estar seguro de que no ambiciona otra cosa que la gloria de Dios, la expansión de Su reino y la edificación de Su Iglesia.

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martes, 13 de octubre de 2009

El llamado de Dios al ministerio pastoral


Alguien dijo una vez con mucha razón que “si bien es cierto que trabajar en el ministerio es una tarea que debemos considerar como un privilegio, también debemos tomar en cuenta las advertencias que encontramos en la Escritura de no entrar en el oficio pastoral sin estar debidamente señalado por Dios para esa obra.”

Hablando de los falsos maestros, dice el Señor en Jer. 23:32: “Yo no los envié ni les mandé; y ningún provecho hicieron a este pueblo.” Si no es Dios mismo que los está enviando, tampoco serán de provecho, porque no tendrán los dones y capacidades necesarios, ni tendrán la bendición de Dios; y muy probablemente tampoco tendrán una buena motivación.

El ministerio pastoral debe ser llevado a cabo por hombres que Dios ha llamado y capacitado para ello. Es Dios mismo quien llama a los hombres al ministerio, no la iglesia.

Lo que hace la iglesia en ese proceso, como bien señala Charles Bridges, es acreditar “a aquel a quien Dios interna y apropiadamente ha cualificado. Este llamado, entonces, [el de la iglesia] sólo comunica una autoridad oficial” (The Christian Ministry; pg. 91). Pero la iglesia no hace pastores, ni puede impartir a los pastores los dones y capacidades que ese hombre necesitará para el oficio.

Veamos brevemente algunos textos.

“Recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: A la verdad la mies es mucha, mas los obreros pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies” (Mt. 9:35-38).

A la vista de toda esa multitud de personas desamparadas y dispersas como ovejas que no tenían pastor y ante la realidad de que la mies es mucha y los obreros son pocos, ¿cuál es la exhortación del texto?

“Vamos a compartir públicamente la necesidad que hay de pastores, a ver si alguien se anima; o podemos acercarnos a todos aquellos que tengan ciertas capacidades de liderazgo y de oratoria para que asuman el pastoreo de esta gente. Después de todo es mejor tener pastores que hagan medianamente el trabajo que no tener ningún pastor.”

Eso no fue lo que hizo el Señor. Cristo exhorta a Sus discípulos que rueguen al Dueño de la mies que envíe obreros a Su mies. Nadie debe enviarse a sí mismo al ministerio cristiano, ni tomar la prerrogativa de enviar a otros. El Señor no ha conferido a nadie ese derecho. Sólo Dios posee la autoridad de designar quiénes son los que deben trabajar en este oficio.

Hch. 20:28: “Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre”.

Antes que nada, noten que los términos “ancianos”, “obispos” y “pastores” se usan indistintamente en el NT (comp. vers. 17); todos señalan el mismo oficio pero desde distintos ángulos. Estos ancianos/obispos/pastores debían considerar seriamente la enorme responsabilidad que tenían en sus manos, no sólo por la naturaleza de aquello que debían cuidar, la iglesia del Señor, sino también por el origen del encargo. “Fue el Espíritu Santo el que los colocó como supervisores para pastorear ese cuerpo local de creyentes que Cristo compró con Su sangre”.

Ef. 4:8-11: “Por lo cual dice: Subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad, y dio dones a los hombres. Y eso de que subió, ¿qué es, sino que también había descendido primero a las partes más bajas de la tierra? El que descendió, es el mismo que también subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo. Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros”.

Pablo presenta al Señor Jesucristo aquí como el Salvador resucitado que da dones a Su iglesia. Y para hacernos conscientes de todo lo que implicó ese proceso, Pablo enmarca su instrucción en la enseñanza del Sal. 68:18, el cual cita libremente, y en donde se habla de la victoria de Jehová sobre Sus enemigos.

Lo que se dice de Jehová en ese Salmo del AT, Pablo lo explica como teniendo su cumplimiento en Cristo nuestro Señor, una clara indicación de que Pablo veía a Jesús como el Dios encarnado. Ahora ¿de qué está hablando Pablo aquí cuando dice que Cristo subió a lo alto, y llevó cautiva la cautividad?

En aquellos días, cuando el ejército regresaba victorioso de la batalla, el que los había capitaneado era recibido en medio de una procesión triunfal, llevando consigo a todos los enemigos que habían sido tomados cautivos. Entonces el capitán o el general solía repartir con los suyos los despojos que habían sido quitados a los enemigos vencidos; él repartía el botín.

Y esa es precisamente la figura que Pablo nos presenta aquí. Cristo nuestro Señor es el guerrero victorioso que en la cruz del calvario tuvo una victoria aplastante sobre las huestes del mal. Él venció la muerte por medio de Su muerte.

Y luego subió a lo alto, aludiendo a su ascensión a los cielos, pero no como un capitán derrotado, sino como un glorioso Salvador que había comprado salvación y liberación para un sinnúmero de almas que antes eran cautivas de Satanás, pero que ahora eran Sus cautivos.

El llevó cautiva una multitud de cautivos, y de ellos tomó el botín y lo repartió con los Suyos. ¿Cuál era este botín? Los dones que Él ha repartido a Su pueblo, algunos de los cuales se mencionan de manera particular en el vers. 11, y entre los cuales están los pastores y maestros.

La enseñanza bíblica no puede ser más clara. Es Dios quien llama a los hombres al ministerio, no la iglesia, ni los seminarios. Este es un llamamiento tan solemne que en los textos que acabamos de leer las tres personas de la Trinidad son mencionadas de manera distintiva como involucradas en el llamado.

En Mt. 9:38 Cristo dice a Sus discípulos que debían orar al Señor de la mies para que envíe obreros a Su mies, en una clara referencia a Dios el Padre. Pero Pablo dice en Hch. 20:28 a los ancianos de Éfeso que fue el Espíritu Santo el que los colocó como supervisores de la iglesia que el Señor compró con Su sangre. Y en Ef. 4 dice que fue el mismo Cristo el que repartió esos dones.

Es Dios quien llama. El papel que la iglesia juega en todo esto es la de reconocer a esos hombres que Dios ha llamado, usando como norma de evaluación los principios que el Señor dejó establecido en Su Palabra en pasajes como 1Tim. 3 y Tito 1.

Esa comisión de la iglesia es indispensable y sumamente importante para que un hombre pueda entrar al ministerio de una forma ordenada. Pero no debemos perder de vista que ese llamado viene de Dios no de los hombres.

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domingo, 11 de octubre de 2009

Cuando al orar pedimos cosas grandes y nosotros nos sentimos muy pequeños

Muchas veces, cuando el creyente ora viene a su mente la duda sobre el derecho que tiene de ir delante del trono de Dios y hacer peticiones tan pretenciosas. “¿Qué derecho tienes de pedir cosas tan grandes? Esas son bendiciones que el Señor tiene reservada para ciertos favoritos, para creyentes que son más fieles que tú. Tal vez si fuera (tal o cual hermano) que estuviera pidiendo eso, pero ¿tú?”.

Cuando tus pensamientos te atormenten de ese modo, y te estén impidiendo acercarte libremente al trono de la gracia, considera los siguientes contraargumentos.

Compara la grandeza de Dios con la grandeza de tu petición:

Uno de los deberes que tienen los hijos de Dios es el de engrandecer a Dios: “Engrandeced a nuestro Dios” (Deut. 32:3). Eso no quiere decir que nosotros debemos hacer a Dios más grande de lo que es, porque tal cosa es imposible; pero lo que se nos pide aquí es que reconozcamos su grandeza, que la proclamemos y que actuemos conforme a ella.

Cuando el cachorro de león se pasea confiado al lado de sus padres, él está proclamando con su actitud que anda bien acompañado. De igual modo, el creyente debe proclamar con su actitud que su Dios es grande, eterno, todopoderoso. Y en ningún otro lugar reconocemos esto con más intensidad que en nuestra cámara secreta de oración. Allí nadie nos ve, pero nuestra confianza está proclamando la grandeza de Dios.

Y si ese es nuestro Dios, ¿qué podemos pedirle que sea demasiado grande para Él? Hay cosas que no nos atreveríamos a pedirle a una persona común y corriente, pero que sí podríamos pedirla a un presidente. Así también hay cosas que no podríamos pedirla a un presidente, pero que sí podemos pedirla a Dios (comp. 2R. 6:26-27).

¿Qué nos ilustra esto? Que mientras más grande es la petición que hacemos, más grande es a nuestros ojos la persona a quien nos dirigimos. Y ¿qué nos dice la Escritura acerca de nuestro Dios? Que “es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos” (Ef. 3:20).

¿Es tu petición que Dios perdone tus pecados? Nunca pienses que estos son demasiado grandes como para ser perdonados, porque dice la Escritura que nuestro Dios se deleita en misericordia, y que Él es amplio en perdonar.

¿O es tu petición que te libre de un pecado que te está martirizando y esclavizando? El Dios al cual estás orando es capaz de abrir cualquier prisión de maldad en la cual puedas estar encerrado.

Los egipcios tenían una cruel tiranía sobre los israelitas, y dice en Ex. 14:24: “Aconteció a la vigilia de la mañana, que Jehová miró el campamento de los egipcios... y trastornó el campamento”. Una sola mirada suya es capaz de desbaratar todo un ejército, y de terminar la más cruel de las tiranías.

¿O estás pidiendo tal vez que Dios te libre de una gran aflicción? ¿Estás en este momento sumido en tinieblas y no ves ni un rayo de luz por ningún lado? Recuerda entonces que Dios hizo todo lo que se ve de lo que no se veía.

Siendo Él un espíritu puro, tiene tanto poder como para crear la materia usando únicamente Su Palabra. No debe ser difícil para Él organizar esa materia cuando de repente nos parezca que todo a nuestro lado es caótico y desordenado.

Hermano, la misericordia de Dios no es menor que su poder; ni su poder es menor que su misericordia. Él ha decretado que Su poder infinito esté disponible para obrar en nuestras vidas de modo que todas las cosas sean para nuestro bien. Él mismo Señor dijo a Abraham en una ocasión: “¿Hay para Dios alguna cosa difícil?” (Gn. 18:14).

Así que si en un momento dado piensas que tu petición es muy grande, lo primero que debes hacer es comparar tu petición con la grandeza de Dios. Eso te dará más confianza para acercarte al trono de la gracia y derramar tus preocupaciones en la presencia de Aquel que cuida de nosotros con un amor infinito e inmutable.

Defiéndete contraponiendo las promesas de Dios a tus temores:

Para que la oración del creyente sea efectiva debe estar basada en las promesas que Dios nos ha dejado en Su Palabra, ya que Dios no hará aquello que Él no ha prometido hacer. Por ejemplo, supongamos que un individuo decide dejar de comer para siempre, y subsistir únicamente por medio de la oración. ¿Puede Dios preservar la vida de ese individuo, aún este deje de comer? Sí, Dios tiene poder para hacerlo. Pero, ¿sabe qué es lo que muy probablemente le sucederá a este hombre? Que se morirá de hambre, porque Dios ha prometido sostener nuestra vida física a través de los alimentos.

Así que el creyente ora basado en las promesas que Dios nos ha revelado en las Escrituras, y Él nos ha prometido que todas las cosas obrarán para nuestro bien; ha prometido suplirnos la gracia que necesitamos para que nuestro peregrinaje sea firme y seguro.

Cuando tus pensamientos te hagan dudar por lo grande de la petición, contraataca interponiendo las promesas de Dios. Es cierto que la misericordia que estás pidiendo es inmensamente grande, comparada con lo que realmente mereces. Pero el Rey soberano del universo te ha dado permiso para pedir esas cosas; y, más aún, te ha prometido responder tu petición conforme a Su sabiduría y Su bondad. “Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces (Jer. 33:3).

Recuerda que Cristo pagó por las misericordias que necesitas:

Creyente, no es en tu propio nombre que estás acudiendo al trono de Dios, porque si fuera así no encontrarías nada, sino en el nombre de Cristo, y el Padre no le niega nada a Su Hijo: “De cierto, de cierto os digo, que todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará (Jn. 16:23).

Noten que el asunto aquí no es únicamente que el creyente debe pedir al Padre la bendición requerida en el nombre de Cristo, sino que es también en ese Nombre que el Padre lo hará. Cristo es el canal a través del Cual fluyen todas las bendiciones de Dios. Todas las bondades de las cuales Dios nos hace partícipes Cristo las compró para nosotros en la cruz.

Cristo compró para ti regeneración, fe, arrepentimiento, perdón de pecados, comunión con Dios, etc. Orar en el nombre de Cristo no significa mencionar Su nombre al final de la oración. Es ir delante del Padre basado en lo que Cristo adquirió para ti.

Supongamos que Juan Pérez es administrador de una empresa, y que como tal, Juan puede firmar cheques de la cuenta que esta empresa tiene en un banco equis. Si Juan Pérez acude a ese banco como administrador, y con un cheque de la empresa, él puede sacar de ese banco todos los fondos que desee.

Pero si acude al banco en su propio nombre, y emite un cheque personal, el banco no sacará el dinero de la empresa para dárselo, sino que examinarán la cuenta personal de Juan Pérez para ver si tiene los fondos necesarios.

Cuando el creyente acude al trono de la gracia, no lo está haciendo por sí mismo, ni en sus propios méritos; él está acudiendo en el nombre de Cristo, basado en los méritos de Él. Podemos ir delante de Dios porque Cristo, Su Hijo, compró esas misericordias para nosotros. Esa es la enseñanza de He. 4:14-16.

Así que la próxima vez que vayas a orar, y tus pensamientos te arrastren al terreno de la duda, diciéndote: “Pero, ¿quién te has creído tú que eres?” Es el momento de responder: “Yo sé que no soy nadie, y que no tengo derecho a pedir nada por mí mismo delante del trono de Dios; pero yo estoy orando en el nombre de Cristo. Es en Sus méritos que confío, no en los propios”.

He aquí algunos de los remedios que podemos usar como creyentes para defendernos de las estratagemas de Satanás. Sólo deseo recordarles para concluir que en el reino de Cristo hay una ley por la que se rigen todas las cosas: “Conforme a vuestra fe os será hecho”.

Quiera el Señor aumentar nuestra fe y, por consiguiente, aumentar nuestra vida de oración, al escuchar estos argumentos que nos estimulan a traer continuamente nuestra causa delante del trono de la gracia, y a echar nuestras ansiedades sobre Él sabiendo que Él tiene cuidado de nosotros.


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