Misión del Blog

Proclamar el señorío de Jesucristo sobre todos los aspectos de la cultura

miércoles, 30 de septiembre de 2009

Algunos principios bíblicos para el manejo de las relaciones intereclesiásticas

Luego de considerar la pregunta de si es totalmente negativo que las iglesias estén divididas en denominaciones y congregaciones independientes (entrada que puedes leer aquí), ahora quiero considerar algunos de los principios que deben regirnos en nuestra relación con otras iglesias hermanas.

Debemos diferenciar doctrinas periféricas de las Escrituras de las doctrinas que son cardinales:

Mucho daño se le ha hecho al testimonio del evangelio por enfatizar desmedidamente algunos detalles de doctrina o de práctica cristiana, que no son vitales para la buena comprensión y proclamación del evangelio.

Por ejemplo, no podemos darle la misma importancia a la doctrina de la Deidad de Cristo, o a la doctrina de la Trinidad, o a la inspiración de las Escrituras, o a la salvación por gracia por medio de la fe en la obra redentora de Cristo, que a la doctrina del milenio de Ap. 20. Aquellas son doctrinas bíblicas cardinales, la del milenio no lo es.

Debemos mostrar amor cristiano hacia todos aquellos de quienes tengamos testimonio de que son verdaderos creyentes en Cristo, independientemente de las diferencias que podamos tener con ellos:

Si una persona profesa ser cristiana, es decir, profesa ser un pecador que merece el infierno, pero que fue salvado por la gracia de Dios al haber confiado únicamente en Cristo para el perdón de sus pecados y el don de la vida eterna; y en su vida muestra las marcas de haber nacido de nuevo, debemos mostrarle amor cristiano, aunque en algunas cosas no estemos de acuerdo.

Eso no quiere decir, necesariamente, que tengamos que trabajar en proyectos comunes (en muchos casos eso no será sabio ni viable); pero sí significa que debemos dispensarle un trato de amor filial por ser un hijo de nuestro Padre celestial (Juan 13:34-35).

Debemos anhelar que el evangelio de Cristo sea proclamado en el mundo, aún cuando aquellos que lo proclaman no pertenezcan a nuestra comunidad de creyentes:

En Mr. 9:38-41 encontramos una historia muy iluminadora al respecto: “Juan le respondió diciendo: Maestro, hemos visto a uno que en tu nombre echaba fuera demonios, pero él no nos sigue; y se lo prohibimos, porque no nos seguía. Pero Jesús dijo: No se lo prohibáis; porque ninguno hay que haga milagro en mi nombre, que luego pueda decir mal de mí. Porque el que no es contra nosotros, por nosotros es”.

Alguien comenta lo siguiente acerca de este incidente:

“Los discípulos se habían encontrado con una persona que también estaba ministrando a los endemoniados. Quizás sería una de las incontables personas que habían sido tocadas por el ministerio de Cristo. Restaurado por la gracia de Dios, estaba dedicando su tiempo a ministrar a los que vivían bajo opresión y tormento. Al verlo, en seguida intervinieron para impedirle que siguiera haciendo ese trabajo. ¿Cuál era el criterio que usaron para censurar el ministerio que realizaba? ¡Que no era parte del grupo selecto de hombres que seguían a Cristo! No demostraron interés por examinar los frutos de su ministerio, ni tampoco en determinar si genuinamente estaba obrando en el poder y la gracia del Espíritu Santo. Descartaron lo que hacía porque no estaba con ellos, y si no estaba con ellos ¡evidentemente no podía ser de Dios lo que estaba haciendo!”

Pablo también nos brinda un ejemplo impresionante en ese sentido. Algunos en Filipo estaban predicando el evangelio “por envidia y contienda; pero otros de buena voluntad. Los unos anuncian a Cristo por contención, no sinceramente, pensando añadir aflicción a mis prisiones; pero los otros por amor, sabiendo que estoy puesto para la defensa del evangelio. ¿Qué, pues? Que no obstante, de todas maneras, o por pretexto o por verdad, Cristo es anunciado; y en esto me gozo, y me gozaré aún” (Fil. 1:15-18).

No hay indicios en el pasaje de que estos individuos estuviesen predicando un falso evangelio; el punto es que estaban predicando a Cristo por una mala motivación, pensando que con eso molestarían a Pablo. Pero era todo lo contrario: eso le daba más gozo aún porque, independientemente de la motivación, Cristo estaba siendo proclamado.

En la medida de lo posible debemos cooperar con otras iglesias hermanas en proyectos comunes para el avance del reino, conforme al patrón que vemos en las iglesias apostólicas:

Aunque cada iglesia de Cristo es autónoma, tal autonomía no significaba aislamiento. En el NT vemos que las iglesias cooperaban ocasionalmente de diversas maneras:

Para el sostenimiento de obreros del Evangelio (3Jn. 8-10; 2Jn. 5-11).

Para ayudar a creyentes en momentos especiales de necesidad (Rom. 15:26; 2Cor. 8:1-4, 16-24).

Para fortalecer el liderazgo de otra congregación (Hch. 11:22).

Y ¿cuáles son los factores que determinan el grado de cooperación que tendremos con otras iglesias?

1. Factores geográficos (Gal. 1:1-2; Col. 4:16). Aunque el avance en materia de transportación ha hecho más fácil que podamos cooperar con iglesias en otros lugares del planeta, sigue siendo una realidad que la cercanía geográfica facilita el trabajo conjunto con otras iglesias.

2. Factores doctrinales. Una mayor medida de acuerdo doctrinal permitirá una mayor medida de cooperación (compare Am. 3:3).

3. Factores ministeriales. De igual manera, mientras más similitudes haya en cuanto a la visión ministerial de un cuerpo de pastores, en esa misma medida habrá mayor cooperación entre sus iglesias.

4. Factores sociales. Es indudable que la amistad que los pastores de iglesias hermanas desarrollen entre sí contribuirá a la cercanía de sus iglesias respectivas.

Las iglesias deben mostrar respeto mutuo, y evitar en la medida de lo posible todo aquello que pueda debilitar el ministerio de otra:

Por ejemplo, respetar la disciplina eclesiástica aplicada por otra iglesia; rehusar escuchar chismes de otro pastor o cuerpo de pastores; etc.

En conclusión, nosotros somos una gran familia de creyentes, unidos por vínculo indisoluble y glorioso: la morada del Espíritu Santo en nuestros corazones. Y aunque de este lado del cielo, la comunión cristiana no será perfecta, anhelamos la llegada de aquel gran día en que los redimidos del Señor (de toda tribu, pueblo, lengua y nación) adoraremos juntos al Cordero y disfrutaremos de una comunión perfecta por los siglos de los siglos.

Mientras tanto, mostremos en la medida de lo posible la realidad de nuestra unión en Cristo, no menoscabando las doctrinas, sino más bien sobre poniendo el amor a las diferencias. Parafraseando las palabras de J. C. Ryle: Debemos construir paredes doctrinales claras, pero no levantarlas tan alto que no podamos al menos estrechar la mano de los que están del otro lado.

© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.
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martes, 29 de septiembre de 2009

Postulados de fe de la doctrina evolucionista naturalista

El naturalismo clama ser la única explicación racional del origen y existencia del universo, a la vez que desecha la fe cristiana como una creencia supersticiosa e irracional. Su teoría esencial es que nada existe fuera del orden natural que intervenga en la naturaleza. Todo cuanto existe en el universo, dicen ellos, puede ser explicado sin tener que recurrir a ninguna fuerza o inteligencia sobrenatural.

Para los naturalistas el universo es algo así como una caja cerrada cuyo origen y funcionamiento se explican totalmente por los elementos contenidos dentro de ella. Fuera de esa caja no existe nada más.

Como dice el filósofo William Halverson: “El mundo es… como una máquina gigantesca cuyas partes son tan numerosas y cuyos procesos son tan complejos que nosotros somos apenas capaces de adquirir sólo un entendimiento parcial y fragmentado de cómo éste funciona. En principio, sin embargo, todo lo que ocurre es explicable a final de cuentas en términos de las propiedades y relaciones de las partículas de las cuales la materia está compuesta.”

Ahora bien, aunque los naturalistas se ufanan de la racionalidad de su teoría, y rechazan la fe cristiana como mera creencia religiosa, lo cierto es que sus conclusiones descansan en presuposiciones que no pueden ser probadas científicamente y que deben ser aceptadas por fe (obviamente, al aplicar la palabra "fe" a algunas de las presuposiciones naturalistas, estoy usando la palabra significando un "conjunto de creencias que no pueden ser probadas empíricamente", no en su acepción bíblica y teológica). He aquí algunos de los postulados que los evolucionistas naturalistas aceptan por fe, como cualquier otra creencia religiosa.

Que sólo la naturaleza existe.

Que la naturaleza es un sistema materialista, es decir que todo puede ser explicado en términos de causas materiales, incluyendo tales cosas como la memoria, los pensamientos, las creencias y las inferencias lógicas.

Que la naturaleza es un sistema que se explica sólo, sin tener que recurrir a causas sobrenaturales.

Que el universo es un sistema caracterizado por una total uniformidad manifiesta en el orden regular de la naturaleza.

Que la naturaleza es un sistema determinista, es decir, que todos los eventos son determinados por causas físicas, incluyendo las creencias y pensamientos humanos.

Ninguna de estas creencias es plausible de ser probada científicamente; tienen que ser aceptadas por fe.

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lunes, 28 de septiembre de 2009

¿Es totalmente negativo que las iglesias cristianas estén divididas en denominaciones y congregaciones independientes?


Una de las críticas que muchos hacen a las iglesias evangélicas es el hecho de que están divididas en denominaciones o congregaciones independientes. Por lo que muchos opinan que los creyentes debemos hacer un esfuerzo por echar a un lado las doctrinas que nos dividen y enfatizar lo que nos une. Y aún contemplan con agrado la posibilidad de crear una gran organización eclesiástica que agrupe a todos los creyentes en Cristo.

Pero esta “solución” al problema de las divisiones es en realidad mucho peor que la “enfermedad” que intenta curar, y pierde de vista algunos aspectos cruciales de la realidad de la iglesia de Cristo de este lado de la eternidad.

En primer lugar, pasa por alto el hecho de que la unidad del pueblo de Dios es una realidad espiritual que depende enteramente de la obra redentora de Cristo y no de asociaciones humanas (compare 1Cor. 12:12-13; Rom. 8:9). Nosotros no somos llamados a crear la unidad de la iglesia, sino más bien a preservarla y manifestarla en una medida cada vez más creciente (Ef. 4:1-6).

En segundo lugar, esta supuesta solución también pasa por alto la enseñanza bíblica sobre el gobierno y autonomía de cada iglesia local. El NT enseña claramente que cada iglesia local debe tener su propia membrecía y su propio gobierno (Hch. 14:23; Fil. 1:1-2; 1Tim. 3:1-13). Aún en la era apostólica se hablaba de “iglesias” en plural cuando se refiere a las congregaciones locales.

Como bien señala Robert Dabney: “Nosotros leemos [en el NT] acerca de las siete iglesias de Asia, no de la iglesia de Asia; de las iglesias de Galacia, las iglesias de Macedonia, las iglesias de Judea; pero el NT no dice nada acerca de una iglesia nacional visible” (Discussions; Vol., 2; pg. 438).

La Biblia no contempla que todas las iglesias de Cristo se sometan a un gobierno central, como sucede con la Iglesia Católica Romana, sino que cada congregación local de creyentes sea gobernada por su propio cuerpo de pastores y asistidas por su propio cuerpo diaconal, que son los únicos líderes que el NT reconoce (1Tim. 3:1-13; Fil. 1:1-2; He. 13:7, 17).

En tercer lugar, la idea de una gran organización eclesiástica tiende a menoscabar la importancia de la doctrina. Suena bien decir: “Olvidemos lo que nos separa y enfaticemos lo que nos une”. Pero ¿qué sucede cuando las doctrinas que nos separan son esenciales para la correcta comprensión del evangelio? En tal caso debemos marcar una clara línea de separación.

Esa es la enseñanza de Pablo en 2Cor. 6:14ss. Aunque algunos aplican este pasaje a las relación de noviazgo entre creyentes e incrédulos (que es una aplicación apropiada del pasaje), el tema que Pablo está tocando en realidad es el de los falsos maestros. Hay ocasiones en que la separación no es sinónimo de cisma, sino más bien un deber bíblico.

Si hay una enseñanza clara en el NT es que la verdadera unidad cristiana descansa sobre dos pilares: la regeneración y la doctrina. En otras palabras, solo pueden experimentar verdadera unidad cristiana aquellos que han sido regenerados por el poder del Espíritu Santo a través del mensaje del evangelio revelado en las Escrituras (comp. Rom. 6:17-18).

Cualquier otra cosa que sirva de base para construir una especie de sociedad religiosa no es más que una falsificación de la verdadera unidad cristiana. Como dice Martyn Lloyd-Jones, algunos suponen que si nos tratamos amistosamente, y trabajamos juntos en el evangelismo, o tenemos reuniones conjuntas de oración, eventualmente eso puede que produzca un acuerdo doctrinal. Pero eso es comenzar a construir la casa desde el techo.

Noten Pablo cómo plantea este asunto de la unidad cristiana en su carta a los Efesios (comp. Ef. 1:1-5, 13-14; 2:1, 4-6, 19-22); es a creyentes que Pablo exhorta en el capítulo 4 a preservar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz, una unidad que crece y se fortalece en la misma medida en que crece el acuerdo doctrinal, como vemos claramente en 4:11-16. De manera que la doctrina viene primero, la comunión después.

En cuarto lugar, el intento de crear una gran organización eclesiástica que agrupe a todos los creyentes no toma en cuenta algunos factores humanos que habrán de prevalecer en la iglesia de Cristo hasta que nuestro Señor regrese en gloria y que hace inevitable que exista una diversidad de iglesias y denominaciones.

Como dice Robert Dabney, esto se debe en parte a la excusable limitación del entendimiento humano que impide que todos lleguen a un entendimiento perfecto de todas las doctrinas bíblicas; y en parte a los prejuicios pecaminosos del corazón humano. “Prejuicio – dice él – que, aunque no es justificable, seguramente continuará operando mientras la naturaleza del hombre sea parcialmente santificada”.

Es irrealista pensar que de este lado de la eternidad todos y cada uno de los creyentes lleguen a adquirir una comprensión perfecta en todos los detalles doctrinales.

Como dijo en cierta ocasión Blaise Pascal: “Hay suficiente luz para iluminar a los elegidos, y suficiente oscuridad para humillarlos”. No porque la Biblia tenga algún defecto, sino porque nuestro entendimiento será defectuoso de este lado de la eternidad.

¿Cómo resolvemos ese inconveniente? ¿Desestimando las diferencias como algo sin importancia? O lo que es peor todavía, ¿imponiendo sobre otros nuestros propios criterios, independientemente del entendimiento que ellos tengan de las Escrituras?

Creo que Ian Murray dio en el clavo cuando hizo la siguiente observación: “Lo que podríamos llamar diferencias secundarias entre cristianos no son sin consecuencias y pueden ser lo suficientemente importantes como para prevenir la unidad formal de cristianos en la misma denominación. La libertad de consciencia para interpretar las Escrituras es mucho mejor que una unidad externa impuesta sobre todos”.

En otras palabras, es preferible preservar la libertad que cada creyente tiene de vivir su vida cristiana conforme a lo que él entienda de las Escrituras, a que les impongamos un sistema de creencias en aras de la unidad cristiana.

Y luego añadió: “[Pero] al mismo tiempo es esencial reconocer… que no debe ser permitido que esas diferencias de entendimiento entre cristianos [en tales cosas secundarias] trascienda la verdad que nos hace uno en Cristo” (Ibíd; pg. 309).

Desde esa perspectiva, el hecho de que haya diversidad de iglesias y denominaciones cristianas no debe ser visto necesariamente como un problema, sino también como una bendición, porque permite que un grupo de creyentes con convicciones similares puedan conformar una iglesia o una denominación, sin tener que traicionar su propio entendimiento de las Escrituras.

Joshua Harris dice lo siguiente al respecto: “No hay que pensar en las diferencias de las denominaciones como enemigas de la unidad, sino como algo que hace que la verdadera unidad sea todavía más asequible. Coincidimos en estar de acuerdo en las cosas de primera importancia; y convenimos en respetar los desacuerdos sobre las cosas de menos importancia”.

Y entonces cita a Richar Philips que dice: “Las denominaciones nos permiten tener una unidad de organizaciones en las que tenemos pleno acuerdo… y nos permiten tener unidad espiritual con otras denominaciones, porque no estamos obligados a discutir para perfeccionar el acuerdo, sino que podemos aceptar nuestras diferencias de opinión sobre temas secundarios” (J. Harris; Deje de Coquetear con la Iglesia; pg. 38-39).

Es lamentable que muchos se vuelvan tan celosos de sus distintivos que pierdan de vista el amor cristiano. Pero, gracias al Señor, eso no siempre será así. Cuando seamos perfectamente santificados en el cielo, entonces nuestra comunión será perfecta porque no tendremos ningún prejuicio, ni seremos afectados por ninguna mala interpretación de las Escrituras. Pero eso será en el cielo. Pretender vivir esa realidad ahora, es intentar construir “un hermoso castillo en el aire”, como dijo una vez J. C. Ryle (Murray; op. cit.; pg. 310).

La solución no es echar a un lado las doctrinas que nos separan y enfatizar las que nos unen, como si la doctrina fuera algo sin importancia. La solución está en aprender a manejar esas diferencias con madurez y amor cristiano.

En otra entrada veremos algunos principios que deben gobernarnos en nuestras relaciones intereclesiásticas.


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jueves, 24 de septiembre de 2009

Cómo refutar eficazmente a un evolucionista naturalista

Hay dos formas de rebatir la doctrina evolucionista naturalista: a través de argumentos científicos o a través de argumentos filosóficos. Personalmente creo que los argumentos filosóficos nos llevan a través de un camino más corto. Veamos brevemente el problema insoluble que el naturalismo plantea desde un punto de vista filosófico.

Todo aquel que asume una causa accidental e impersonal para el origen del universo, también debe asumir que no tiene nada que decir con respecto a las preguntas más relevantes de la existencia humana.

Como bien señaló el filósofo existencialista Jean Paul Sartre, ningún punto finito tiene significado a menos que tenga algún punto infinito de referencia. La frase “me estoy acercando”, no tiene sentido a menos que especifique el punto hacia el cual me dirijo.

Aquel que parte de la premisa de que no existe Dios, sino que somos el resultado de causas fortuitas, no posee ningún punto de referencia para saber si se acerca o se aleja en su interpretación de la realidad.

Fiedrich Nietzsche, el profeta de “la muerte de Dios”, se dio cuenta del problema: No se puede negar la existencia de Dios y al mismo tiempo afirmar que existe la moral, la razón y la lógica. Sin Dios no hay absolutos. Nietzsche lo dijo con estas palabras casi poéticas:

“¿Cómo pudimos vaciar el mar? ¿Quién nos dio la esponja para borrar el horizonte? ¿Qué hemos hecho después de desprender la tierra de la cadena de su sol? ¿Dónde la conducen ahora sus movimientos? ¿A dónde la llevan los nuestros? ¿Es que caemos sin cesar? ¿Vamos hacia delante, hacia atrás, hacia algún lado? ¿Erramos en todas direcciones? ¿Hay todavía un arriba y un abajo?”

Nietzsche vio el punto, aunque no tan claro como para cerrar sus labios o dejar de escribir. El que no sabe si avanza o retrocede, si sube o cae, ¿cómo puede dar sus opiniones tan categóricamente? Como bien señala R. C. Sproul: “El acto más consistente de los filósofos irracionales sería simplemente callarse la boca. Si ellos no pueden decir algo significativo (ya que no hay algo significativo que decir) ¿por qué continuar balbuceando? Sin embargo, ellos insisten en hablar y escribir.”

El naturalista tampoco puede explicar cómo es que el hombre, un ser puramente material y accidental, es capaz de pensar y razonar, y cómo esos pensamientos y razonamientos encajan con la realidad, también accidental, fuera de nosotros. El filósofo norteamericano Richard Taylor ilustra la naturaleza de este problema8. Supongamos que al llegar a cierto lugar, los pasajeros de un tren visualizan al pie de una colina un conjunto de piedras, ordenadas de tal manera que forman las siguientes palabras:

LA COMPAÑÍA DE TRENES BRITÁNICA
LE DA LA BIENVENIDA A GALES


Esa formación rocosa tiene dos explicaciones posibles: o se trata de un arreglo casual, producido por el viento, la lluvia y otros elementos naturales, que arrastraron estas piedras hasta alinearse de ese modo, o se trata de un arreglo intencional llevado a cabo con el propósito de transmitir información verdadera.

Ahora, supongamos que, basados en esa formación rocosa, los pasajeros infieren que ciertamente han llegado a Gales; en tal caso sería inconsecuente asumir que el arreglo de las piedras fue accidental; deberían concluir, necesariamente, que fueron posicionadas por alguien para transmitir un mensaje inteligible, porque hay una correspondencia verdadera entre las ideas que las palabras comunican y la realidad externa a ellas.

Si algún pasajero supone que esas piedras cayeron de la colina accidentalmente, como producto de un terremoto por ejemplo, entonces esas piedras no constituirían ninguna evidencia de que realmente están entrando a Gales.

El problema del naturalista es que, aunque él presupone que sus sentidos, y la realidad fuera de nosotros, son el producto accidental de fuerzas naturales no inteligentes, al mismo tiempo depende de sus sentidos para la información que él tiene del mundo y que asume como verdadera.

“Los naturalistas parecen estar atrapados en una trampa. Si son consistentes con sus presuposiciones naturalistas, deben asumir que nuestras facultades cognoscitivas son el producto de la casualidad, de fuerzas sin propósitos. Pero si esto es así, los naturalistas se muestran inconsistentes cuando colocan tanta confianza en esas facultades” (R. Nash).

Es revelador saber que el mismo Darwin luchó con este dilema: “En lo que a mí respecta, la duda horrible siempre se levanta en cuanto a si las convicciones del hombre, las cuales han sido desarrolladas desde la mente de un animal inferior, son de algún valor o en manera alguna confiables. ¿Confiaría alguien en la mente de un mono, si es que hay alguna convicción en esa mente?” Si nuestra mente es el producto de una fuerza ciega de la naturaleza, es inútil preguntarnos si el hombre es capaz de conocer la realidad fuera de sí mismo.

Como bien hace notar Richard Purtill, el naturalismo “destruye nuestra confianza en la validez de cualquier razonamiento – incluyendo el razonamiento que pudiera llevarnos a adoptar las teorías [naturalistas].”

Es a esto que C. S. Lewis llama “la ironía naturalista”: “Si el naturalismo es realmente cierto, entonces la creencia de que es cierto no puede ser sostenida racionalmente.” Por eso se ha dicho que el naturalista es un hombre que corta la rama en la que está sentado.

Ahora bien, noten que he titulado esta entrada: “Cómo refutar eficazmente a un evolucionista naturalista”, y no: “Cómo persuadir (o convencer) eficazmente a un evolucionista naturalista”. Ningún argumento, por convincente que sea, podrá por sí mismo persuadir o convencer a un incrédulo, porque su problema no es de índole intelectual, sino moral y espiritual.

Pablo señala en Romanos 1:18-22 que el incrédulo suprime la verdad en un acto de deshonestidad intelectual. A menos que Dios haga una obra en su interior abriéndole los ojos de su entendimiento e inclinando su corazón a la verdad, ningún hombre querrá venir humillado a los pies de Cristo en arrepentimiento y fe.

No obstante, debemos estar siempre preparados para presentar defensa “con mansedumbre y reverencia, ante todo el que demande razón de la esperanza que hay en nosotros” (1Pedro 3:15); pero no confiando en el poder del argumento, sino en el hecho de que el mismo Dios que en el principio dijo: “Sea la luz”, puede obrar en el corazón del pecador iluminando su entendimiento por medio de la Palabra predicada (2Cor. 4:6).

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miércoles, 23 de septiembre de 2009

La destructiva fe del ateo

A menudo se quiere dar la impresión de que el cristianismo bíblico descansa enteramente sobre la fe, mientras que el ateísmo y la evolución descansan sobre la ciencia y la razón. Pero ese no es el caso. Nadie puede probar científicamente ni el ateísmo ni la evolución y, por lo tanto, ambas cosas descansan en la fe.

La teoría de la evolución es un engendro del naturalismo, una postura filosófica que afirma que todo cuanto existe tiene que ser explicado únicamente en términos de procesos naturales.

En el naturalismo no hay lugar para la intervención de Dios ni de ningún otro agente sobrenatural. Fuera de la naturaleza, dicen ellos, no hay nada que buscar; la materia es la única realidad. El famoso (y fenecido) astrónomo norteamericano Carl Sagan, lo explica con estas palabras: “El cosmos es todo lo que ha habido, todo lo que hay y todo lo que habrá”.

Pero ¿cómo pueden los científicos saber eso con certeza? De ninguna manera. Es imposible probar científicamente que el universo es todo lo que ha habido, todo lo que hay y todo lo que habrá; esta es una postura filosófica, no científica, algo que el naturalista tiene que aceptar por fe.

Y una de las consecuencias inevitables de esa fe es el sin sentido de todo cuanto existe. Si la naturaleza es todo lo que ha habido, todo lo que hay y todo lo que habrá, entonces tendríamos que concluir que el universo es un afortunado accidente, el resultado de un proceso que ningún ser inteligente inició ni guió con ningún propósito. Consecuentemente, la tendencia que ha tenido el hombre a través de los siglos a buscarle un significado a la existencia humana sería una labor inútil, porque no habría ningún significado que buscar.

Si un niño tropieza con un bote de pintura y ésta se derrama indiscriminadamente sobre el tapiz, sería muy tonto tratar de encontrarle un significado oculto a la mancha. Puede que se vea bonito, pero fue algo accidental, no planificado. Según el ateo, este universo maravilloso que manifiesta orden, diseño y propósito en todas sus partes, no posee en realidad ningún diseño inteligente detrás; es la mancha hermosa que quedó en el espacio infinito luego que la materia + tiempo + casualidad tropezaran con el bote de pintura.

Por eso alguien dijo una vez que “el momento más embarazoso para el ateo es cuando se siente profundamente agradecido por algo, pero no puede pensar en nadie a quien darle las gracias”.

La fe del ateo deja al hombre sumido en una existencia sin sentido. Pocos lo han expresado tan claramente como Sartre en La Nausea: “Yo existo como una piedra, una planta, un microbio… Aquí estamos todos nosotros, comiendo y bebiendo para preservar nuestra preciosa existencia y sin embargo no hay nada, nada, absolutamente ninguna razón para existir”. El ateo no sólo niega la existencia de Dios, sino que también atenta contra la humanidad del hombre.

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martes, 22 de septiembre de 2009

La Biblia bajo ataque

Para aquellos que lo desean, pueden leer en documento pdf, el mensaje expuesto en la Conferencia Bíblica, y titulado la “Biblia bajo ataque”.

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lunes, 21 de septiembre de 2009

¿Puede el hombre ser su propio punto de apoyo?


Los valores de un pueblo o de un individuo marcan el curso de su historia. Lo que el hombre exalta y valora determinará en muchos sentidos el estilo de vida que vive y las decisiones que toma. Por eso es tan relevante la pregunta que alguien planteó en uno de nuestros diarios: “¿Cuáles son los valores que marcan el rumbo de los dominicanos hoy?” (Que no creo que sean muy distintos al del resto de las naciones latinoamericanas).

A juzgar por los indicativos que vemos a nuestro alrededor tenemos que llegar a la conclusión de que algo anda mal. Desde el caos del tránsito en nuestras calles, hasta el aumento vertiginoso de la delincuencia, todo parece indicar que no vamos por buen rumbo. La pregunta planteada exige una respuesta.

Pero antes es menester resolver otra cuestión: ¿Sobre qué base vamos a apoyarnos para determinar nuestros valores? Tan pronto hablamos de un valor estamos presuponiendo un punto de referencia fuera de nosotros mismos que nos sirva de parámetro.

Sartre tenía razón al afirmar que ningún punto limitado tiene significado alguno a no ser que tenga un punto infinito de referencia. Para los que creemos en Dios como un Ser personal que creó y sostiene el universo con un propósito, y el cual nos proveyó una revelación verbal escrita lógica y razonable, tenemos en Él y en Su Palabra un apoyo firme y seguro.

Pero en el siglo pasado el humanismo naturalista llegó a tener una influencia determinante, sobre todo en occidente, y éste parte de una premisa muy diferente: “Nosotros afirmamos – dice el segundo Manifiesto Humanista – que los valores morales derivan su fuente de la experiencia humana. La ética es autónoma y situacional, sin necesidad de ninguna sanción teológica o ideológica... La vida humana posee significado porque nosotros creamos y desarrollamos nuestro futuro.”

Los humanistas colocaron al hombre en ese lugar que quedó vacante en su sistema de pensamiento cuando desterraron la idea de Dios y Su Palabra; de ese modo el hombre ha venido a ser su propio punto arquimidal. “Dadme un punto de apoyo y moveré la tierra”, se dice que dijo Arquímides, el famoso matemático griego.

Sin Dios y Su revelación el hombre no tiene más opción que apoyarse en un punto finito y cambiante: él mismo. No es extraño, entonces, que el edificio moral de nuestra sociedad se encuentre maltrecho y tambaleando.

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sábado, 19 de septiembre de 2009

Galería de fotos de la Conferencia Bíblica

Para aquellos que desean ver algunas escenas de la Conferencia Bíblica 2009, “Vive y Permanece para Siempre”, pueden entrar aquí en la Galería de Fotos.

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viernes, 18 de septiembre de 2009

La verdadera naturaleza de los milagros

La palabra “milagro” proviene del latín “miraculum” y señala un evento maravilloso o que causa admiración. Esta palabra puede usarse en sentido metafórico para referirse, por el ejemplo, a la concepción y nacimiento de un niño, pero ese no es el significado exacto de esta palabra.

Por sorprendentes y maravillosos que sean algunos eventos o elementos de la naturaleza, como la salida del sol cada mañana, éstos son hechos ordinarios de la providencia divina. Pero un milagro es algo que no puede ser atribuido a causas naturales y ordinarias.

En cierta ocasión en que un cojo de nacimiento fue sanado por el apóstol Pedro, dice en el libro de los Hechos que los líderes religiosos de Israel “viendo al hombre que había sido sanado, no podían decir nada en contra”; más bien se vieron obligados a reconocer a regañadientes que algo milagroso había ocurrido: “¿Qué haremos con estos hombres? Porque de cierto, señal manifiesta ha sido hecha por ellos, notoria a todos los que moran en Jerusalén, y no lo podemos negar” (Hechos 4:14 y 16).

En la historia bíblica se registra únicamente tres períodos en que la ocurrencia de milagros fue muy abundante: en primer lugar, durante el ministerio de Moisés; luego durante los ministerios de Elías y Eliseo; y finalmente, durante el ministerio del Señor Jesucristo y los apóstoles (el período más abundante de todos).

Podemos encontrar alguno que otro milagro en otros períodos de la historia bíblica, pero nunca en forma tan abundante como en estos tres períodos ya mencionados. En el caso particular de nuestro Señor Jesucristo, los evangelios registran unos cuarenta milagros, seleccionados por los evangelistas de un número mucho mayor, como bien establece el apóstol Juan al final de su evangelio: “Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro” (Juan 20:30).

Tales milagros no fueron hechos simplemente para impresionar, sino para mostrar que Jesús era el Mesías anunciado por los profetas del Antiguo Testamento (Hechos 2:22), y para darnos a conocer la naturaleza de Su obra.

En ese sentido, aunque muchos suelen pensar en los milagros como una suspensión del orden natural, los de Jesús más bien fueron hechos para restaurar el orden natural. Sus milagros anticipan la total restauración de este mundo caído y dañado por el pecado, que tomará lugar al final de la historia humana como fruto de Su obra redentora (Hch. 3:19-21). Cuando nuestro Señor Jesucristo regrese en gloria, aún la creación misma será libertada “de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios” (Rom. 8:20-21). Entonces lo extraordinario vendrá a ser ordinario, y la gloria del Mesías se manifestará en todo su esplendor en todo el universo por los siglos de los siglos.


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jueves, 17 de septiembre de 2009

Los milagros y la ciencia


¿Puede el hombre del siglo XXI creer en la Biblia, y en los milagros que en ella se narran, y aún así seguir siendo una persona razonable? A partir de la Ilustración en el siglo XVIII muchos asumen que eso no es posible.

“La Biblia – nos dicen – fue escrita en una era pre-científica; por tal razón sus escritores tuvieron que recurrir a los milagros para explicar aquellos fenómenos que no podían comprender. Pero la ciencia ha comprobado que los milagros no existen – sólo existen causas naturales; consecuentemente la Biblia no es un libro confiable.”


Si los milagros no existen, la fe cristiana es necesariamente falsa, porque los milagros ocupan un lugar de suprema importancia en el cristianismo. Cada año celebramos el milagro de la encarnación, el nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios, que por amor a nosotros asumió una naturaleza humana igual en todo a la nuestra, pero sin pecado. Y cada domingo celebramos el milagro de Su resurrección.

Los evangelios también contienen muchos relatos de los milagros obrados por Jesús durante su ministerio terrenal. ¿Ha probado la ciencia sin lugar a dudas que tales relatos son falsos? Como hemos dicho ya, muchos presuponen que sí, pero esa presuposición es en realidad un acto de fe.

Como bien señala Timothy Keller, “una cosa es decir que la ciencia sólo está equipada para probar causas naturales… Pero es otra cosa completamente distinta insistir que la ciencia prueba que ninguna otra causa puede existir.”

Cuando alguien afirma que ninguna causa sobrenatural puede explicar un fenómeno natural, está haciendo una afirmación filosófica, no científica, porque la declaración en sí es imposible de probar científicamente.

Dicho de otro modo, cuando alguien afirma que los milagros no pueden suceder, está presuponiendo que no existe ningún Dios capaz de hacer milagros. Pero si Dios existiera, y Él fuera el Creador de todas las cosas, no habría problema alguno en creer que ese Dios sea capaz de hacer milagros.

De manera que para probar científicamente que los milagros no pueden ocurrir habría que probar primero, fuera de toda duda, que Dios no existe; pero es imposible probar científicamente la inexistencia de Dios. Si Jesús era el Dios encarnado, como Él dijo ser, Sus milagros son completamente razonables; tales milagros no eran trucos diseñados para impresionar, sino verdaderos portentos que nos revelan la naturaleza de Su misión.


© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.
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miércoles, 16 de septiembre de 2009

Dos recursos excelentes para el estudio de las Escrituras

En Sujetos a la Roca, Eduardo Flores pone al conocimiento de los lectores de su blog dos recursos excelentes para el estudio de las Escrituras: Lector Griego/Hebreo y el Bible Web App. Estuve revisándolos y creo que pueden ser muy útiles para los que quieren estudiar las Escrituras en sus idiomas originales; además ¡son gratis!

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¡Radio Eternidad transmitirá en vivo la Conferencia Bíblica 2009!


Para aquellos que no pudieron inscribirse este año en la Conferencia Bíblica “Vive y Permanece Para Siempre”, Radio Eternidad estará transmitiendo en vivo las sesiones generales, tanto por las ondas radiales (en los 1700 am) como por la Internet (Radio Eternidad en Línea). Las sesiones generales de mañana jueves son:

7:30 – 8:30 pm
“La Biblia no Bajó Así del Cielo”, por Salvador Gómez Dickson.

9:00 – 10:00 pm
“La Biblia Bajo Ataque”, por Sugel Michelén.

Es nuestro deseo que muchos puedan beneficiarse de las exposiciones bíblicas.

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martes, 15 de septiembre de 2009

¿Elige Dios a los que Él sabe de antemano que van a creer o creen los que han sido elegidos de antemano?

Uno de los textos que usan los arminianos para defender la doctrina de que Dios elige a los que Él sabe de antemano que van a creer, es 1Pedro 1:2, en el cual se describe a los cristianos como personas que fueron elegidas “según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo”.

Lo primero que debemos señalar es que la palabra “elección” enfatiza la acción soberana de Dios al escoger al hombre. Si es el hombre el que toma la iniciativa en la salvación, entonces nos es Dios el que escoge. Pero la Biblia enseña en un sinnúmero de pasajes que la salvación es iniciativa de Dios, no del hombre.

En Jn. 15:16 el Señor dice a Sus discípulos: “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros”. Y en Ef. 1:3-4 el apóstol Pablo bendice al “Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en El antes de la fundación del mundo”.

Dios nos bendice, dice Pablo, porque nos escogió para eso. Y más adelante añade que esa elección no fue una acción arbitraria de parte de Dios, sino que Él nos predestinó “para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de Su voluntad” (Ef. 1:5).

En otras palabras, la razón está en Dios, no en nosotros. Una acción es arbitraria cuando se hace por impulso, sin ninguna motivación racional. Pero Dios tiene una razón para escogernos, sólo que esa razón está en Él, no en nosotros.

No fue que Él vio nada especial en aquellos que escogió; es una razón que Él tiene en Sí mismo. ¿Por qué escoge a unos y no a otros? Eso es algo que no nos ha sido revelado. Pero noten lo que sí nos fue revelado en este texto de 1Pedro, sobre esta doctrina que debe ser tan apreciada por el pueblo de Dios.

En primer lugar, Pedro nos dice que fuimos elegidos “según la presciencia de Dios Padre”.

Y la idea no es que Dios sabía de antemano quiénes iban a creer, sino más bien que Dios obró de acuerdo al plan que Él se había trazado de antemano. Es la misma enseñanza de Pablo en Rom. 8:29: “Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conforme a la imagen de Su Hijo”.

En las Escrituras se usa a menudo la palabra “conocer” para hablar de un amor selectivo. Por ejemplo, en Amós 3:2 Dios le dice al pueblo de Israel: “A vosotros solamente he conocido de todas las familias de la tierra”.

Eso no significa que Dios ignorara la existencia de los egipcios (a quienes, por cierto, menciona en el versículo anterior) o de los babilonios, por mencionar algunos; lo que este texto significa es que Dios no había elegido a ninguno de esos pueblos para hacer un pacto con ellos.

Lo que Pedro está diciendo, entonces, es que por una razón desconocida para nosotros Dios nos tomó en cuenta desde antes de la fundación del mundo y se propuso salvarnos y adoptarnos como Sus hijos. En virtud de esa elección Él es ahora nuestro Padre.

En segundo lugar, Pedro nos dice que fuimos elegidos “en santificación del Espíritu”.

O para ponerlo de otro modo: “Escogidos por la obra santificadora del Espíritu”. Ese fue el medio que Dios usó para llevar a cabo Su propósito salvador en nuestras vidas.

Para que nosotros pudiésemos venir a Cristo fue necesario que el Espíritu de Dios obrara en nosotros, transformando la disposición dominante de nuestras almas de tal manera que deseemos venir a Él. Ningún pecador deseará entregarle su vida a un Dios santo, a menos que Dios le santifique primero.

En tercer lugar, Pedro nos dice que fuimos elegidos “para obedecer”.

Noten que no fuimos elegidos porque Dios sabía de antemano que nosotros íbamos a obedecer; obedecemos porque Dios nos escogió de antemano para que obedezcamos.

En cuarto lugar, Pedro nos dice que fuimos elegidos “para ser rociados con la sangre de Jesucristo”.

Pedro está haciendo referencia en el texto al pacto que Dios hizo con Su pueblo en el AT. En Ex. 24 dice que Moisés leyó delante del pueblo todas las palabras que el Señor le había hablado en el monte Sinaí, y el pueblo respondió comprometiéndose a obedecer los mandamientos de Dios. Entonces Moisés roció sangre sobre el pueblo, y dijo: “He aquí la sangre del pacto que Jehová ha hecho con vosotros sobre todas estas cosas” (Ex. 24:8).

Israel hizo un pacto como nación de que ellos habrían de obedecer a Dios. Lo que Pedro está implicando aquí es que todos aquellos que han respondido por fe a la proclamación del evangelio han entrado también en una relación de pacto, pero no como el pacto que Israel hizo en el Sinaí, sino un nuevo pacto basado en la sangre que Cristo derramó en la cruz del calvario.

Nosotros fuimos elegidos para entrar en esa relación de pacto, por medio del cual el Señor viene a ser nuestro Dios, y nosotros somos Su pueblo. En virtud de esa relación de pacto, los cristianos se comprometen a vivir de acuerdo a la voluntad de Dios y no conforme a su propia voluntad y mucho menos conforme al sistema de este mundo.

De manera que la respuesta de Pedro a la pregunta que encabeza esta entrada es: Dios no elige a los que Él sabe de antemano que van creer, sino que, sabiendo de antemano que ningún ser humano caído habría de creer por su propia iniciativa, por el puro afecto de Su voluntad eligió a muchos para que crean; y todo eso, por el puro afecto de Su voluntad.

En vez de cuestionar a Dios por esta doctrina, los cristianos debemos, junto con Pablo, elevar nuestras voces en adoración y decir: ¡Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo! A Él sea la gloria por siempre.

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lunes, 14 de septiembre de 2009

El relativismo: una filosofía absurda y destructiva

El relativismo ha venido a ser, sin duda alguna, uno de los credos más populares de nuestra generación, a tal punto que si alguien proclama la existencia de verdades o valores absolutos, corre el riesgo de ser tildado de arrogante, intolerante o tener una mente estrecha.

Pero esta doctrina no es nueva. Ya en el siglo V antes de Cristo, el escepticismo radical de Gorgias sentó las bases del relativismo al afirmar que “toda declaración es falsa.”

Su proceso de argumentación era algo similar a esto: “Yo creo ver las cosas como son, pero lo que sucede en realidad es que tengo una percepción de ellas a través de los sentidos. Como nuestras sensaciones son engañosas, no son confiables; y si no podemos confiar en aquello que es la fuente del conocimiento humano, entonces no podemos conocer qué son y cómo son las cosas realmente. Y aún en el supuesto de que nuestros sentidos nos proporcionaran algún tipo de conocimiento, ¿cómo podríamos comunicarlo a otros si cada cual posee sus propias percepciones de la realidad? Consecuentemente, la verdad objetiva no existe.”

El problema de este tipo de razonamiento es que se contradice a sí mismo. Si la verdad objetiva no existe, y toda declaración es falsa, esta declaración también lo es. Ese es el tipo de contradicción que subyace en la base fundamental del relativismo.

Cuando el relativista dice que “todo es relativo”, está afirmando dogmáticamente que no podemos ser dogmáticos acerca de nada. Esto equivale a negar en forma absoluta que existan absolutos. En palabras más sencillas, el relativista afirma creer que la única verdad es que no hay verdad, o que es erróneo decir que algo es erróneo.

Lamentablemente los discípulos de Gorgias parecen ser más numerosos hoy que en sus días. Y las consecuencias están a la vista. Tal parece que no tenemos derecho a trazar ninguna línea divisoria que separe el bien del mal, la verdad de la mentira, lo justo de lo injusto.

El relativismo destruye toda posibilidad de alcanzar verdadero conocimiento, comunicarnos con los demás o construir un sistema de valores universales. Lejos de ser una reliquia académica, la filosofía de Gorgias es una fuerza destructiva que continúa minando, quizás como nunca antes, el cimiento sobre el cual descansa el raciocinio humano.

Sin el marco conceptual objetivo de la verdad de Dios revelada en Su Palabra, el hombre se dirige inexorablemente hacia el océano del absurdo.


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sábado, 12 de septiembre de 2009

¿Qué significa que los discípulos harían obras mayores que las de Cristo?

En Juan 14:12 el Señor Jesucristo hace una declaración asombrosa, que lamentablemente ha sido motivo de muchas interpretaciones erróneas: “De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre”. Para comprender de qué está hablando Cristo aquí tenemos que leer estas palabras en su contexto.

El Señor ha dicho a Sus discípulos que está a punto de partir de este mundo (Juan 13:33; 14:1-3), lo que no sólo provoca inquietud y tristeza en los discípulos sino también interrogantes; sobre todo porque el Señor asevera que ellos sabían adónde Él iba y conocían el camino (vers. 4). “Le dijo Tomás: Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?” (vers. 5).

Es entonces cuando el Señor pronuncia las conocidas palabras del vers. 6: “Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí. Si me conocieseis, también a mi Padre conoceríais; y desde ahora le conocéis, y le habéis visto”.

A la luz de esa declaración, Felipe pide al Señor: “muéstranos el Padre, y nos basta”. Jesús le responde: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre? ¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras” (vers. 9-10).

Noten algo interesante aquí. Uno esperaría que el Señor dijera: “Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí es el que habla estas palabras por medio de mí”.

Pero no es eso lo que dice. Lo que el Señor dice a Felipe es que Dios el Padre está haciendo Su obra en el mundo por medio de las palabras de Cristo: “Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras”. Como bien señala el comentarista Hendriksen: “Siempre que Jesús habla, el Padre actúa por medio de sus palabras”.

Ahora bien, no olviden el contexto. El Padre ha estado obrando por medio de las palabras del Hijo, pero el Hijo ha dicho a Sus discípulos que retorna a la casa de Su Padre. ¿Qué va a suceder ahora con el plan de redención? ¿Es Su partida el punto final de la obra redentora de Dios en el mundo? ¡Por supuesto que no!

Es entonces cuando el Señor pronuncia las sorprendentes palabras del vers. 12: “De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre”.

¿Quiere decir esto que nosotros haremos milagros más extraordinarios que los que Él hizo? Pensemos, por ejemplo, en la resurrección de Lázaro; ese fue tal vez el milagro más sorprendente que Jesús llevó a cabo durante Su ministerio terrenal. ¿Y nosotros haremos milagros mayores? ¿Qué puede ser más extraordinario que resucitar a un muerto?

Lo que el Señor está diciendo a Sus discípulos es que Su partida no será en detrimento de Su obra redentora, porque por medio de esa misma Palabra con la que El obró ¡nosotros haremos obras mayores que las Suyas! Las obras mayores de las que Cristo habla es tomar individuos que están muertos en sus delitos y pecados y traerlos a la vida por medio de la proclamación del evangelio.

Comparen esta declaración del Señor en Juan 14 con Su propia declaración en Juan 5: “Porque el Padre ama al Hijo, y le muestra todas las cosas que él hace; y mayores obras que estas le mostrará, de modo que vosotros os maravilléis. Porque como el Padre levanta a los muertos, y les da vida, así también el Hijo a los que quiere da vida… De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida. De cierto, de cierto os digo: Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren vivirán” (Jn. 5:20-21, 24-25).

Darle vida a un muerto espiritual es más extraordinario que resucitar a un muerto físico. Y los discípulos tendrían la oportunidad de hacer obras mayores que las de Cristo mismo, en el sentido de que a través de la historia de la Iglesia, haciendo uso de la misma Palabra que Él usó, millones habrían de ser salvos.

¿Acaso no fue eso lo que ocurrió en el día de Pentecostés? El apóstol Pedro predicó la Palabra de Dios y en un solo día se convirtieron 3000 personas, muchísimas más conversiones de las que ocurrieron durante los tres años de ministerio de nuestro Señor Jesucristo. ¿Cómo fue que ocurrió algo tan extraordinario? Por medio de la predicación de la Palabra. Dios no ha prometido obrar por ningún otro medio.

Si queremos ver pecadores siendo salvados y creyentes siendo fortalecidos, debemos proclamar la Palabra de Dios (compare Rom. 10:17; Ef. 1:13; He. 4:12; Sant. 1:18; 1P. 1:23. Sin la Palabra de Dios no hay salvación ni crecimiento espiritual. Ella es la espada del Espíritu, dice Pablo en Ef. 6:17, el instrumento por medio del cual Él opera en la vida de las personas.

Lo que sucede es que esa obra del Espíritu por medio de la Palabra no siempre es perceptible para nosotros; por lo que muchos han decidido usar otros métodos que parecen más “efectivos” para tratar de alcanzar a los de afuera y mantener a los que están dentro.

No sustituyamos la metodología de Dios por la del hombre. Podemos hacer un montón de cosas más atractivas que predicar la Palabra, y es muy probable que atraigamos a muchas personas a nuestros cultos.

Pero no podremos traerlas a Jesucristo para que tengan vida. Los pecadores no serán salvados, ni los creyentes edificados, por ningún otro medio, sino a través de la proclamación de la Palabra de Dios (comp. 1Cor. 1:18, 21-25; Lc. 16:29-31).

La misma Palabra que Dios usó para crear el mundo, es la misma que usa hoy para salvar a los pecadores y conectarlos entre sí para la formación y fortalecimiento de las iglesias. No fue por casualidad que la Iglesia nació en Pentecostés después de la predicación de un sermón. Y tan pronto esas almas fueron salvadas ¿qué hicieron?

“Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas. Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones” (Hch. 2:41-42).

La dinámica de esta nueva comunidad giraba en torno a la enseñanza de los apóstoles. Ese era el factor principal. Que Dios nos ayude para que no nos dejemos seducir y terminemos cambiando el método de Dios por técnicas de mercadeo.

Es haciendo uso de la Palabra de Dios que veremos grandes obras en medio nuestro: Dios será glorificado, los perdidos serán salvados y los creyentes serán edificados y fortalecidos en Su fe únicamente por medio de la Palabra de Dios que vive y permanece para siempre.


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viernes, 11 de septiembre de 2009

¿Castigamos a los malhechores o a los ciudadanos?


La sociedad dominicana está alarmada y con razón. Los asaltos a mano armada, las violaciones, los asesinatos han dado un salto cuántico en los últimos meses, no sólo en cantidad sino también en intensidad. Las noticias que vemos a diario en los diversos medios de comunicación son escalofriantes, sumiendo a la población en un clima de intranquilidad y de impotencia.

¿Causas? Podemos citar muchas. El aumento del costo de la vida, los criminales que nos llegan importados de otras latitudes con más experiencia que los criollos, la falta de energía eléctrica que cubre de un manto tenebroso nuestras noches y propicia las acciones delictivas, la incitación al dinero fácil (como el anuncio publicitario que escuché recientemente promoviendo un juego de azar: “Yo quiero hacerme millonario sin dar un golpe” – una filosofía por demás decadente y enajenante).

A esto hay que añadir el impacto que produce en la conciencia colectiva la exposición a tanta violencia en los medios masivos de comunicación, así como la presentación del hombre – y sobre todo de la mujer – como un objeto y no como un sujeto. Son muchos y muy complejos los factores que intervienen en esta problemática.

Pero no creo que exageremos al decir que uno de los más determinantes es la impunidad. Con espanto y estupor vemos en la prensa que muchos de los criminales que logran atrapar los agentes del orden público tienen un largo historial delictivo. La impunidad hizo posible que volvieran a delinquir. Es por la impunidad de la justicia que individuos peligrosos transitan tranquilamente por nuestras calles esperando la próxima víctima.

Dice en Proverbios 14:34: “La justicia engrandece la nación; mas el pecado es afrenta de las naciones”. No puede haber progreso ni seguridad donde no hay justicia; y una de las funciones de la justicia es aplicar sanciones adecuadas a los transgresores de la ley y así infundir temor al que hace lo malo (Romanos 13:1-4; 1Pedro 2:13-14).

Cuando no se castiga al malhechor se castiga la ciudadanía: “Como la sentencia contra una mala obra no se ejecuta enseguida, por eso el corazón de los hijos de los hombres está en ellos entregados enteramente al mal” (Eclesiastés 8:11).

Las autoridades civiles fueron establecidas por Dios para el buen funcionamiento de los pueblos; esa es una gran responsabilidad por la cual darán cuenta algún día en el tribunal de Dios, cuando toda impunidad habrá terminado por siempre.

© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia. La foto fue tomada de FreeFoto.com.
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jueves, 10 de septiembre de 2009

Alan Greenspan, John Piper y la crisis financiera

El ex presidente de la Reserva Federal de los EEUU, Alan Greenspan, vaticina que se acerca otra crisis financiera, distinta probablemente a la crisis actual, pero con una cosa en común: también será provocada por la codicia del hombre (o la angurria, como dijo en cierta ocasión una periodista local).

“Es la naturaleza humana. A menos que alguien encuentre la manera de cambiar la naturaleza humana, tendremos más crisis y ninguna se parecerá a esta porque no hay dos crisis que tengan algo en común, con la excepción de la naturaleza humana”, dijo Greenspan en una entrevista concedida a la BBC.

Los cristianos tenemos una buena noticia para Greenspan: Alguien puede transformar la naturaleza corrupta de los seres humanos: Nuestro bendito Señor y Salvador Jesucristo que siendo Dios se hizo Hombre, y murió en una cruz para pagar nuestra deuda, reconciliarnos con Dios y transformarnos de dentro hacia fuera, cambiando nuestro sistema de valores en su misma raíz.

Lamentablemente, esa buena noticia del evangelio ya no resuena hoy en muchos púlpitos, porque muchos predicadores han tenido la osadía de disfrazar su propia angurria en un ropaje evangélico, proclamando a los hombres que Cristo vino al mundo, no para reconciliarnos con Dios y librarnos de la ambición carnal, sino para suplir lo que nuestros corazones codician.

No deja de ser irónico que sea un inconverso el que ponga el dedo en la galla al analizar la presente crisis financiera, mientras un grupo de predicadores se encargan de desmentirlo. Al leer las declaraciones de Greenspan recordé este breve extracto de John Piper sobre el peligro de las riquezas (El vídeo ha sido subtitulado por doctrina-biblica.blogspot.com; usado con permiso).




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miércoles, 9 de septiembre de 2009

Lo que el ADN y el calostro nos enseñan acerca del poder y la sabiduría de Dios




En el presente debate sobre el aborto podemos estar tan empeñados en proteger la vida humana desde la concepción (algo que debe hacerse), que olvidemos alabar al Dios todopoderoso y sabio que obra en el vientre de la mujer encinta, para que el embrión se desarrolle.

El autor del Salmo 139 no tenía ni por asomo el conocimiento que nosotros tenemos hoy del cuerpo humano, pero aún así era evidente para él que este organismo maravilloso que es nuestro cuerpo es un testimonio contundente de la sabiduría y el poder de Dios.

“Tú formaste mis entrañas (es decir, todos mis órganos internos); Tu me hiciste en el vientre de mi madre”. Esto es algo que no pudo ocurrir accidentalmente; solo la mano del Dios todopoderoso podía realizar semejante portento.

Una de las cosas que todo hombre de ciencia debe saber distinguir es entre un evento accidental y un evento planificado; es decir, objetos causados inteligentemente y con propósito de aquellos causados de forma no inteligente. Y hay criterios que se usan para diferenciar una cosa de la otra.

Por ejemplo, la NASA tiene un departamento dedicado a la búsqueda de inteligencia extraterrestre (SETI por sus siglas en inglés). Y ¿cómo realizan esa búsqueda los investigadores de este programa? Monitoreando millones de señales de radio que nos llegan desde el espacio exterior. Hay objetos en el espacio que producen ondas de radio (como los pulsares, por ejemplo).

Y ¿cómo pretenden ellos diferenciar las ondas de radio que puedan ser producidas accidentalmente de aquellas que pudieran provenir de una civilización inteligente? Los investigadores del SETI esperan encontrar algún día una secuencia o patrón de señal lo suficientemente complejo como para determinar que tiene que haber sido producido intencionalmente.

Hasta ahora no han logrado nada. Pero hace unos años se filmó una película de ciencia ficción, titulada “Contacto”, basada en una novela de Carl Sagan, donde un grupo de radioastrónomos se topan con una señal con esas características. Se trataba de una sucesión de mil ciento ochenta y seis pulsos y pausas que representaban los números primos del 2 al 101.

Los números primos son aquellos que sólo pueden dividirse por sí mismos y por la unidad. En el caso de la película, las señales que estaban recibiendo a través de pulsos (1) y pausas (0) llevaban una secuencia perfecta de números primos. Por ejemplo, el 2 se representaba como 110; el 3 como 1110; el 5 como 111110, y así sucesivamente.

Cuando uno de los personajes de la película descubre la señal, inmediatamente declara: “Esto no es ruido, esto tiene estructura”. Hay un patrón allí que no puede explicarse apelando a causas accidentales. Ese es un criterio científico, no supersticioso.

Pero si tomamos ese mismo criterio que los investigadores del SETI aplican a la búsqueda de vida inteligente en el espacio exterior, y lo aplicamos a nuestros propios cuerpos tendríamos que llegar a la conclusión de que fuimos diseñados y creados por un Ser inteligente.

El ADN, por ejemplo, las siglas con que se conoce el famoso ácido desoxirribonucleico; es un ácido nucleico que contiene las instrucciones genéticas que necesitan los seres vivos para desarrollarse y funcionar.

El ADN es como un alfabeto donde las letras se encuentran en una secuencia específica para formar palabras, y las palabras a su vez en una secuencia específica para formar oraciones que transmiten información con un mensaje muy preciso, que luego se traduce en los rasgos de la cara, el color de la piel, el tipo de cabello, y un montón de cosas más.

Un biólogo dice lo siguiente al respecto: “Recientemente se ha comprobado que el ADN posee la misma estructura que un lenguaje… Una sola célula humana contiene cuatro veces más información que los trece tomos de la Enciclopedia Británica.”

Y no debemos olvidar que cada cuerpo humano está compuesto de unos 100 billones de células. Si pudiésemos poner en fila todos los cromosomas de todas las células de un solo cuerpo humano abarcarían unos 60 mil millones de kilómetros, todos ellos comunicando información precisa y compleja.

Y eso solo refiriéndonos al ADN. Pero si tomamos cualquier otra parte del cuerpo humano encontraremos evidencias sin número de que hubo una mente pensante detrás de su diseño y construcción.

El cerebro humano, por ejemplo, es un millón de veces más complejo que el trasbordador espacial de la NASA. Se trata de un órgano compuesto de unas 6 millones de partes funcionales, entre ellas cien mil millones de neuronas que forman una red de contacto con todo el cuerpo. Se calcula que cada neurona posee millones de conexiones.

El médico australiano Michael Denton, quien sin ser cristiano escribió una crítica brillante contra el evolucionismo, titulada “Evolución: Una Teoría en Crisis”, dice que si solamente un centésimo de las conexiones del cerebro se pudiese organizar “representaría un sistema con un mayor número de conexiones específicas que la red de comunicaciones del mundo en su totalidad.”

Dios dejó Su huella en la creación. Hace unos meses estuve leyendo algunas cosas acerca del calostro por algo que una de mis hijas me comentó; el calostro es la primera leche que el bebé recién nacido obtiene de la madre cuando es amamantado.

Este “oro líquido” como algunos le llaman, comienza a formarse a partir del 5to ó 6to mes de embarazo, y cuando el niño nace ya está listo para ser consumido. Posee más de 60 componentes, 30 de los cuales son exclusivos de la leche humana.

En un estudio que leí sobre el tema, hubo un párrafo que me llamó la atención: Dice que el calostro “ha sido diseñado y perfeccionado por la naturaleza para bebés humanos. Muchos de estos componentes están presentes en pequeñísimas cantidades y la complejidad de su interrelación es sorprendente: se vinculan unos con otros para trabajar unidos y ayudar al bebé a responder adecuadamente a microbios, virus y hongos.”

Otro detalle interesante que leí acerca de esta sustancia es que “tiene el mismo sabor que el líquido amniótico y proporciona al recién nacido, que ya está acostumbrado a probarlo en el período fetal, un sentimiento de seguridad, pues percibe que existe una continuidad entre lo que probaba en (el vientre de su madre) y la nueva vida que le aguarda.”

Parecería que Aquel que diseñó al bebé también le provee por medio de su madre lo que él necesita para el inicio de su vida.

Sin embargo, a pesar de toda esa complejidad y todos esos mecanismos perfectamente adaptados para lograr un fin, muchos prefieren seguir pensando que nuestra existencia no es más que un accidente afortunado, antes que postrarse ante Dios y decir como el salmista: “Tu formaste mis entrañas; tú me hiciste en el vientre de mi madre”.

Uno de los ateos más furibundos de nuestra generación es Richard Dawkins, y él comienza unos de sus libros más conocidos, El Relojero Ciego, diciendo que “la biología es el estudio de cosas complicadas que dan la apariencia de haber sido diseñadas para un propósito.” Parece que fueron diseñadas, pero eso es solo una ilusión.

Y Francis Crick, galardonado con el premio Nóbel y codescubridor de la estructura del ADN, dice: “Los biólogos deben tener en mente constantemente que lo que ellos ven no fue diseñado, sino más bien evolucionado.” Y ¿Por qué tienen que recordarse eso a sí mismo constantemente? Porque todo apunta hacia una causa intencional, inteligente, no accidental.

En Romanos 1:18 Pablo dice que esa es una de las razones por la que la ira de Dios se revela desde el cielo contra el hombre: A pesar de las evidencias, el hombre resiste con injusticia la verdad, con tal de no reconocer a Dios como Dios y postrarse ante El en alabanza y gratitud.

Ahora, ¿qué de nosotros, hermanos? ¿Estamos tan conscientes de ese poder que Dios desplegó en la creación de nuestros cuerpos? Eso es algo que está ahí frente a nuestros ojos para que aprendamos a confiar en Dios y podamos alabarle continuamente con entendimiento.

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martes, 8 de septiembre de 2009

Argumentos a favor del aborto y su respuesta correspondiente

Este es un extracto del mensaje predicado el domingo pasado, titulado: “Aborto: ¿Crimen o derecho?” Aquí damos respuesta a los argumentos más comunes que escuchamos a favor del aborto.

“La mujer tiene derecho sobre su cuerpo”:

Uno de los argumentos más frecuentes a favor del aborto es que la mujer tiene derecho sobre su propio cuerpo; de modo que la decisión de continuar o no con el embarazo es un asunto que le compete a ella y a nadie más.

Pero este argumento se sostiene o cae dependiendo de lo que pensemos acerca del feto. El derecho a la vida de un ser humano trasciende al derecho de la privacidad y la libertad de elección.

Es erróneo pensar que porque el feto se encuentre geográficamente dentro de la madre, sea parte esencial de su cuerpo, como lo es su riñón o su páncreas. Es una nueva vida la que se está gestando en su vientre y ninguna mujer tiene derecho a atentar contra ella por el simple hecho de que sea su útero la que lo cobija.

Si un niño se encuentra dentro de la propiedad privada de alguien, no por eso tiene derecho a quitarle la vida. Y si no podemos matar a un niño después que nace, ¿quién nos da derecho a hacerlo antes de su nacimiento? ¿Por qué es un crimen matar a un niño cinco segundos después que nace, y no cinco segundos antes de nacer, o un mes antes, o 6 meses antes? ¿Quién determina esto?

“Si el aborto es ilegal las mujeres tendrán que abortar en circunstancias riesgosas”:

Otro argumento que escuchamos a menudo es que si el aborto es ilegal muchas mujeres tendrán que abortar en circunstancias de alto riesgo. “Estas mujeres tendrán que abortar a escondidas – dicen los defensores del aborto – y muy probablemente se pondrán en manos de carniceros sin escrúpulos”.

Hay dos cosas que debemos tomar en cuenta al respecto. En primer lugar, no es cierto que la legalización del aborto reduzca el riesgo que corren las mujeres que lo practican. Más mujeres han muerto en los EUA por causa de abortos desde que éste fue legalizado que las que murieron cuando el aborto era ilegal. Y esto es fácil de entender: el número de abortos se ha incrementado tremendamente después de su legalización y el aborto es un procedimiento que tiene sus riesgos. De hecho, todo embarazo conlleva ciertos riesgos para la mujer, pero el aborto es cuatro veces más arriesgado que llevar el embarazo a término.

Por otra parte, aun fuera cierto que la legalización del aborto hace menos riesgosa su práctica, el problema ético sigue siendo el mismo: los niños inocentes que mueren al ser abortados. Como bien ha dicho R. C. Sproul: “Proteger a un criminal mientras está cometiendo un crimen no es la responsabilidad del gobierno”.

“El aborto es preferible cuando el niño no es deseado”:

Otros consideran que el aborto es preferible cuando un niño no es deseado, porque probablemente tendrá que sufrir las consecuencias de ser criado en un hogar donde no será amado y donde es probable incluso que sea maltratado.

Pero una vez más estamos poniendo a un lado el problema ético central de este debate: el hecho de que se está privando de la vida a un ser humano. Por otra parte, este razonamiento reduce las opciones únicamente a dos: o el niño nace para vivir mal, en un hogar donde no es deseado y donde probablemente será mal tratado, o es abortado.

Pero existen otras opciones. Alguien puede trabajar con esa madre que no desea al bebé para que cambie de actitud; o finalmente ese niño puede ser dado en adopción. No hay por qué tomar una acción tan radical como el aborto. Aparte de que es absurdo pensar que podemos “proteger” a un niño de la posibilidad de abusos futuros, quitándole la vida antes de que nazca.

“El aborto es la opción más adecuada cuando la vida de la madre corre peligro”:

Y ¿qué cuando la vida de la madre corre peligro? Este es uno de los argumentos que más apela al ciudadano común, porque nos coloca ante un supuesto dilema: ¿cuál de las dos vidas es más valiosa, la de la madre o la del niño? Pero, como hemos dicho muchas otras veces, ese dilema en realidad no existe, y esto por tres razones:

1) Los casos en que hay que escoger entre la vida de la madre y la del bebé son extremadamente escasos (menos de 1% de los abortos se llevan a cabo por esa razón). El reconocido cirujano pediatra C. Everett Koop declaró en cierta ocasión que durante sus 30 años de ejercicio nunca supo de una sola situación en la que tuviera que quitársele la vida a un niño antes de terminar el embarazo, para salvar la vida de la madre. El uso de ese argumento para justificar el aborto, según el Dr. Koop, es en realidad una “cortina de humo”.

2) Con el avance actual de la medicina casi siempre es factible salvar la vida de ambos. El doctor Alan Guttmacher de Paternidad Planeada, una institución completamente a favor del aborto, tuvo que admitir que “hoy en día es posible casi para cada paciente atravesar todo el embarazo y terminarlo viva, a menos que sufra de una enfermedad fatal como cáncer o leucemia y, si es así, no es probable que el aborto prolongue, o mucho menos salve, la vida.”

3) Para tratar con estas situaciones difíciles no hay que reformar el artículo 30, ya que en la República Dominicana no se penaliza al médico que, intentando de salvar la vida de la madre, provoque indirectamente la muerte del feto.

De paso, me pregunto cuántas de las personas que se oponen al artículo 30 conocen lo que ese artículo realmente dice. Alguien me preguntó este miércoles pasado si era cierto que, de aprobarse el artículo 30 de la Constitución tal como está, los anticonceptivos y preservativos vendrían a ser ilegales. Eso me motivó a escribir un artículo al respecto. La pregunta le surgió al escuchar a una ginecóloga diciendo eso en una entrevista. Pero escuchen lo que dice el artículo 30: “El derecho a la vida es inviolable desde la concepción hasta la muerte. No podrá establecerse, pronunciarse, ni aplicarse en ningún caso, la pena de muerte”. Eso es todo lo que dice.

No sé cómo podemos leer allí una prohibición al uso de anticonceptivos y preservativos, cuya finalidad es precisamente evitar la concepción (a no ser que se refiera a fármacos o dispositivos “antianidatorios”, como la “pastilla del día después”, que no actúa como anticonceptivo simplemente, sino que impide que el óvulo fecundado se anide en el útero).

“El aborto debe ser permitido cuando el embarazo es fruto de una violación”:

Y ¿qué de los casos cuando el embarazo es producto de una violación? Por un lado, es muy difícil que una mujer quede embarazada como producto de una violación; estudios realizados en Estados Unidos, donde las estadísticas son más confiables que en nuestro país, revelan que sólo un uno por ciento de todos los abortos realizados se deben a violación o incesto. Aparte de que en algunos casos el embarazo puede prevenirse por medio de un tratamiento médico que impida que el óvulo pueda ser fertilizado.

Por otra parte, al abortar en tales casos se está aplicando la pena capital a una criatura inocente (la persona humana en gestación), en vez de castigar al culpable (el violador). Además de que el aborto no le hace ningún bien a la mujer que ha sido violada, sino que le añade culpa y confusión. Pero la razón fundamental para la penalización sigue siendo el hecho de que los seres humanos concebidos como producto de una violación poseen la misma dignidad intrínseca y los mismos derechos que aquellos que son concebidos por un acto de amor.

Toda vida humana debe ser protegida, independientemente de las circunstancias en que fue concebida. El incesto y la violación son crímenes horribles que deben ser castigados severamente; pero debemos castigar a los culpables, no a los seres humanos que no tienen culpa de haber sido concebidos en circunstancias tan terribles.

Decidir abortar una criatura es jugar a ser Dios, es decidir el destino de un ser humano. La evidencia bíblica es contundente en cuanto a que el feto en el seno de la madre es un ser humano vivo y, por lo tanto, se encuentra amparado por la ley moral de Dios, que en el sexto mandamiento declara: “No matarás”.

© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.
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Por la vida como un derecho de todos


Por favor, entra a este link y lee las razones de por qué entendemos que el artículo 30 debe mantener la inviolabilidad de la vida desde la concepción hasta la muerte, como protección del bien jurídico supremo que sirve de fundamento a toda sociedad de derecho: el respeto por la vida humana. Nada más, nada menos. Por la vida como un derecho de todos (incluyendo a la madre y al no nacido), infórmate y ponle un alto a la campaña de desinformación que se ha desatado contra este artículo de nuestra Constitución, firmando el manifiesto que aparece en la página web: http://vozdevida.com.do. Tú no eres responsable del resultado final, pero sí eres responsable de tu acción o inacción al respecto.

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lunes, 7 de septiembre de 2009

Ante el debate en el Congreso del artículo 30

El próximo miércoles 9 de Septiembre volverá a debatirse en el Congreso el contenido del artículo 30 de nuestra Constitución que establece “la inviolabilidad de la vida humana desde la concepción hasta la muerte”. Por tal motivo, nuestros legisladores han estado recibiendo mucha presión, tanto de parte de grupos a favor, como de grupos en contra, del aborto.

Este domingo en la mañana abordamos este tema en la Iglesia Bíblica del Señor Jesucristo, en un mensaje titulado: “Aborto: ¿crimen o derecho?” Puede escuchar este mensaje en www.ibsj.org. Si desea leerlo en un documento pdf, entonces haga un click aqui
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domingo, 6 de septiembre de 2009

"Mas esta es vuestra hora, y la potestad de las tinieblas"

Luego de haber comido la Pascua y haber instituido la Santa Cena, el Señor Jesucristo atravesó con Sus discípulos el arroyo de Cedrón y se dirigió al huerto de Getsemaní. Allí derramó Su alma delante de Dios en oración y fue fortalecido por un ángel para seguir adelante con la obra que había venido a hacer.

Una de las razones por las que Jesús decidió visitar el huerto esa noche, era el hecho de que Judas conocía el lugar, y así el Señor se aseguraba de que Sus enemigos lo encontrarían más fácilmente. En Jn. 18:2 dice que “Judas, el que le entregaba, conocía aquel lugar, porque muchas veces Jesús se había reunido allí con Sus discípulos”.

El Señor no fue tomado por sorpresa aquella noche. Escapar hubiese sido la cosa más fácil del mundo, pero Él evitó adrede cualquier palabra o acción que pudiera ayudarle en Su liberación. En Mt. 26:53 Cristo le hace saber a Pedro que, con sólo pedírselo al Padre, tendría a Su disposición más de doce legiones de ángeles. Y en Jn. 18:6 vemos que en el momento en que la turba se presentó a arrestarle y el Señor se identificó a Sí mismo, todos fueron derribados a tierra por un poder milagroso.

Cristo habría podido impedir el arresto, pero no lo hizo porque Él había venido a morir por los Suyos. Después de la agonía de Getsemaní el camino estaba trazado sin posibilidad de cambio: primero el juicio y luego la cruz.

Para eso fue al huerto aquella noche, para ser apresado por Sus enemigos. Noten Sus palabras en los vers. 52-53

“Y Jesús dijo a los principales sacerdotes, a los jefes de la guardia del templo y a los ancianos, que habían venido contra él: ¿Como contra un ladrón habéis salido con espadas y palos? Habiendo estado con vosotros cada día en el templo, no extendisteis las manos contra mí; mas esta es vuestra hora, y la potestad de las tinieblas”. Es precisamente a estas últimas palabras a las que deseo llamar vuestra atención en esta breve meditación.

Lo primero que estas palabras nos enseñan es que ese tiempo había sido señalado en el decreto divino.

En el texto paralelo de Mateo, en Mt. 26:55, Cristo añade: “Mas todo esto sucede, para que se cumplan las Escrituras de los profetas”. Dios estaba llevando a cabo Su plan soberano de redención, aunque al mismo tiempo ellos eran responsables de sus acciones. “Uds. decidieron hacerlo en esta hora, cuando hubiesen podido prenderme en otro momento. Esa fue vuestra decisión, pero al hacerlo estaban cumpliendo, sin saberlo, el decreto de Dios y los escritos de los profetas”.

Ellos no actuaron en inocencia, como robots programados. No. Todo cuanto hicieron esa noche era lo que querían hacer: matar a Cristo; y lo hicieron movidos por su odio, no por el decreto de Dios (comp. Hch. 2:23, 36-38; 3:13-15). Pero al hacerlo llevaron a cabo el propósito eterno de Dios: “Esta es vuestra hora”; el tiempo que Dios les había asignado en Sus decretos para que hicieran lo que hicieron.

Esto ciertamente es un misterio que no podemos comprender del todo, pero no porque sea irracional, sino porque no tenemos toda la información que necesitamos. Estos hombres odiaban a Cristo y querían llevarlo a la cruz. Pero no pudieron hacerlo hasta que llegara el momento señalado por Dios en Sus decretos (comp. Jn. 2:4; 7;6, 8, 30; 8:20; 12:23, 27; 13:1; 16:32; 17:1).

Pero el texto nos enseña también que esta era una hora en la que Dios había permitido al reino tenebroso del mal llevar a cabo su voluntad.

Como bien señala Frederick Lehay: “Dios había reservado esta hora para Satanás… esta hora era especialmente suya… En esta terrible hora Satanás tuvo rienda suelta. En el caso de Job Dios le puso un límite a la actividad de Satanás. En la experiencia de Cristo no hubo límite para la embestida… Él era libre de hacer lo peor y lo hizo”.

Sólo eso puede explicar la saña irracional que toda esta gente volcó contra Cristo esa noche. Seguramente no ha habido otro tiempo en la historia humana cuando el mal se haya manifestado en todo su horrible poder como en ese momento. El Señor tenía que vencer al maligno en el mismo terreno donde el hombre había perdido la batalla, pero ¡qué precio tan grande tuvo que pagar por ello!

Cristo, nuestro Salvador, tuvo que enfrentarse cara a cara con los poderes del mal, para que nosotros pudiésemos disfrutar hoy de la protección de Dios. Él no tuvo ninguna protección en ese momento porque estaba sufriendo en nuestro lugar el castigo que los Suyos merecíamos por nuestros pecados.

Esta escena de los evangelios nos muestra una vez más cuán grande es el amor de Dios para con Sus elegidos. El Padre entregó a Su propio Hijo para salvar a un grupo de hombres y mujeres que le aborrecían; y Dios el Hijo vino voluntariamente a sufrir las consecuencias de nuestros pecados, para que nosotros pudiésemos ser librados de tales consecuencias (comp. Rom. 8:31-32).

Pero también nos enseña que aún las horas más oscuras están contempladas en los decretos de Dios; y a final de cuentas, Él usará los episodios más terribles para la gloria de Su nombre y el bien de Su pueblo.

Hay ocasiones en las que el diablo desciende con más furor sobre los creyentes (de ahí la exhortación de Pablo en Ef. 6:10-11, 13). Pero aún en esas horas oscuras tenemos que ver a Dios por la fe llevando a cabo Sus decretos eternos.

Nuestro Dios no tiene nada que ver con el pecado (Sant. 1:13), pero el pecado no se escapa de Su control. Y qué bueno que es así. Si el Señor no controlara el pecado, este mundo sería un caos total.

No tenemos en este momento toda la información que se requiere para desvelar todos los misterios, pero la información que tenemos es suficiente para descansar confiados en Aquel que es Rey de reyes y Señor de señores, cuyo amor es tan grande que estuvo dispuesto a dejar Su trono de gloria, asumir una naturaleza humana semejante en todo a la nuestra, pero sin pecado, y luego vencer al diablo en nuestro lugar, para que nosotros participemos eternamente de Su victoria.

Adorémosle hoy como Él merece, proclamando Su gloria y Sus virtudes, con el gozo de saber que estamos en Sus manos. Independientemente de las circunstancias que nos rodean en estos momentos, Él sigue siendo el único y sabio Dios en el cual podemos seguir confiando en las horas más oscuras y tenebrosas.

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viernes, 4 de septiembre de 2009

Artículo 30 y el uso de anticonceptivos y preservativos

Recientemente alguien se me acercó para preguntarme si era cierto que, de aprobarse el artículo 30 de la Constitución tal como está (el cual será revisado en segunda lectura este próximo 9 de Septiembre), los anticonceptivos y preservativos vendrían a ser ilegales. La pregunta le surgió al escuchar a una ginecóloga afirmar eso en una entrevista.

No le pregunté el nombre de la doctora, ni conozco la intención detrás de su comentario, pero la pregunta me hizo ver la necesidad de volver a hacer algunos señalamientos con respecto al ya famoso artículo 30.

El artículo en cuestión es sumamente breve: “El derecho a la vida es inviolable desde la concepción hasta la muerte. No podrá establecerse, pronunciarse, ni aplicarse en ningún caso, la pena de muerte”.

Eso es todo lo que dice. Sólo 26 palabras. Honestamente, no sé cómo puede conectarse el contenido de este artículo con el uso de anticonceptivos y preservativos, cuya finalidad es precisamente evitar la concepción (a no ser que se refiera a fármacos o dispositivos “antianidatorios”, como la “pastilla del día después”, que no actúan como anticonceptivos simplemente – aunque se publiciten como tales – sino que impiden que el óvulo fecundado se anide en el útero).

Este es un ejemplo más de la intensa campaña de desinformación que se ha levantado con respecto al tema del aborto y el artículo 30. Por ejemplo, muchos están convencidos que, de aprobarse el artículo tal y como está, los médicos estarían obligados a dejar morir a la mujer en aquellos casos en los que tengan que escoger entre la vida de la madre y la del feto; pero lo cierto es que el artículo 30 no sólo protege la vida del embrión, sino también la de las mujeres embarazadas (“la vida es inviolable desde la concepción hasta la muerte”; ¡las madres también disfrutan de ese derecho por el hecho de estar vivas!).

Ningún médico será penalizado si intentando salvar la vida de la madre provoca indirectamente la muerte del feto. Prueba de ello es el hecho de que el aborto está penalizado desde hace muchos años en nuestro país y ningún profesional de la medicina ha ido a juicio por haber aplicado un procedimiento médico que haya provocado un aborto indirecto, no intencional. Como tampoco son penalizados los establecimientos donde se venden anticonceptivos o preservativos.

El artículo 30 no responde a mojigatería religiosa; su fin es proteger el bien jurídico supremo que sirve de fundamento a toda sociedad de derecho: el respeto por la vida humana. Nada más, nada menos.


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jueves, 3 de septiembre de 2009

Humildad y Adoración



En este vídeo el pastor John MacArthur nos recuerda que la verdadera adoración parte de una correcta apreciación de la grandeza de Dios y de nuestra propia bajeza. En una época en la que muchas iglesias han confundido la adoración con “entretenimiento”, esta es una verdad que necesitamos con urgencia recordar. El vídeo ha sido subtitulado por doctrina-biblica.blogspot.com (usado con permiso).

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¿Qué significa realmente ser humilde?


Nuestros hermanos de kerigma.net publicaron este comentario de Davis Mathis (asistente pastoral de John Piper) sobre el sermón de Piper predicado este pasado domingo 30 de Agosto:

“La vida de Jesús fue una vida marcada por una humildad fuera de lo común. Aún así, siendo el hombre más humilde que jamás haya vivido, fue acusado de arrogancia y sentenciado a muerte por revelar de forma cierta y amorosa su divinidad.

"Quienes seguimos a Jesús deberíamos desear que la humildad sea también aquello que marque nuestras vidas. Y con Jesús como nuestro guía, nuestra meta no debería ser evitar que nos acusen de arrogancia (eso está fuera de nuestro control), sino más bien evitar la realidad de arrogancia que [efectivamente] hay en nuestras propias vidas.

"Miremos unos cuantos pasajes bíblicos que nos ayudan a entender lo que es y hace la humildad.

1. Humildad es la alegría de que todo el crédito por habernos escogido sea de Dios, por lo cual nos gloriamos en él y no en el hombre (1 Corintios 1:26-31).
2. Humildad es admitir alegremente que todo lo que tenemos nos ha sido dado como un regalo por Dios, de manera que no podemos jactarnos en ello (1 Corintios 4:6-7).
3. Humildad es afirmar con alegría que Dios es soberano y que [por lo tanto] es él quien gobierna desde los latidos de nuestro corazón, hasta nuestros viajes -tanto si llegamos, como si no- (Santiago 4:13-17).
4. La humildad tiene sus raíces en la buena noticia de que Jesús murió por nuestros pecados. Hasta ese extremo somos pecadores. Hasta ese extremo es nuestra [necesidad y] dependencia (Colosenses 3:12-13).
5. Humildad es darse uno mismo en servicio a los demás, en lugar de buscar que a uno lo sirvan (Filipenses 2:5-8).
6. Humildad es afirmar con alegría que en el servicio se encuentra la verdadera grandeza (Marcos 10:42-45).

"La humildad tiene unos efectos realmente profundos en la vida cristiana. Tanto la fe, como la adoración, la obediencia o el amor, todos ellos crecen sobre el terreno de la humildad.

"Y, a pesar de las objeciones del mundo, quienes son humildes en el evangelio de Jesús son quienes realmente han sido liberados para ser las personas más llenas de gozo, valor y ganas de trabajar que uno pueda imaginarse”.

(Artículo traducido y adaptado de desiringgod.org).

Para aquellos que deseen leer un buen libro sobre el tema de la humildad les recomiendo Humildad: Grandeza Verdadera de C. J. Mahaney; es un reto leerlo, pero un reto que vale la pena asumir.

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